La revista Cuadernos de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, en su volumen 34, dedica centenar y medio de páginas a lo que pretende ser una “mirada crítica” sobre la División Azul. En realidad, el conjunto desigual de artículos incluidos, firmados por José Luis Rodríguez Jiménez, Xosé María Nuñez Seixas, Xavier Moreno Juliá, David Alegre Lorenz y Jorge Martínez Reverte, no es más que la trascripción de alguna de las ponencias presentadas a un mini-congreso universitario, de escasa trascendencia y menor resonancia, bastante huérfano de público según algún conocido de quien firma estas líneas que asistió pacientemente al mismo, realizado en la Universidad de Tarragona. Un encuentro casi “semiclandestino” que evitó así tanto el debate como la presencia contestataria de quienes tienen una visión y una perspectiva muy distante, y a tenor de lo leído mucho más científica, de lo que en realidad fue la División Azul. Un encuentro que quedó acomplejado frente a la sombra del Congreso celebrado con motivo del mismo aniversario en la Universidad San Pablo-CEU de Madrid.
Nos anuncia el historiador Joan María Thomas que, con estos trabajos, por fin recibe “la División Azul desde la historia una mirada crítica, porque la Historia si no es crítica no es”. Lástima que Thomas no haya aplicado esa misma mirada crítica a los trabajos que prologa y se entretenga en lanzar descalificaciones a esos otros encuentros en los que no se analiza críticamente, por ejemplo, la “literatura divisionaria” o que huyeron de ofrecer “reinterpretaciones de la Historia de la Azul a la luz de los más que evidentes progresos de la historiografía española y extranjera sobre el Régimen de Franco durante la Segunda Guerra Mundial, su política interior y sus relaciones exteriores –diplomáticas, militares, económicas, culturales o políticas en general–”. Lo que me lleva a preguntarme si Thomas conoce el contenido de esos encuentros. Cierto es que Nuñez Seixas y David Alegre ponen todo su empeño en presentarnos esa otra visión sobre la División Azul, mientras que Rodríguez Jiménez y Martínez Reverte se contentan con repetir lo escrito anteriormente, pero en conjunto el resultado es científicamente decepcionante, aproximándose en algún párrafo más al panfleto, envuelto un lenguaje de sociólogo y antropólogo de salón, que a la ecuanimidad del historiador realmente independiente. Todo ello, eso sí, orlado en algunos casos con sonoros títulos que acaban decepcionando y que más parecen pensados para poder dar realce al currículo que para resumir esas pretendidas nuevas aportaciones trascendentales para la historiografía. Así pues, en este marco, cuando se concluye la lectura se obtiene la imagen de una División Azul de escasa importancia bélica en el frente ruso, menos particularista de lo que se ha dicho, que, en mayor o menor medida, formó parte del proyecto nazi de Europa contribuyendo a su posible victoria, formada en parte significativa por combatientes fascistas de precario equilibrio psíquico, por hombres que en menor escala que otros también compartieron las brutalidades de aquel frente pero que han disfrutado hasta hoy de una leyenda favorable que es preciso revisar.
Excede con mucho el límite de un artículo la revisión crítica de este conjunto disjunto de artículos. Ahora bien, bastarían al lector una serie de comentarios al hilo de lo planteado por estos autores para evaluar la trascendencia de este pretendido nuevo discurso sobre la División Azul.
No me resisto a comenzar por el texto de Jorge Martínez Reverte quien, bajo el título de “Por qué fueron a Rusia”, se limita a tomar prestadas unas cuantas páginas de su lamentable, deficitario y acientífico libro, harto alejado de la historia, a las que quitar unos párrafos hasta cuadrar el número de palabras necesarias para cubrir el expediente. Y la tesis de Martínez Reverte puede ser cualquier cosa menos crítica y novedosa. En su descargo cabría argumentar que Martínez Reverte no es un historiador y que, desde luego, revisando su trabajo, difícilmente se puede afirmar que conozca esos progresos de la historiografía española y extranjera a la que alude como suprema legitimación científica de estas aportaciones Thomas.
