viernes, 25 de octubre de 2013

VALENTINA ORTE: Mosén Arnal: su suplicio y otras reflexiones



Es ésta una frase que creo podría definir muy bien la peripecia vital del personaje que les voy a comentar: Mosén Jesús Arnal Pena, natural de Candasnos (Huesca);  en los terribles días de julio de 1936, párroco de un pueblecito en pleno Pirineo oscense, que  hacía honor a su nombre, “Nido de Águilas”, es decir, Aguinalíu.

Mosén Jesús Arnal era un cura moderno. Llegó al pueblo vestido con un mono de trabajo a lomos de una motocicleta lo que causó sensación entre los vecinos. Al cabo de poco tiempo, se compró también un coche que fue de los primeros que se vieron por la zona. También se hizo con un aparato de radio (ingenio poco habitual en la época), a través del cual le llegaban las preocupantes noticias del deterioro de la coyuntura política en España. Fue así como se enteró del levantamiento militar del 18 de julio de 1936 y enseguida se percató de la gravedad de la situación y del peligro que corría su vida.

El día 22 de ese caluroso mes de julio se trasladó con su Peugeot al vecino pueblo de Torres del Obispo para entrevistarse con los párrocos, a los que no consiguió convencer de su preocupación y que luego pagaron con sus vidas su exceso de confianza. Mosén Jesús se mantuvo muy alerta en su Aguinalíu, y cuando el día 27 vio desde la iglesia parroquial, situada en lo más alto del pueblo, acercarse por la carretera un coche del que después salieron varios hombres armados, le faltó tiempo para, tras avisar a la señora María ̶ su casera ̶   del lugar donde lo encontraría, dirigirse a toda prisa a la sierra que, como buen cazador, conocía ya a la perfección.

Allí se encontró con el párroco de Olvena, don Antonino Ferrando, que también había tenido que huir de su pueblo y buscar cobijo en la misma sierra. Tras bajar de nuevo a Aguinalíu y ser informados de la gravedad del asunto y de la casi segura vuelta al lugar de los milicianos, decidieron volver a esconderse en los montes que se extienden entre los pueblos de Aguinalíu y Estadilla. Pasaron unos días refugiados en una cueva, pero, cuando la señora María les dijo que se sentía vigilada y ya no podía llevarles más víveres, decidieron ir a Estada, donde mosén Ferrando tenía un sobrino miembro del Comité y de quien esperaban recibir protección. Se llegó primero a la casa don Antonino y unas horas después fueron a buscar a don Jesús. El cuadro que éste se encontró fue desolador: Las mujeres de la casa y mosén Ferrando llorando y los demás, nerviosos y excitados. Según refiere en sus memorias[1], al preguntar qué sucedía, le contestaron que las cosas estaban muy mal para los sacerdotes. Uno de los sobrinos le dijo:
Es que…mire usted, le seré sincero. Hay consignas para que no se respete a ninguno de ustedes y esto es un gran compromiso para mí, por ser del Comité. Para guardar a mi tío, tengo excusa, por ser de la familia. Pero, la verdad, usted no podrá quedarse aquí, y créame que lo siento. Quisiera hacer algo por usted, pero me comprometo demasiado”. “No se preocupen ̶  contestó mosén Jesús ̶ , que no quiero ser motivo de compromiso para nadie. Creo que podré arreglarme solo. La ayuda de Dios no ha de faltarme.
Nada tenía decidido sobre la ruta a seguir. Salió por la carretera de Estadilla y llegó a Barbastro. Llegado a la ciudad del Vero, adoptó un lenguaje y al cabo de unos días también una vestimenta más apropiada para sus intenciones, de modo que se hizo pasar por un miliciano enrolado en la sección de transportes; es decir, trabajó como chófer. De su estancia allí nos dejó un relato de lo ocurrido en la noche del miércoles 29 de julio:
A la hora de cenar nos reunimos en el comedor unos cuantos conductores  y un grupo de los dedicados al asesinato. Precisamente era el grupo que con tanto empeño como odio me estaba buscando.
̶ ¡El cabrón del cura de Aguinalíu se nos ha escapado y no podemos dar con él! ̶ decía uno de ellos.
¿Cómo pude conservar la serenidad? ¿Es que mis nervios en la adversidad se habían convertido en acero? No lo sé y aún hoy no lo comprendo, y mi atrevimiento llegó a más, tomando algo de parte en la conversación a fin de no traicionarme. Incluso llegué a ridiculizarles por su incompetencia por no saber encontrar “al Curazo” de Aguinalíu. ¡Tan cerca que lo tenían!. Sentábase a mi derecha un escorpión con forma humana, cabellos rojo-panicera, lleno de pecas y picado de viruela. Si la cara es el espejo del alma, forzosamente la tenía muy fea y muy negra. Me pareció el peor de todos, si fuese posible un peor dentro de aquel grupo de alacranes.
Cenaba con el mosquetón entre las piernas y siempre que hablaba lo acariciaba. ¡Hoy ̶ decía ̶ te has cargado a tantos! ¡Hoy ha caído un pescado gordo! ¡Hoy ha caído Moncasi![2]
Y continuando las palmaditas al mosquetón, añadía: ¡Buen día hoy, amigo, y aún te espera más trabajo!. Terminada la cena se levantaron primero los del grupo, y uno de ellos arrojó un puñado de billetes sobre la mesa, diciendo: Esto para los chóferes, para que se corran una juerga esta noche.
Dándose cuentadel gran peligro que corría, decidió escapar de la ciudad. Andando por la noche y escondiéndose durante el día, llegó primero a Selgua y a Monzón y se dirigió después hacia Candasnos, lugar donde había nacido, donde residía su familia y donde esperaba encontrar protección y apoyo. Pasando calor, sed y hambre, llegó hasta las puertas de Pomar de Cinca y, atravesando por la noche el barranco del Clamor, desorientado a ratos y con el cuerpo lleno de rasguños y arañazos, logró alcanzar los alrededores de Estiche. Allí, encontró trabajando en el campo a antiguos conocidos que le informaron de la situación relativamente tranquila que reinaba en el pueblo y que Timoteo Callén, viejo amigo suyo, era el jefe del Comité local. No obstante, tomó precauciones y, escondido entre la leña de un carro, entró en el pueblo. No iba descaminado en sus temores, porque, aunque el Comité de Candasnos había respaldado a su párroco, éste, mosén Félix Antonio Launed Carreras, natural de Albalate de Cinca, había sido fusilado en Fraga el 23 de julio.

