Aunque mi aportación ha sido más que modesta, poco son cinco biografías en un conjunto de más de 50 volúmenes, ya he dicho en otro lugar que me siento orgulloso de haber colaborado en este proyecto junto a historiadores de la categoría de Gonzalo Anes, Vicente Palacio Atard, Carlos Seco Serrano o Luis Suárez Fernández, por citar solamente a algunos. Y es que los dicterios contra el Diccionario Biográfico se vuelven contra quienes los lanzan porque revelan su voluntad de imponer una interpretación unilateral y manipuladora de la historia, sin admitir la existencia de instituciones académicas y científicas independientes.
Que los herederos del Frente Popular se ocupen de apenas unas columnas en el contexto de más de 40.000 páginas es un honor inmerecido, que hay que apreciar en lo que supone a la hora de señalar objetivos y que solamente merece, mutatis mutandi, la respuesta de Calvo Sotelo cuando el presidente del Gobierno pronunció su sentencia de muerte ante las Cortes republicanas: «La vida podéis quitarme pero más no podéis…».
Nos referimos, en concreto, a una de las biografías que aparecen el citado Diccionario: la de Vicente Rojo, el militar que ocupó durante la Guerra Civil la jefatura del Estado Mayor Central del Ministerio de Defensa.
Son numerosos los aspectos interesantes de la trayectoria del militar valenciano y recogidos en dicha reseña biográfica, como son sus campañas en las zonas de Ceuta y Tetuán, sus aptitudes para la formación teórica en la Academia de Toledo, su participación en las acciones psicológicas planeadas para desmoronar la resistencia del Alcázar, o su muerte en Madrid, a donde volvió desde el exilio. Sin embargo, alguna reseña periodística ha preferido centrarse en una imposible confrontación entre las figuras de Francisco Franco y Vicente Rojo.
Imposible confrontación, en primer lugar, porque Franco asumió durante la guerra la doble responsabilidad de Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos mientras que en la retaguardia roja nunca se llegó a culminar la unificación del poder político y militar a pesar de los intentos del Partido Comunista por imponerla a sangre y fuego. Fe de ello dan los centenares de izquierdistas masacrados en la propia retaguardia frentepopulista (cfr. Manuel AGUILERA POVEDANO, Compañeros y camaradas. Las luchas entre antifascistas en la Guerra Civil Española, Madrid: Actas, 2012). En cuanto a la posición de Rojo en el organigrama de las autoridades frentepopulistas, es cierto que favorecido por su aproximación a los comunistas, fue nombrado jefe del Estado Mayor Central del Ministerio de Defensa Nacional tras la caída de Largo Caballero (Gaceta de la República, 21-mayo-1937). Pero no es menos cierto que, desde tal posición, apenas pudo hacer más que diseñar brillantes operaciones sobre el papel que, sistemáticamente, eran bloqueadas por los asesores soviéticos o fracasaban al intentar ponerlas en práctica.
Y, en segundo lugar, la confrontación es imposible porque, a partir del verano de 1937, resulta posible escribir la historia militar de la Guerra Civil como el relato del reiterado fracaso de los planteamientos teóricos de Vicente Rojo siempre limitados por las estrategias políticas de un Partido Comunista a cuyas milicias elogió muchas veces y que, únicamente, recibió valoraciones positivas para su capacidad militar de aquellos jefes surgidos en la órbita del Quinto Regimiento como Líster, Modesto y Tagüeña.
Pero antes de tratar más a fondo de esta cuestión, conviene hacer dos precisiones.
Una guarda relación con la propia actividad de Rojo al servicio del Gobierno frentepopulista, tan incoherente con sus previas convicciones políticas y religiosas. Es cierto que Michael Alpert (nada sospechoso de afinidad con los sublevados) encuadra a Rojo entre los que llama leales geográficos, es decir, aquéllos que permanecieron al servicio del Frente Popular únicamente porque las circunstancias los situaron en zona republicana. Pero no es menos cierto que en la última entrevista que Rojo concede en su vida, de vuelta ya en Madrid, responde a la pregunta de George Hills sobre el personaje que más admira de la guerra en estos términos: «Al Teniente Coronel Noreña» (ABC, Madrid, 9-enero-1973, pág. 26). Basta constatar que éste era un oficial de Estado Mayor que había preferido ser fusilado a servir a la República en el puesto seguro que le ofrecían a cambio de su fidelidad al régimen. En septiembre de 1936, uno de los asediados del Alcázar toledano le indicó a Rojo que por qué no se quedaba con ellos, contestando éste que tenía su mujer e hijos en Madrid y que si no volvía se los matarían… Una controversia acerca de la lealtad o deslealtad de Vicente Rojo carece de sentido, a no ser que las adscripciones políticas en la España de julio de 1936 se sitúen en un terreno dogmático del que no cabe discrepar.
