Atravesamos tiempos difíciles en los que, aquello que más nos agobia y alarma resulta ser la crisis económica con un paro galopante, la indigencia de multitudes, la corrupción de la casta política, la delincuencia autóctona y halógena, la banca usurera y el separatismo amenazante dispuesto a disgregar España. Ante semejante situación, todos los demás acontecimientos pasan a un segundo plano en una escala de valores.
Pero ha sido en el ámbito de este ‘segundo plano’ donde he querido salir al paso de un exabrupto que ofendió nuestra herencia histórica, propiciado este por un tal Nacho Ruíz (‘director de la Galería T-20’, de Murcia), autor de un escrito de más de media página aparecido en el diario LA VERDAD. Ignoro si la intención del citado señor fue la de ‘escandalizar’ para llamar la atención sobre su galería de arte contemporáneo o tuvo otras motivaciones. De su polémico artículo reproduzco a continuación las frases o pasajes más arbitrarios e hirientes, los que me llevaron a remitir sendas cartas al director de dicho diario (publicadas, pero con recortes) y que incluimos íntegras y más adelante en el presente artículo.
LA GRANDEZA DE ESPAÑA
“Todos los que
pusieron en su boca la
palabra ‹‹imperio›› -escribe Ruíz- nos hundieron en la sangre, la miseria y el
dolor.”
“Nos
enseñaron que en el imperio de Felipe II no se ponía el sol, pero no nos
dijeron que para que eso fuera así,
moríamos como chinches en Filipinas, a orillas del Guaraná o en Mar del Norte.
Nos contaron las hazañas del Gran
Capitán en Nápoles, pero no nos dijeron que, para mantener los ejércitos, los
campesinos castellanos morían de hambre. Poco antes del desastre, en 1898, un
político proclamaba en Murcia que Estados Unidos, esos fabricantes de
salchichas, iban a «oír rugir al león español». Sí que lo oyeron, sí: Cuba
perdida, la flota hundida, miles de muertos, miseria moral y física.”
“[…] somos
cada uno de nuestra madre y de nuestro padre. No hay una única España.”
“Nuestra grandeza no es la batalla de
Lepanto, como nos quiso hacer ver el franquismo, ni que Felipe V asolara
Barcelona fomentando el deseo independentista que siempre existió. Nuestra
grandeza son los inmigrantes que se fueron a Argentina, los exiliados de la
guerra que hicieron de México una potencia cultural.”
“Tampoco la grandeza de España reside en la
fe, no somos un país necesariamente católico, como durante siglos nos ha
querido hacer ver la Iglesia.”
“Un país que ha soportado los peores reyes
del mundo, desde idiotas como Carlos II a monstruos como Fernando VII, que ha
aguantado espadones como Narváez, aquel que en su lecho de muerte decía «no
tengo enemigos, los he fusilado a todos» o Franco, al que debemos los problemas
que afrontamos ahora, aparte de la guerra más cruel de la modernidad.”
“La
grandeza de España es la de los que se embarcaron para ensanchar el mundo, la
de los campesinos que sustentaron guerras estúpidas en Flandes o Nápoles, las
de las madres que vieron partir a sus hijos para morir en Marruecos.”
“La grandeza de España no es la bandera, y
mucho menos nuestro espantoso himno. La grandeza de España no son nuestros
dirigentes, de hecho ellos han sido el cáncer de este país.” Nacho Ruiz (LA VERDAD de Murcia. 16-X-12).
Mis cartas constituyen un alegato contra todos
aquellos connacionales
nominales
–como Ruíz- que, mal informados o
malintencionados, hacen suyas y difunden aquellas sempiternas falsificaciones o
tergiversaciones históricas que en siglos pasados fueron propaladas por los
enemigos de España allende nuestras fronteras.