Detengámonos ahora en la colaboración de Alegre Lorenz de la Universidad Autónoma de Barcelona y su pretencioso texto “Coser y desgarrar, conservar y arrojar. Visiones del enemigo y estrategias de supervivencia psíquica en la División Azul”. Alegre, se ha inspirado en un par de textos, los trabajos de Theweleit y Littell, para presentarnos sociológica, psicológica y antropológicamente el perfil del “combatiente fascista” que es el divisionario, que como tal muestra una “extrema brutalidad en el combate”, mantiene “políticas de ocupación marcadas por los excesos” y como fascista padece un “precario equilibrio psíquico” en el que el miedo y los sentimientos pueden llevarle a la perdición al perder así la “armadura física del fascista”. No le era necesaria a Alegre la lectura de los dos trabajos anteriormente citados, a cualquier niño que haya visto Star Wars le sonaría aquello a una reinterpretación de lo de que la “ira y el miedo conducen al reverso tenebroso de la fuerza”. No sé si es que Alegre quiere hacer honor a su apellido, pero ni es serio ni es científico que alguien, disfrazando la falta de estudio con la intertextualización de unas pocas citas teóricas, pretenda hacer un análisis sociológico o antropológico sobre los divisionarios a partir de sus textos en base al análisis parcial, desenfocado, obviando el lícito recurso literario de un relato de guerra que por fuerza contiene posiciones extremas, de las memorias de un solo divisionario, José María Sánchez Diana, ¡ Uno solo! Y, o una de dos, o David Alegre desconoce los relatos existentes -que evidentemente piensa evaluar abstrayéndose de toda coordenada de género- o, simplemente, manipula la realidad. Una pena que Thomas, cuando nos prometía la revisión crítica de las memorias de los divisionarios, que ha hecho con notorio desenfoque Nuñez Seixas, no nos advirtiera que en algún caso sería la revisión de las memorias de un único divisionario.
Abundantes son las perlas que se pueden leer esbozando una sonrisa en el texto de Alegre. Lástima, por ejemplo, que pese a su sesuda disertación sobre la identificación de Rusia con el comunismo y con el enemigo, a su peregrina teorización sobre las palabras de Serrano Suñer, ignore u olvide que, por ejemplo, las memorias de otro divisionario se titulaban, curiosamente, “Rusia no es culpable”. Su análisis sobre las estrofas del Cara al Sol o del Himno de la División Azul es de un candor admirable al ilustrarnos sobre el sentido del recurso a la palabra cielo como “necesidad primordial del fascista dirigida a recuperar el dosel sagrado”. Y así nos va desgranando sus peculiares teorías sobre la “agorafobia que el fascista siente ante lo desconocido” o sobre “la retaguardia como espacio de disolución” porque el “fascista tiene miedo de sí mismo”.
Dejando a los divisionarios caracterizados como “combatientes fascistas”, aunque en el orden de los textos este es el último cerrando así el círculo de la mirada crítica, entra en liza otro pretendido teórico, Nuñez Seixas dispuesto a poner en su sitio la “leyenda tan favorable” que han tejido los divisionarios -a ello lleva dedicados algunos artículos con notorios desenfoques- dejando como premisa, en un texto que lleva por título “La Cruzada europea contra el bolchevismo: Mito y realidad”, que la importancia estratégica de la División Azul fue “casi irrelevante” y que estuvo dedicada a “labores defensivas en un frente estático”. Y eso lo dice alguien que debiera conocer, ya que ha sido un divulgador de las aportaciones no editadas en España sobre el conflicto germano-soviético, el valor de los combates librados en torno a Leningrado; de la pugna de carneros que entre el otoño de 1941 y los primeros meses de 1944 se libró en ese frente estático que se cobró centenares de miles de vidas en ofensivas y contraofensivas.
Dejo a un lado el mito y la realidad de la cruzada europea, porque una cosa, en lo que no entra Nuñez Seixas, es la propaganda y los objetivos del Tercer Reich y otra lo que llevó a combatir a anticomunistas de muchos países en el Frente Este y especialmente a los españoles. Me asombran las contradicciones de Nuñez Seixas que además es capaz de ponerlas por escrito, como si quisiera ponerse al mismo tiempo la herida y la venda. No es de recibo, por ejemplo, que primero nos diga que la División Azul no tuvo esa aureola de bajas que le da el tinte heroico, porque estuvieron por debajo de la media alemana (olvida que no sólo debe computar los muertos sino también los heridos y congelados que son las bajas reales) y después apunte que no es menos cierto que las bajas alemanas fueron más altas porque estuvieron combatiendo más tiempo y sobre todo porque fue a partir de 1944 cuando el Ejército Rojo causó bajas de verdad a la Wehrmacht pero los españoles ya no estaban allí. ¿En qué quedamos?