Basta citar, por ejemplo, el caso de la defensa de Madrid en la que Vicente Rojo interviene como jefe de Estado Mayor. Frente a los 15.000 hombres de Varela, los frentepopulistas disponían desde el primer momento, aunque en diferente grado de encuadramiento y organización, de unos 40.000 hombres con armamento y cobertura artillera aérea y blindada superior a la del enemigo. Por cierto que es en dicho contexto cuando el corresponsal de Pravda, Koltsov, contribuye decisivamente a difundir el nombre de Rojo en sus artículos. En adelante, la clave de la carrera del militar no serán sus éxitos en el campo de batalla sino el apoyo del Partido Comunista. Así será en el verano de 1938, cuando la ayuda soviética permitía al Gobierno republicano una cierta superioridad en un momento en que estaba en peligro la paz de Europa, cuando Rojo plantea la ofensiva del Ebro con la idea de agotar las últimas posibilidades para cambiar el curso de la contienda, o por lo menos de prolongarla hasta la intervención directa de las potencias amigas.
Es verdad que, durante mucho tiempo, Rojo acarició la posibilidad de una ofensiva en Extremadura y Andalucía cuyo máximo objetivo soñado era la conquista de Sevilla (el llamado Plan P) pero, sistemáticamente, los asesores soviéticos impidieron la materialización de una iniciativa que, contaba con argumentos favorables sobre el papel, pero que no coincidía con los intereses políticos del Partido Comunista. de mayor interés práctico. Quienes conceden excesiva importancia al proyecto no explican cómo las fuerzas atacantes podrían haber llegado a la frontera portuguesa, con la rapidez necesaria, avanzando en territorio enemigo más de ochenta kilómetros desde el frente inicial cuando todos los paralelismos inducen a pensar en que el Ejército Popular habría sido incapaz de lograrlo:
«Las comparaciones no son absolutamente determinantes, pero se podría recordar cómo en la ofensiva de Brunete las fuerzas atacantes no lograron avanzar más de quince a veinte kilómetros de sus bases de partida, en la de Belchite una distancia análoga; en el Ebro su avance alcanzó una profundidad de veinticinco kilómetros antes de ser detenido ante Gandesa y, por último, cuando se llevó a cabo una importante ofensiva en Extremadura en enero de 1939, en la que el Ejército Popular logró el avance territorial más extenso de la guerra, no sobrepasaron los cuarenta kilómetros de las posiciones iniciales» (José SEMPRÚN, El genio militar de Franco (Precisiones a la obra del coronel Blanco Escolá "La incompetencia militar de Franco"), Actas Editorial, Madrid, 2000, pág. 130).Aquí radica el talón de Aquiles de Vicente Rojo a lo largo de toda la contienda. Desde su puesto, plantea un procedimiento de oposición indirecto a las maniobras ofensivas del contrario que denomina contragolpe estratégico. Consistía en lanzar una acción ofensiva potente con un objetivo claramente señalado sobre una zona importante del dispositivo enemigo de defensa con la idea de obligar a éste a abandonar la acción ofensiva emprendida en otro frente para llevar a la zona atacada las fuerzas empeñadas en aquel avance. Rojo intentará repetir la maniobra en varias ocasiones (Brunete y Belchite) sin conseguir, en ningún caso, que Franco trasladase un número de fuerzas tan relevante como para impedirle sus victorias decisivas en otros frentes (Santander y Asturias). Y cuando, finalmente, el Generalísimo acude a la confrontación en el Ebro, el resultado será un verdadero desastre para el Ejército Popular (julio-noviembre de 1938).
El eclipse final de Rojo no se debe únicamente a su temprano exilio en Francia. Tras la derrota del Ebro su figura comenzó a declinar y algunos sectores pusieron en duda su capacidad profesional y lealtad a la República.
«Cuando el 23 de diciembre de 1938 se inició la ruptura del frente de Cataluña, Franco se adelantaba a la maniobra de Vicente Rojo consistente en un desembarco en Motril y en una ofensiva del General Escobar desde Extremadura. En Cataluña se inició una rápida desbandada y cuando el Ejército Popular atacó en el Sur, el Generalísimo pudo disponer de las reservas suficientes para neutralizar el ataque. El 26 de enero de 1939, Azaña y el jefe de Gobierno, Negrín, se entrevistan con Rojo en el castillo de Perelada. El informe que da el jefe de Estado Mayor no puede ser más objetivo: la guerra se ha perdido irremediablemente. Aunque la zona Centro se conserva, no existen posibilidades de defensa al faltar industria pesada, alimentos, material bélico, hombres, ilusiones... Rojo sugiere a Negrín la rendición para ahorrar vidas. Negrín se niega. Sin embargo, cuando el General visita a Azaña en la embajada de España en París, afirma todo lo contrario: la guerra debe continuar, puesto que en el Centro existen posibilidades todavía. Azaña dimite. Rojo se indigna y parece dispuesto a incorporarse en su puesto en Madrid. Pero finalmente decide quedarse en Francia, posiblemente hasta esperar al desenlace de la sublevación anticomunista que preparaba Casado».En las anteriores líneas de la recensión biográfica que estamos comentando, quedan bien reflejados los contactos entre Rojo y Negrín y su posición ante la iniciativa de Casado. Pero no parece lícito distorsionar la actividad de Rojo desde su exilio francés, cuando buscaba inútilmente a Negrín esperando pedirle protección para los miles de combatientes internados por el Gobierno galo en campos de concentración o pretendía ponerse en contacto con Miaja y Matallana sin que le hicieran el menor caso (Cfr. Vicente ROJO, Alerta los pueblos, Barcelona, Ariel, 1974; pág. 179).