Enterado de su presencia, enseguida se presentó Timoteo Callén en su casa familiar, dispuesto a salvar a su amigo a toda costa, incluso proponiéndole hacerle un carnet de la CNT-FAI con fecha de 1930. Uno del Comité, muy radical, no pensaba igual y, aprovechando una ausencia de Callén, detuvo a don Jesús. En cuanto Timoteo volvió al pueblo, excarceló al sacerdote y lo tomó bajo su protección e impidió de ese modo que milicianos incontrolados llegados desde Barcelona pudieran poner en peligro su vida. Los ácratas seguían con fijeza la idea de asesinarle. Para contrarrestarles, llegó a sacar a Arnal al balcón central del Ayuntamiento de Candasnos, con todo el pueblo congregado en la plaza, para conocer por boca del mismo pueblo y como si de un juicio popular se tratara, la opinión de éste sobre el futuro de su amigo. Sin pretender caer en irreverencia, a mí me recuerda el juicio al que Pilato sometió al otro Jesús, al Gran Jesús. Afortunadamente para mosén Arnal aquí el vecindario no gritó:¡Crucifícale, crucifícale!.Todo el pueblo unánimemente exigió respetar su vida, claro que, como cuenta la propia víctima, Callén manejó muy bien el asunto: “Como los individuos peligrosos eran muy pocos, por precaución y con mucha vista, fueron rodeados por los más adictos a mi persona”.

Pero los partidarios de liquidar a todos los curas volvieron a la carga. Se presentaron en grupo mucho más numeroso de milicianos armados con la intención de “llevarlo a declarar a la Comarcal” lo que, en realidad, significaba, como en tantos otros casos, que le asesinarían en cuanto saliesen del pueblo. Cuando subían por las escaleras en busca del sacerdote, Timoteo les apuntó con su arma amenazando con dispararles. Ante esta firme actitud, desistieron, pero Callén le expuso claramente que solo podría salvarle si iban a hablar con Durruti con quien le unía una gran amistad. Fue primero Callén a hablar con el jefe anarquista el cual asombrado le pregunta: ¿Verdaderamente tienes deseo de salvarle?. Pues mira Callén, para seguridad absoluta no veo más que una solución: que le traigas a la Columna. ¿De acuerdo?