Individuos autóctonos que disfrutan o ‘se realizan’ denigrando a
España, sus gestas más gloriosas, degradando a nuestros personajes históricos y
obviando la difusión de la cultura hispánica por el mundo (Hispanoamérica1,
Filipinas, Europa…) y la empresa unificadora que le fue encomendada y cumplida
tras la expulsión del islam.
Es obvio que nos resultará difícil encontrar
en este mundo empresa alguna promovida por el hombre, acontecimiento social con
intervención humana, que no esté plagado de imperfecciones. Naciones
constituidas, fundaciones, sociedades… Tal vez se libren de esta inclusión organismos
o instituciones tan reconocidos como la Cruz Roja Internacional, Caritas
Internationalis, el Comité Olímpico Internacional, la Orden de Teresa de
Calcuta, Médicos sin Fronteras y pocos más.
Todo país constituido, toda nación, ha
cosechado a lo largo de su historia un cúmulo de errores y actuaciones
merecedores de condena, paralelos a hechos dignos de encomio. Así se crearon
países como Inglaterra, Francia, Rusia, EEUU, Turquía, Arabia… y tantos otros
que conforman nuestro planeta.
España, la Hispanidad, no iba a ser menos
con sus aciertos y sus errores; con sus victorias gloriosas y sus tristes
derrotas (habiendo más de lo primero que de lo último). Pero fue la nación mejor
estructurada de Europa finalizada la Reconquista. España llegó a ser aquello
que Spengler denominó una “comunidad de
destino”.
Pese a los ’trapos sucios’, que todo país que se precie esconde, no
acertamos a ver a un francés vilipendiando a su país, ni a un inglés criticando
al suyo, ni a un norteamericano, y menos a un polaco, por solo citar algunos ejemplos. Pero España
es diferente. Aquí son legión quienes practican el deporte del repudio a
nuestro legado histórico, dispuestos a cubrir
de improperios a nuestras instituciones seculares, a nuestros héroes y
personajes más destacables: militares, religiosos o seglares, a nuestras gestas
y empresas, a sus símbolos. En fin, que proliferan los progres a lo Pepe Rubianes.
Por otro lado, no hay nada más capcioso que
pretender juzgar acontecimientos y actuaciones de siglos atrás con la
mentalidad, los conceptos y perspectivas sociales de hoy, los parámetros actuales
con los que nos aventuramos a medir episodios del pasado.
(1ª Carta, escrita el 22-X y
publicada el 5-XI):
«Hay españoles que al parecer se complacen
denigrando el acervo histórico de España forjado a través de los siglos, con un
talante digno de los que se asesoran en la Leyenda Negra. Actitud impensable en
ingleses, franceses, norteamericanos, polacos… respecto a su propia historia y
personajes patrios. Nos decía algo al
respecto el periodista Antonio Pérez Henares en Crónica (22-IX-08), citando en su argumento a Arturo Pérez Reverte,
afirmando que éste “tiene la protección de millones de lectores […]
Le tienen todas las ganas del mundo pero
también más miedo que un nublado […]. Pero
Arturo es la excepción. Al resto, en cuanto asoma la gaita cae inmisericorde,
la guillotina progre. En España no se puede en cine hablar de la historia de
España, guerra civil aparte y por supuesto siempre que sea alguna epopeya del
bando bueno. O sea el contrario del que fue el bueno durante 40 años […]. El adoctrinamiento ha alcanzado y logrado
las cotas más altas: el Cid era facha, los árabes los tolerantes pacíficos que
civilizaron Iberia, los Reyes Católicos una pareja satánica, Hernán Cortés una
bestia parda que mató al encantador Moztezuma y Felipe II un asesino negro jefe
de todas las tinieblas. Sobre todo Felipe II. Como un día afirmó un sorprendido
Henry Kamen, el gran historiador británico, tras una virulenta discusión con
medio centenar de universitarios españoles ¡en el Escorial!: “Sólo ustedes se creen
ya en todo el mundo la Leyenda Negra”. No sólo nos la creemos sino que es una de las señas de identidad del
llamado progresismo español: la vergüenza por la historia que desconoce y sobre
la que mantiene una absoluta y sectaria ignorancia. Solo sabe que somos, los
españoles todos y fachas desde los visigodos, una panda de cabrones que han ido
haciendo daño por el mundo.»