El hecho, irrebatible, es que Rojo no aceleró precisamente su regreso a la zona roja desde Francia aunque, efectivamente, el golpe de Casado y el final del conflicto, no permitan dar mayor verosimilitud a cualquier elucubración sobre cuáles eran sus verdaderas intenciones. Lo que no es hipótesis es la postura de Rojo ante las negociaciones con Franco para poner fin a la guerra: en su carta a Negrín de febrero de 1939 le pide su apoyo para las previstas negociaciones que van a emprender los generales Miaja y Matallana y en la enviada a estos dos últimos, aconseja que «caso de no ceder los políticos a lo que se les pedía, sin ningún escrúpulo y por el bien de España se les fusilara». Todo un "moderado"… que, eso sí, decide quedarse en Francia consciente como resguardo ante la inconsistente postura de Negrín (cfr. Ricardo de la CIERVA, La victoria y el caos. Madridejos: Editorial Fénix, 1999, págs, 290-291 y 669).
En sus posteriores reflexiones sobre el conflicto, el propio Vicente Rojo reconoció que, en el terreno militar, Franco triunfó porque lo exigía la ciencia militar y el arte de la guerra; y que sus enemigos se vieron privados de los medios materiales indispensables para el sostenimiento de la lucha no por carecer de ellos, sino debido a interferencias políticas, incompetencia e imprevisión y porque la dirección técnica de la guerra en el ejército republicano era defectuosa en todo el escalonamiento del mando. En el terreno político, Franco venció porque la República no se había fijado un fin político, propio de un pueblo dueño de sus destinos o que aspiraba a serlo; porque el gobierno republicano fue impotente por las influencias sobre él ejercidas para desarrollar una acción verdaderamente rectora de las actividades del país; porque los errores diplomáticos de la República le dieron el triunfo al adversario mucho antes que pudiera producirse la derrota militar. En el orden social y humano Franco habría triunfado (siempre según el propio Rojo) porque logró la superioridad moral en el exterior y en el interior y porque supo asegurar una cooperación internacional permanente y pródiga (Cfr. Vicente ROJO, ob. cit., págs.185-194).
El 16 de junio de 1966, ABC, el diario monárquico antaño incautado por el Frente Popular a cuyo servicio puso su carrera militar Vicente Rojo publicaba una esquela insertada por sus familiares en la que se daba cuenta de su fallecimiento el día anterior (pág. 142). Aquella tarde, Vicente Rojo era enterrado en Madrid: «había como doscientas o trescientas personas esperando. Se veían algunos coches oficiales, dos de ellos del Ejército. Había una mayoría de hombres maduros... Estábamos también... algunos falangistas que rendían su último tributo a un hombre que se equivocó, pero que lo hizo a la española... salió, llevado a hombros de familiares y amigos, posiblemente también de viejos subordinados, un ataúd. Dentro iba... el comandante Vicente Rojo, general jefe del Estado Mayor del Ejército popular en los años de nuestra guerra» (Rafael GARCÍA SERRANO, La Nueva España, Oviedo, 17-junio-1966, pág. 28).
La prensa publicada en España en vida de Franco calificaba a Vicente Rojo como «el jefe militar más brillante del ejército republicano durante la guerra civil». Setenta y cinco años después, hay personas y medios de comunicación empeñados en utilizar su nombre para seguir dividiendo a los españoles. Es lo que tiene ser un nostálgico de la ideología totalitaria que, irrevocablemente, fue derrotada el 1 de abril de 1939. Otros preferimos hacer nuestras las palabras de García Serrano en la ocasión antes citada: «Descanse en paz... este general cuyo nombre está vinculado perpetuamente a nuestra guerra. Digo nuestra guerra, la de unos y otros, la que se hizo pensando en una España mejor para todos los hombres de buena voluntad que en ella participaron».
Ángel David Martín Rubio |
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