Durruti, como anarquista que era, no acababa de entenderlo: si se perseguía al sacerdote por el hecho de serlo, ¿por qué no se le iba a asesinar? Como a tantos otros, naturalmente. El mismo párroco de Bujaraloz, (el pueblo donde  el jefe anarquista asentó su cuartel general), don Damián Jesús Franco Pallás fue asesinado allí mismo, en el mes de septiembre o al joven de 16 años Ángel Caro Andrés, acusado de ser falangista, a  quien, aunque en un primer momento pudo salvar en virtud de su edad, al final, las hordas de Tauste acabaron con su vida y le quemaron en Pina de Ebro. Ante las furias anarquistas absolutamente desatadas, ni siquiera Durruti, jefe de gran predicamento ante sus tropas, tenía fácil proteger la vida de nadie y menos la de un sacerdote, en aquél ambiente que él mismo había contribuido a crear. Ello le planteaba un grave problema: no podía enfrentarse abiertamente a sus milicianos pero, por otra parte, lo que él consideraba un deber de amistad con su gran amigo Timoteo Callén, le obligaba a satisfacer su petición.

Quedaron al día siguiente y, puntualmente  estuvieron Timoteo y don  Jesús. Buenaventura había encontrado la solución. Fueron cordialmente saludados y don Jesús recuerda que se dirigió directamente a él diciéndole:
̶  Bueno, y tú, ¿qué prefieres? ¿Irte a casa o quedarte en la Columna?
̶  ¿Es que tengo derecho de opción?
̶  Mira, te seré sincero. Si te marchas, alguno de esos grupos incontrolados te matarán, porque no siempre tendréis la misma suerte; y si te quedas, yo respondo de tu seguridad porque estarás bajo mi absoluta protección”.
Falto el líder ácrata de personas preparadas para menesteres administrativos, encarga al recién llegado llevar la estadística y el papeleo del personal de la columna de milicianos. No fue exactamente secretario[3] de Durruti, no pasó de escribiente en su puesto de mando, aunque alcanzara en poco tiempo una posición de cierto relieve gracias a su formación, superior con mucho, a la de la gente que le rodeaba. En sus memorias afirma que tampoco fue su consejero o confidente, entre otras razones porque “Durruti no era hombre que se dejara manipular ni tolerase soplones. Mis relaciones con él, sin ser nunca íntimas, se cimentaron en el mutuo respeto a nuestras ideas, tan opuestas como legítimas. Me trató a distancia pero con deferencia y yo le correspondí con lealtad, pues nunca olvidé su generoso comportamiento conmigo en situaciones por demás delicadas”.
Muy pronto se gana don Jesús la confianza del anarquista, quien le encarga, además de las burocráticas, otras tareas de importancia, como, por ejemplo, acabar con la corrupción que se había apoderado de la ciudad de Lérida, donde algunos confiscaban bienes de forma fraudulenta en nombre de la Columna[4]. En otra ocasión cuenta mosén Arnal que el jefe anarquista se coló una mañana en su despacho con un humor de mil diablos:
- ¡Esto de las mujeres en la Columna se tiene que acabar ya mismo! De lo contrario nos vamos a quedar tú y yo solos para contarlo.
- Me parece una gran idea; tardía, pero buena- aprobé. Lo que no entiendo es que nadie cayera en la cuenta de que admitir mujeres entre los milicianos tendría estas consecuencias.
- ¡Ya estamos con la retórica! Lo hecho, hecho está. Ahora a lo que vamos es a arreglarlo para siempre y vas a ser tú quien intervenga.
- ¿YO? - le pregunté asombrado- ¿No te parece que un cura manejando putas no es lo más propio? ¿Por qué no lo encargas a otro más metido en asuntos de faldas? ¿O es que quieres emplearme para catequizarlas?
-Déjate de coñas, que la cosa es muy seria. Te encargo a ti  porque lo harás mejor que nadie y con más discreción.
- ¿ Y qué hay que hacer ?
- Habla con la gente de Transportes y manda todos los vehículos disponibles a las centurias. Que recojan a las milicianas, sin dejar ni una; que las lleven a la estación de Sariñena y que las facturen a Barcelona en vagones precintados. ¿Lo oyes bien? ¡Precintados!
La orden se cumplió al pie de la letra, pero fue un fracaso. No habían pasado quince días cuando volvieron a aparecer mujeres en las centurias, quizás las mismas que habíamos pasaportado y con las mismas o más ganas de "distraer" al personal: Es cierto que sus estragos fueron menores que antes, no porque faltara materia prima, sino porque la gente estaba ya entrenada en el uso de artilugios profilácticos y, habiendo desaparecido el lazareto de Bujaraloz, no tenía el menor interés de dejarse cazar por la enfermedad. La verdad fue lo que relato; lo viví muy de cerca”[5].
Una de las numerosas anécdotas que vivieron juntos  destaca por el sorprendente respeto y sensibilidad con que Durruti trató a Arnal. Un día entró en el despacho de don Jesús con un paquete en las manos que contenía un regalo para su secretario. Cuando éste desenvolvió el paquete su sorpresa fue mayúscula al ver que contenía nada más y nada menos que aquello que más apetecería el sacerdote. Una espléndida Biblia escrita en latín. Bien es verdad que, con toda seguridad, procedería de un robo, pero al menos, se agradece la delicadeza del anarquista al valorar, tanto el libro en sí  como lo que supondría para su secretario, porque con ello evitó que la magnífica obra fuera quemada en la plaza pública como desgraciadamente ocurrió con tantos otros libros sagrados, imágenes, retablos e iglesias enteras.