De ello se
lamenta también el profesor José Alcalá-Zamora en su ensayo sobre Felipe II y
Flandes (Historia 16. Nº 99): “España, esta tierra
generosa que abre oídos y alza monumentos a quienes le fueron hostiles y quizá
no a los que, con razón o sin ella, defendieron su política o intereses…”
Y respecto a la denostada batalla de
Lepanto, nadie mejor que el poco ‘franquista’ Miguel de Cervantes –orgulloso
combatiente de la gesta- para definirla: “La
más alta ocasión que vieron los siglos”.
Para un mejor conocimiento de la historia de
España se hace recomendable, también, la lectura de eruditos e historiadores
tan poco sospechosos como D. Claudio Sánchez Albornoz, presidente del Gobierno
de la República en el exilio, con su libro España, un enigma histórico, y D.
Salvador de Madariaga, republicano liberal exiliado, autor de España,
o Julián Juderías, con su obra La Leyenda Negra. Y en nuestros
días, el doctor en Historia Serafín Fanjul, arabista, con sus obras sobre el
Al-Andalus.”
«Nos referíamos días atrás a aquellos
paisanos nuestros que se empeñan en hacer suyos tópicos propios de la Leyenda
Negra, denigrando nuestra historia secular, instituciones y personajes
históricos, dando lugar a que eruditos e historiadores, en buena medida
extranjeros, como el reconocido profesor hispanista Henry Kamen, nos tengan que decir que somos los españoles los
únicos que todavía nos creemos hoy semejantes falacias.
En 2008, el doctor en Historia, de la
Universidad de California, Philip W.
Powell, publicó un libro a propósito titulado La Leyenda Negra. Un invento
contra España. Durante la IIGM Powell había resultado herido en combate,
por lo que fue destinado a asuntos
culturales, terminando en la Administración de EEUU como experto del mundo
hispánico.
En la contraportada de dicha obra leemos:
“Durante
siglos, los reyes, los diplomáticos y los militares españoles ganaron casi
todas las batallas. Salvo una: la de la propaganda, esa guerra librada en los
campos del espíritu.
El
historiador norteamericano Philip Powell describe en La Leyenda Negra […] cómo surge esa campaña en el mismo siglo XVI y
cómo se extiende por el mundo, perdurando hasta hoy. Tópicos centenarios sobre
lo que fue y representó el Imperio español quedan aquí derrumbados.”
“Con
este título se abre la colección “Los
grandes engaños históricos”. Su objetivo: contribuir al esclarecimiento de
la verdad histórica, desbaratar grandes engaños hondamente arraigados en
nuestro imaginario colectivo. Tanto en el imaginario general como en el de los
españoles: el único pueblo del mundo que ha hecho suyas las mentiras, las
exageraciones y los insultos que sus enemigos han dicho sobre él.”
En sus páginas podemos encontrar referencias
a conocidos historiadores y prestigiosos académicos que con sus libros, unos, y
con sus declaraciones, otros, han
desmontado todos los libelos de la leyenda: Arnold J. Taynbee (GB), Herbert
E. Bolton (USA), Pierre Chaunu
(F), Alexander von Humboldt (D), Hugh Thomas (GB), Earl J. Hamilton (USA), Salvador de Madariaga (E), Robert C. Padden (USA), Constantino Bayle (E), Lewis
U. Hanke (USA), John Tate Lanning
(USA), Ronald Syme (GB), Lesley Byrd Simpson (USA), Peter Pierson (USA), Claudio Sánchez Albornoz (E), y un
largo etcétera. A los que habría que añadir –si no los citara- a Colin Martin y Geoffrey Parker (británicos. Autores sobre la Gran Armada, los
Tercios y el Camino Español), o René
Quatrefages (francés, sobre los Tercios españoles), Joseph Pérez (F).