Nuñez está obsesionado, esa es mi opinión, con trasladar la particular guerra de los historiadores alemanes a España. Anda empeñado en demostrar que al igual que no existió la limpia Wehrmacht la actuación divisionaria no fue tan limpia y la unidad española, aun dentro de su singularidad, fue menos particular de lo que parece; fue menos brutal porque tuvo menos oportunidades para ello. Para Nuñez lo que de verdad preocupa para situar a la División Azul en sus justos términos es contestar a preguntas del siguiente tipo: “¿Qué ocurrió con los judíos: vieron o percibieron algo los soldados españoles del proceso de persecución que llevó a su exterminio? ¿Cuál fue el trato otorgado a la población civil? ¿En qué medida pudo la DA ser corresponsable, copartícipe o simple bystander de lo que era una guerra de exterminio diseñada y ejecutada por el Alto Mando de la Wehrmacht? ¿Cuál fue la experiencia de guerra de los divisionarios, y cuáles sus rasgos específicos, si los hubo, al respecto? ¿En qué medida la DA fue una excepción dentro del amplio panorama de las fuerzas invasoras en el frente del Este? No se trata de debatir acerca de su “honor” o de su ejecutoria bélica desde presupuestos normativos, sino de historizar en términos comparativos y necesariamente transnacionales la experiencia de la DA en su marco europeo”. Y así, de un plumazo, Nuñez se refiere a esos otros historiadores que como Negreira, Caballero, Sagarra o quien suscribe mantenemos posiciones críticas con respecto a Nuñez o Rodríguez Jiménez.
Interesa mucho a Nuñez, además de otros temas, precisar: “a) las actitudes hacia la población judía; b) la brutalización de sus condiciones de combate; c) la imagen del enemigo y su evolución, y c) el trato hacia la población civil rusa y los prisioneros del ejército soviético”. Nos dice Nuñez que los españoles no realizaron actos de protección a los judíos, pero no es ese el testimonio de los judíos de Grodno, los únicos con los que realmente tuvieron contacto; nos habla, como Reverte, de los judíos que estaban en los hospitales, pero existen decenas de testimonios de la actuación de los españoles con respecto a ellos. Y, naturalmente, busca sembrar la duda al escribir que “no hay constancia de su participación en matanzas”, pero que en todo caso “pudieron ser testigos” y prefirieron mirar para otro lado. Una muestra clara de la objetividad en el manejo de las fuentes.
En ocasiones tengo la impresión de que Nuñez no llega ni a darse cuenta de lo que escribe. Disiento de su aseveración de que la lucha guerrillera o partisana no fuera importante en el sector divisionario y en la zona de Leningrado; pero es curioso que no repare en lo que significa que los alemanes no encargaran a los españoles actividades antipartisanas porque no confiaban en ellos. Y supongo que no confiaban en su eficacia porque difícilmente utilizarían la represalia y otros medios similares. Llega el dislate y la manipulación a extremos difícilmente comprensibles -¡hasta qué punto puede la servidumbre ideológica torcer la objetividad del historiador!- cuando nos comenta que “los indicios indirectos también sugieren que la orden de los comisarios (que suponía su ejecución inmediata) fue cumplida por la DA de modo similar al conjunto de las unidades del Eje”. Como demostración de la evidencia indirecta nos refiere una instrucción del mando divisionario del verano de 1942 que en realidad contradice las órdenes alemanas y establece un modelo de comportamiento distinto: “Se instruirá a la tropa sin pérdida de tiempo la prohibición de fusilar a los comisarios Políticos hechos prisioneros o pasados voluntariamente a nuestras filas. Estos Comisarios serán objeto del mismo trato que se da a los demás prisioneros”. ¡Asombroso!
No quiero cerrar este ya de por sí largo comentario sin una referencia a Rodríguez Jiménez para quien la División Azul, formó parte de la maquinaría del mal, por encima de cualquier otra consideración, al “dar relevo a tropas alemanas y vida al proyecto nazi de una Europa dominada por el pueblo ario”. Y se ha quedado tan contento.
Francisco Torres García
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