Un mes llevaba don Jesús trabajando en las oficinas como secretario y protegido de Durruti. Mantenía buenas relaciones con todo el mundo, si bien, solo unos pocos conocían su condición de sacerdote, porque, a la premeditada persecución a los miembros de la Iglesia, por el sólo hecho de serlo,  se añadía que eran tenidos por colaboracionistas activos con el enemigo, con el Ejército nacional. A este respecto cuenta que un día se le presentó el Delegado General de Abastos para el interior de la Columna, un tal Pascual, con el que mantenía buena amistad, quien con gran prudencia y sigilo le pidió una autorización para registrar tres casas de Bujaraloz porque estaba seguro de que en una de ellas estaba escondido el cura de Candasnos, el cual junto a otros dos y desde un coche habían hecho señales a los nacionales indicando el cruce de carreteras.
No te empeñes Pascual, le dije, en ese coche no iba el cura de Candasnos. Él fue muerto en los primeros días de la guerra. –No se trata propiamente del cura de Candasnos, contestó, sino de uno que es hijo de Candasnos. Para más detalles te diré que es el de la Central de Teléfonos. Dame la autorización que te pido y dentro de un rato lo tendrás aquí.
-Mira Pascual, insistí. Ése que dices soy yo. Ya ves que no podía ir en ningún coche ni estoy escondido en ninguna casa de Bujaraloz . (Se podrá decir que no hizo ostentación de su condición de sacerdote, pero no que renegara de ello).
Cuando Durruti con algunos de sus hombres fue enviado a reforzar la defensa de Madrid, mosén Jesús continuó en la columna en el frente de Aragón y siguió disfrutando de la protección de los nuevos mandos. La muerte del jefe anarquista dejó a mosén Jesús en una difícil situación, pero a la postre sus temores sobre la pérdida de la protección de los nuevos mandatarios de la columna resultaron infundados y el cura de Aguinalíu siguió entre las filas anarquistas hasta el final de la contienda cuando las fuerzas anarquistas recularon hacia Fraga. Allí sufrieron un severo bombardeo y se vieron obligadas a cruzar el río Segre, situándose lo que quedaba de la 26 división en la localidad leridana de Artesa. Poco después retrocedieron hasta la población de Suria, lugar que fascinó a Jesús Arnal y donde pasó una temporada inolvidable, hasta que una de las mozas del pueblo, llamada Neus, se enamoró de él y a quien, sin descubrir nunca su verdadera identidad, tuvo que apagar las ilusiones para evitar falsas esperanzas y no traicionar su propia condición sacerdotal.

La desbandada final en la derrota militar llevó a lo que quedaba de la división hasta Puigcerdá y de allí a la frontera francesa. Mientras la mayoría de sus compañeros empezaba un exilio sin retorno, mosén Arnal decidió tramitar de inmediato su regreso a España. Su despedida de algunos amigos, sobre todo de su apreciado Ricardo Rionda "Rico", fue muy emotiva, pero el cura volvió a nuestro país por Irún, para ser conducido al campo de prisioneros de la Merced en Pamplona.

