Perder el 60%
de los habitantes de un imperio en un arco de quince años –que en
realidad fueron sólo unos diez– es una conmoción que no puede ventilarse
con cuatro líneas en un manual de historia. Eso fue lo que le sucedió a
España de 1810 a 1825 (o de 1813 a 1821): más de la mitad de los
españoles de entonces «no pudieron serlo» y ese drama personal y
político se ha visto sepultado durante doscientos años bajo los
escombros de frívolas explicaciones que nada explican y que adrede dejan
entre tinieblas sean los auténticos problemas de aquel momento, sean
las verdaderas razones de aquel cisma político y psicológico.
El libro de Ullate Fabo, «Españoles que no pudieron serlo», aborda
aquellos episodios en los que, mientras Napoleón tenía en cautividad
tanto al rey Fernando VII como al Papa Pío VII, una serie de
revoluciones desembocó en el desmembramiento del imperio español en
América y en el nacimiento de las actuales repúblicas americanas. En
palabras de Ullate, «estando ausente el padre (el rey) y la madre (la
Iglesia encarnada en el Papa)».
Es sorprendente que a estas alturas de la historia, doscientos años más tarde, todavía pueda haber un enfoque original, no explorado, sobre aquellos hechos. Más sorprendente todavía es que este punto de vista no se hubiera adoptado por ninguno de los españoles de ambos lados del océano: el de preguntarse no tanto por unas supuestas causas de la independencia sino por su legitimidad o no, a la luz del derecho público y de la historia. La conclusión del autor es que no sólo las independencias de América no tuvieron legitimidad ninguna, sino que la vergonzante reacción posterior de los españoles que dejaron de serlo en América y los que siguieron denominándose así en la península, se convirtió en una especie de pecado original que sigue lastrando la comprensión de nuestra identidad y de nuestra historia. Se trata, por lo tanto, de conocer la verdadera historia de la independencia, pero sobre todo de comprendernos mejor como españoles. Se trata de una provocación intelectual.
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