Carta de un recluso del campo nº3 a un familiar |
¿Cuántos campos de
trabajo hubo en Catalunya? En total seis que se distribuyeron así: campo
de trabajo nº 1, situado en el Pueblo Español de Montjuïch; campo de
trabajo nº 2, situado en el Hospitalet de l’Infant. Este tenía un campo
accesorio en Tivissa; campo de trabajo nº 3, situado en Omells de Na
Gaia; campo de trabajo nº 4, situado en Concabella; campo de trabajo nº
5, situado en Ogern; campo de trabajo nº 6, situado en Falset. Este tuvo
campos accesorios en Cabassers, Gratallops, la Figuera y Porrera.
¿Qué eran los campos de trabajo?
En realidad reproducían los “gulags”
soviéticos, o dicho de otra manera, eran campos de trabajos forzados
donde las condiciones eran inhumanas para los presos, tanto por el trato
cruel como por los asesinatos. Eran lugares donde se buscaba la
rentabilidad y el desprecio por la vida era constante. Los “gulags”
soviéticos y los campos de trabajo catalanes tenían en común: la
ubicación, el alojamiento de los internos, la identificación numérica, y
el régimen de trabajo.
Hay un hecho sustancial. La gente
condenada a ir a los campos de trabajo cumplía íntegramente la pena. No
había reducciones de pena por trabajo o buena conducta. Lo que tampoco
se podía asegurar es que, una vez finalizada la condena, saliera del
campo. El SIM (Servicio de Información Militar) decidía quién salía y
quién se quedaba.
Estructura e internados en los campos
La estructura no era muy numerosa:
director, y a veces un subdirector; el jefe de destacamento; el jefe de
servicio interior; el jefe de servicio exterior; y los vigilantes. Por
encima de ellos estaba el inspector general de los campos de trabajo.
¿Quiénes fueron a los campos de
trabajo? La verdad es que cualquier ciudadano tenía todos los números
para ir a parar a uno de los seis campos de trabajo. Menos los miembros
del SIM nadie se salvaba. Ahora bien, para ser algo más concretos los
presos se pueden clasificar de la siguiente manera: personas detenidas
por los servicios policiales sin ninguna actuación judicial; personas
detenidas sobre las que se había iniciado alguna actuación judicial;
personas ya enjuiciadas y que esperaban cumplir la sentencia; personas
enjuiciadas con sentencia absolutoria o sobreseimiento de la causa;
activistas contrarios a la República; desafectos a la República;
militares, guardias civiles y guardias de asalto desafectos a la
República; personas que habían intentado salir de la zona republicana;
clérigos, curas y sacerdotes; activistas y militantes del POUM;
militantes, activistas o simpatizantes de la CNT, FAI y Juventudes
Libertarias; oficiales y prisioneros de guerra; personas civiles de
zonas ocupadas; prófugos del ejército republicano; miembros de las
Brigadas Internacionales; infractores normas sobre abastecimientos;
infractores normas sobre transferencias de capitales; delincuentes
comunes.
Como vemos todos podían ir a los
campos de trabajo. No había exclusión. Esta afirmación no es del todo
cierta. Las personas mayores de 50 años no iban. Ahora bien, desde esta
edad hacia abajo, cualquiera era “bien recibido” en ellos.
¿En qué trabajaban los presos?
Cavaban zanjas que no servían para nada. Las jornadas eran muy largas e
iban más allá de las ocho horas que marcaba el reglamento. El ritmo de
trabajo era variado desde la apertura y la profundización de trincheras,
la construcción de nidos de ametralladoras, de minas, de carreteras, o
la tala y transporte a mano de troncos de árboles.
No todos los presos hicieron las
mismas tareas. Los arquitectos, ingenieros o delineantes trazaban las
obras; los médicos cuidaban de la salud de sus compañeros; pocos eran
escogidos para trabajar en las oficinas del campo.
¿Qué rutina llevaban en el campo? Se
levantaban muy pronto, aún de noche. Acto seguido se pasaba lista para
saber si, durante la noche, se había producido alguna fuga. Almorzaban
un café y un panecillo. Acto seguido se marchaban a trabajar. Sólo
paraban para comer. Volvían al trabajo. Al atardecer regresaban al
campo. De nuevo pasaban lista, cenaban y a dormir. Este ritmo monótono
se repetía cada día.
La incomunicación del prisionero era
total. Desconocía por completo lo que pasaba fuera del campo y, desde
luego, no podían recibir visitas. No podían hablar con nadie de fuera
del campo y los vigilantes tenían prohibido dar cualquier tipo de
información. Escribe Pere Ursòl Ferré: «Recuerdo
haber pasado dos años con sensación continua de hambre, sucios, sin el
menor asomo de privacidad, siendo tratados de manera barriobajera y a
golpes de garrote, viendo como la gente perdía los valores morales,
incluso vi a un sacerdote que robaba el pan de otro preso. Fueron días
muy angustiosos. Parecía no acabarse nunca».
Liberación y fin de los campos
A manera de epílogo podemos decir
que, a medida que avanzaba el ejército nacional, primero por Lérida y
después por Tarragona, los campos de trabajo se fueron desmantelando. El
último fue el del Pueblo Español de Montjuïch. Muchos de los condenados
regresaron a la prisión Modelo de Barcelona o a otras instaladas en los
lugares aún no conquistados. Muchos de los prisioneros sirvieron de
escudo humano cuando el ejército republicano avanzaba hacia el norte,
destino a Francia. Los campos de trabajo han sido un tema olvidado
dentro del que se denomina hoy en día memoria histórica. Se hicieron en
ellos auténticas atrocidades. Como dejó escrito Diego Abad de Santillán:
«la alcahueta de la guerra servía por esconder todas las infamias,
todas las complicidades o todas las cobardías».