Allí tras los controles y  comprobaciones de rigor, verificaron que, en contra de cuanto se había dicho, no era un sacerdote desertor, que no había abandonado el sacerdocio y que no estaba imbuido por las ideas anarquistas; que más bien se consideró como un refugiado en las filas enemigas y nunca como un colaborador a su causa y que se aferró a dos principios en su vida: no traicionar sus convicciones y ser leal a quienes le daban protección. No se le pudo acusar de nada. Además los vecinos, tanto de Candasnos como de Aguinalíu informaron favorablemente, y también fue avalado por las nuevas autoridades de Candasnos y por distintas jerarquías del Movimiento, así que no encontraron motivos para condenarle ni por hechos políticos ni eclesiásticos. Le fue concedida la libertad y pudo reincorporarse a sus labores propias como cura ecónomo de Lascuarre  ̶ con las parroquias de Laguarres, Monte de Roda y Castigaleu a su cargo ̶ , cuya titularidad había quedado vacante.

Sin embargo su destino en parroquias de su amado Pirineo oscense, no le trajo a mosén Arnal la paz. Surgiría otro problema que supondría de nuevo un calvario para él, cuando, amparados en la cobertura que les daban las altas cumbres y las estribaciones de las montañas, aparecieron por su zona “los maquisards”, los maquis o guerrilleros que, tras su participación en la liberación de Francia de los nazis, creían que era el momento de derrocar al régimen del general Franco. Pensaban que iban a contar con el apoyo de De Gaulle y de las potencias aliadas. Esperaban que en España muchos se unirían a su causa y engrosarían sus filas. Nada de eso ocurrió. Los aliados no les prestaron la ayuda esperada y el pueblo español que estaba en su mayor parte hambriento, harto de guerras y aterrorizado por el posible renacimiento de la misma, tampoco. La presencia de los maquis en los pueblos ponía a sus habitantes en una dramática situación entre dos fuegos. Franco reaccionó enseguida y envió numerosas fuerzas militares que superaban en todo a las de los guerrilleros. Desde Francia los responsables de la llamada “Operación Reconquista” constataron el fracaso y cambiaron de estrategia. Se trataba de tranquilizar la frontera para facilitar el paso de los elementos clandestinos. Después de 1945 aún quedaron maquis en los Pirineos. En Ribagorza, y sobre todo en Sobrarbe, se reavivó su actividad con la vuelta de “Villacampa”[6] desde Francia en 1946. Su detención a principios de 1947 supuso el inicio del irreversible declive del movimiento guerrillero.

Durante los años que duraron las andanzas de los maquis, provocaron situaciones comprometidas y difíciles para los sacerdotes de la zona. ¿Qué hacer cuando llamaban a su puerta pidiendo pan  o abrigo? ¿Debían dárselo y exponerse a ser considerado “colaboracionista”? o, bien, ¿debían negárselo y no cumplir con sus deberes sacerdotales de caridad y amor al prójimo? Hubo de todo. Entre los que prestaron incondicional ayuda, podemos mencionar al  santero de hábito blanco de la ermita de Torreciudad, conocido como Padre Juan. Les acogía y daba alimentos con bastante asiduidad, de modo que, al decir de Sánchez Agustí[7],  la ermita era considerada como una de las tres bases que los maquis tenían en el Pirineo (las otras dos eran la casa Peralta y el pueblo de Juseu).

Otro ejemplo de las dudas que sobre su proceder atormentaban a los sacerdotes de la zona, lo protagonizó, precisamente el cura párroco de Juseu, quien, ̶ recordando actuaciones de los milicianos, anarquistas o guerrilleros pocos años atrás ̶ , cuando supo de su llegada, lleno de temor, intentó huir saltando por una ventana con tan mala fortuna que se torció un tobillo en la caída. Los propios maquis lo curaron y uno de ellos, Françesc Mestre Font, que era creyente e incluso llevaba consigo un rosario y libros religiosos, confraternizó con él. Al parecer, aquel párroco, sumido en un gran desconcierto, llegó a decir en un sermón posterior que “los guerrilleros no son bandidos como los presentan, sino hombres con mucha dignidad que merecen todo nuestro respeto”.