Añadamos a la inagotable lista al prestigioso Stanley G. Payne, quien de forma más ecuánime nos ilustra sobre
nuestra primera mitad del siglo XX. En fin, un libro de cabecera, el de Powell,
para documentarnos y desintoxicarnos los ciudadanos de a pie.”
José Mª Hernansáez Dios
Notas:
1.
Siempre fui de la opinión de que ‘la potencia
cultural de México’, antes que con los
exiliados españoles, se inició tras fundar España en este país la Universidad
mexicana, en 1551, después de crear la
Universidad de Santo Tomás de Aquino en Santo Domingo, en 1538, y al tiempo que
fundaba la de San Marcos, en Perú. Las tres en época de Carlos I de España, las
cuales todavía ’sientan cátedra’. Por otra parte, tampoco pretendemos defender
aquí a reyes tan inútiles como Carlos II, Carlos IV, déspotas nefastos como Fernando VII o al Espadón de
Loja que, al menos, tuvo de positivo que
bajo su mandato fundara el duque de Ahumada la Guardia Civil. Tampoco
vamos a disculpar a otro espadón: al general masón Riego.
Pese a los ‘trapos sucios’ que todo país que
se precie esconde, no acertamos a ver –insisto- a un francés vilipendiando a su
país: su Revolución, su Imperio napoleónico, al Gran Corso en sí, a Napoleón
III, a Juana de Arco, a Robespierre o a Rochelieu; a sus cárceles de La Santé o
de las Antillas francesas; a su historia secular e instituciones, o denunciando
el procedimiento ‘manu militari’ de las anexiones de los territorios periféricos
o insulares con que se amplió el espacio francés a costa de sus vecinos. Para
el galo, la patrie es la patrie. O a un inglés renegando de su
legado histórico, de su pasado, tradiciones irrenunciables e instituciones,
incluida la monarquía, condenando, por ejemplo, a Enrique VIII, a Oliver Cronwell o al
corsario Drake, que compartía con la reina el latrocinio de altamar. Ningún
británico aceptará que se le imputen a Churchill los bombardeos que ordenó sobre
poblaciones civiles indefensas (Dresde, etc.). O bien a un norteamericano
tildando a su país de prepotente por su intervencionismo como ‘gendarme del
mundo’ contra ‘el eje del mal’, el acaparamiento internacional del petróleo, el
criminal hundimiento del Maine (culpabilizándose
entonces a España a fin de apoderarse de Cuba con todos sus ingenios azucareros
y otras industrias, para cuyo logro desencadenó una mortífera guerra, quedando
de su ocupación la polémica Guantánamo), o aireando en su prensa, por ejemplo,
la verdadera historia de El Álamo, o mostrando la cara oculta de Abraham
Lincoln. Al ciudadano USA solo le preocupa el
sueño americano, su himno y su bandera2. Y si se trata de un
polaco cualquiera, que nadie intente hollar su santo suelo, su sagrada enseña,
su catolicismo a ultranza o su pasado (para ellos) glorioso e intachable,
permaneciendo siempre dispuesto a sacrificarse por su patria. ¡Y que nadie les
mienta a sus héroes y mártires! El orgullo
polaco, del que hablaba Solzhenistsyn.
Notas:
2.
Solo he conocido a dos norteamericanos que
hayan criticado a EEUU, pero únicamente su política nacional e internacional,
es decir, la nefasta actuación de sus políticos, pero enfocada desde una
perspectiva patriótica. Uno es William Blum, con su libro LA GUERRA DE
WASHINGTON CONTRA EL MUNDO (2001). Y el otro Michael Moore, con su película Farenheit
9/11. (2004). Una crítica a la guerra de Bush en Irak y a la política
de su Gobierno. (9/11: referencia al 11 de septiembre).
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