Mosén Arnal  tuvo algunos problemas por haber recibido la visita de varios maquis, acto sobre el que debió informar en los años siguientes en el expediente que se le incoó, afirmando en el mismo que los recibió “por deber cristiano”. Esto que, desde la óptica de los deberes sacerdotales, deberíamos comprender, no deja de producir cierto desasosiego al recordar los objetivos que tenían aquéllos que llamaban a su puerta, los mismos, al menos ideológicamente, que tanto dolor habían causado en toda España no hacía tanto tiempo; todo ello con el agravante que suponía el desempeño de funciones que, durante la guerra, había realizado mosén en las filas anarquistas. De modo que estas visitas supusieron un nuevo sufrimiento para mosén Arnal por la lógica desconfianza que despertó en su Obispo, quien siempre le consideró como un cura rojo que no le merecía confianza , así que lo mantuvo bajo vigilancia, trasladándole cada poco de parroquia hasta que se acabó el asunto del maquis en los Pirineos en cuyo momento le envió a Ballobar, donde estuvo, ya sin problemas, desde 1947 hasta 1971 en que falleció.

No obstante, en este último periodo, a mosén Arnal el destino le va a proporcionar, evidentemente, un resarcimiento de dolores pasados y, desde luego, una gran satisfacción, ya que pudo devolver el favor de cierta protección a su amigo Timoteo Callén[8]. Éste que fue encarcelado en Huesca al finalizar la guerra, solicitó ayuda a su antiguo recomendado, el cual informó favorablemente en el expediente en que aquél estaba incurso. Afirmó categóricamente, que únicamente a él, a Callén, se debía que no hubiera habido derramamiento de sangre en el Candasnos republicano. Realizó cuantas gestiones pudo a favor de Timoteo, de modo que con su aval personal (lo que demuestra que don Jesús estaba bien considerado en ambientes políticos, sociales y eclesiásticos), y pecuniario, consiguió que su amigo de la infancia y benefactor en tiempos difíciles, fuera puesto en libertad.

Este hecho nos induce a una reflexión sobre los comentarios que algunos sectores hacen acerca de la justicia de los tribunales de Franco y sobre las próximas beatificaciones de mártires. Se levantan cada vez mayor número de voces criticando, más o menos veladamente, las próximas beatificaciones de aquellos que durante la guerra civil murieron por odio a la fe. En su sectarismo llegan a ponerlo en plan de igualdad con los que fueron ejecutados tras sentencia de los tribunales de los gobiernos del general Franco. Falaz analogía. Olvidan, alevosamente, que los beatificados lo son por haber sido sañudamente perseguidos por montes y quebradas como si de alimañas se tratase, por la simple razón de ser miembros de la Iglesia, ya fueran ministros o humildes fieles, a los que, sin otorgarles ningún medio de defensa, asesinaron en cunetas o tiraron al mar, pantanos o ríos.

Por el contrario, los que protestan  por el reconocimiento a sus méritos y pretenden la equiparación con los ajusticiados, no quieren admitir que, en su mayoría, éstos lo fueron por haber sido los ejecutores de aquellos inocentes y no solo “por haber pertenecido a un sindicato de izquierdas”[9]. El caso del anarquista Timoteo Callén lo desmiente. Miembro destacado de la FAI, Jefe de comité de la CNT, una vez juzgado, se paseó por España libremente durante 21 años, hasta su fallecimiento en Bellver de Cinca en 1967.

Quienes fueron castigados a la última pena, lo fueron en juicio con defensa, al contrario  de lo ocurrido con sus víctimas. En este caso resulta paradigmático lo sucedido con Sebastián Fernando Macarro Castillo de alias, Marcos Ana. Éste, que había sido condenado a muerte,  no por pertenecer a un sindicato, sino por el asesinato a sangre fría de cuatro personas: Marcial Plaza Delgado y su padre D. José, Amadeo Martín Acuña y Agustín Rosado, Franco le conmutó la pena por 30 años de cárcel en razón de sus pocos años cuando cometió sus fechorías.  Ya en la cárcel de Porlier en Madrid, escribió un libro de poemas bajo el nombre de Marcos Ana, que entusiasmó a Alberti y demás intelectuales progres, los cuales movieron sus hilos  ̶ masonería incluida ̶  hasta conseguir que fuera incorporado a la medida de gracia del Gobierno de Franco según la cual las personas que llevaran más de veinte años ininterrumpidos en prisión serían excarceladas. De este modo, Marcos Ana, único condenado por cuatro asesinatos probados, fue liberado el 17 de noviembre de 1961 sin cumplir íntegramente la pena que le había sido impuesta. A partir de entonces desarrolló una vida casi como héroe social, dando charlas, conferencias y, lo que considero inexplicable: que le concedan premios, honores y homenajes por parte de muchos de aquellos que se los quieren negar a sus víctimas.


[1] “Por qué fui secretario de Durruti”, publicado en Tárrega en 1972, cuyo  testimonio se sigue en este artículo.
[2] JOSÉ MONCASI SANGENIS, Abogado natural de Zaragoza y Diputado a Cortes por Huesca. Se encontraba de vacaciones con su mujer e hijos en Boltaña, donde fueron a buscarle. Le asesinaron en Barbastro el 29 de julio de 1936.
[3] Los secretarios tenían una responsabilidad considerable .Eran, a menudo, elegidos, más que por su dedicación política, porque sabían leer y escribir. En una colectividad del alto Aragón, el secretario era un estudiante universitario, hijo de una familia importante de la  zona, don Vicente de Piniés, ex ministro de la monarquía. El estudiante-secretario, era don Jaime de Piniés, que más tarde se alistó en el ejército republicano, atravesó las líneas en pleno combate y llegó a ser embajador con Franco. (de “La Guerra Civil Española”, T 2 pg.606, por Hugh Thomas).
[4] Martin Ibarra Benlloch:” La persecución religiosa en la diócesis de Barbastro-Monzón (1931-1941)”: En la nota 451 hace mención a un informe sobre la persecución religiosa en Lasguarres,  en la que se manifiesta que un tal Jesús Barrau había llevado a cabo actuaciones muy violentas, que era el terror de esos pueblos y, sobre todo era autor de numerosos robos en beneficio propio, lo que debió disgustar tanto a los de la Comarcal de Graus, que éstos decidieron fusilarle, llevando a cabo esta acción “los de Investigación de Graus”.
En nota 471 se hace también mención a la importante destrucción del patrimonio religioso y artístico de la villa de Graus.
[5] Insiste en ello, porque, para cuando escribió sus Memorias, circulaba la afirmación de que Durruti había ordenado quemar los vagones con las mujeres dentro de los vagones precintados.
[6] Joaquín Arasanz Raso, “Villacampa”, el más famoso de los maquis altoaragoneses, nació en 1917 en la pequeña aldea de La Pardina, perteneciente a la localidad de Castejón de Sobrarbe. Luchó en varios frentes y con la 43 División, a cuyo mando estaba el mayor de Milicias Antonio Beltrán Casaña, L´Esquinazau, pasó a Francia en febrero de 1939 donde participó activamente junto a otros guerrilleros españoles en la Resistencia contra los ocupantes nazis. Con la guerra ya decidida a favor de los aliados, "Villacampa" formó parte de los grupos de maquis que en el otoño de 1944 entraron en España a través de los Pirineos con la intención de derrocar al régimen del general Franco. Su agrupación instaló un transmisor en la Central Eléctrica de Huerta de Vero que le permitía comunicarse con Francia. El 20 de enero de 1947 la Guardia Civil atacó la instalación. Joaquín Arasanz Raso fue herido y capturado junto con Francisco Villarier Amorós, José Cabero y dos mujeres. En el enfrentamiento murieron los guerrilleros José Martínez Ruiz y José Bosch. Villacampa fue llevado ante un consejo de guerra celebrado el 18 de febrero de 1948. En el juicio fue condenado a muerte, pena conmutada más tarde por treinta años de prisión que no cumplió en su totalidad.
[8] Candasnos perteneció al monasterio de Sijena  pero Callén no dio importancia a la destrucción del magnífico monasterio, aquélla que sin embargo horrorizó al mismo Durruti. Ni al “traslado” forzoso del párroco de Bujaraloz al que asesinaron en el monte del pueblo el día 17 de septiembre de 1936.
[9] EL PAÍS| 23 de abril de 2013. Juan Rubio Fernández, director del semanario Vida Nueva.

Valentina Orte

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