En
las primeras horas de la mañana del 16 de febrero de 1936 empezaron a
movilizarse las legiones de electores en ciudades y pueblos para reñir
la gran batalla. No obstante el apasionamiento, las votaciones se
desarrollaron con una normalidad ejemplar. Las medidas de seguridad
adoptadas por el Gobierno dieron resultado y los incidentes fueron
pocos. Los primeros datos daban el triunfo de la Ezquerra en Barcelona y
en casi toda Cataluña. En Madrid, la candidatura del Frente Popular iba
delante.
Por la noche grupos estacionados en la Puerta del Sol y
ante la Cárcel Modelo proclamaban a gritos y puños en alto el triunfo de
las candidaturas revolucionarias en toda España. A las dos de la
madrugada (17 de febrero) en el Ministerio de la Gobernación se fueron
recibiendo informes de muchas provincias, donde las muchedumbres frente
populistas, exacerbadas por agitadores, dominaban la calle y trataban de
asaltar las cárceles para liberar a los presos. La situación se fue
agravando, ardiendo iglesias y conventos en pueblos de Cáceres, Cádiz,
Sevilla, Córdoba, Málaga y Murcia.
En Elche, según una crónica periodística del 24 de febrero de 1936, se podía leer:
“Ni
uno solo de los 40.000 habitantes de la ciudad de Elche pudo cumplir el
domingo pasado con el primer mandamiento de la Iglesia. Tres iglesias
parroquiales tiene el pueblo, aparte de otro gran templo de las monjas
clarisas, y uno o dos pequeños oratorios de otras comunidades de
religiosas. El domingo pasado estaban esas cuatro iglesias en escombros.
No había ni altar ni quien oficiara sobre él. En estos días sobre
Elche, la ciudad de las palmeras y el “misterio” asuncionista, se había
desatado el vendaval de la revolución”.
El general Franco,
jefe del Estado Mayor Central, llamó al inspector General de la Guardia
Civil, general Sebastián Pozas Perea, para advertirle que se estaban
sacando de las elecciones unas consecuencias revolucionarias.
“Vivimos
–decía Franco– en una legalidad constitucional la cual nos obliga a
acatar la declaración de las urnas. Mas todo lo que sea rebasar ese
resultado es inaceptable por virtud del mismo sistema democrático. A la
vista de lo que sucede, y por si los desórdenes van en aumento, debe
preverse la posibilidad de que sea necesario declarar el estado de
guerra”». Pero el general Pozas Perea no compartía la alarma ni el
pesimismo de Franco. Complacido, a fuer de buen republicano y masón, del
triunfo del Frente Popular, consideraba los desmanes como una legítima
expansión jubilosa de los vencedores, que remitiría pronto.
Sin
embargo las noticias cada vez eran peores. El general Fanjul mostró a
Franco los informes recibidos por muchos candidatos derechistas de
localidades cuyos vecindarios estaban aterrorizados. Ante hechos de
tanta gravedad, Franco se consideró obligado a informar al ministro de
la Guerra. Dormía el general Nicolás Molero Lobo, que se sobresaltó al
conocer el relato de los sucesos. Franco le aconsejó que instara al
presidente del Consejo para que sin pérdida de tiempo, acordaran
declarar el estado de guerra. El general Molero dudó antes de decidirse,
pero al fin prometió que a primera hora de la mañana recomendaría a
Manuel Portela Valladares que adoptara aquella decisión. Así lo hizo. Se
celebró la conversación por teléfono, y el ministro argumentó
ayudándose de un guion redactado por Franco.
A las diez de la
mañana se reunió el Consejo de Ministros bajo la presidencia de Niceto
Alcalá Zamora. A la salida Portela afirmó que sería respetada la
voluntad nacional y que se había declarado el estado de alarma por ocho
días en toda España. Se restablecía la previa censura. Por concesión del
Presidente de la República y acuerdo del Consejo de Ministros, el jefe
del Gobierno había sido autorizado para declarar el estado de guerra
allí donde considerase necesario. En el Ministerio de la Guerra se
procedió a dar cumplimiento a la orden de declarar el estado de guerra.
El propio general Franco escribió las oportunas instrucciones y se puso
en relación con los Comandantes Militares de aquellas capitales donde la
situación era más seria. Las autoridades civiles de Zaragoza, Oviedo y
Valencia resignaron el mando y las tropas fueron puestas en la calle. En
este momento se recibió en el Ministerio una contraorden, que dejaba
sin efecto el decreto. El jefe del Gobierno confirmaba, poco después, la
anulación de la medida por expreso encargo de Alcalá Zamora.
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Concentración socialista: Oviedo, 14 de junio de 1936 |
Suena La Internacional y se dan vítores a Rusia
En la Puerta del Sol suena La Internacional entonada puños en alto y
vítores a Rusia. El 17 de febrero el ministro de Instrucción Pública
ordena la suspensión de clases en la Universidad. El de Gobernación
autoriza la reapertura de la Casa del Pueblo, donde ondea la bandera
roja. La Sala Segunda del Tribunal Supremo es convocada con carácter
urgente para poner en libertad a los directivos de las organizaciones
socialistas. Mientras el Gobierno, indeciso y amedrentado, no hace nada.
La Prensa revolucionaria destaca estrepitosamente el triunfo, hasta
entonces basado en conjeturas, entre adjetivos:
“aplastante, arrollador, impresionante, formidable”.
Los resultados sufrirían alteraciones fundamentales en el transcurso de
horas, y en los días siguientes a la elección por huida de los
gobernadores, intromisión de los Comités del Frente Popular en la
falsificación de actas, por amaños en las votaciones y otros fraudes.
Falsificación de resultados según Alcalá Zamora
Según Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República en 1936, en su artículo
Los caminos del Frente Popular, publicado en
Journal de Genéve el 17 de enero de 1937, enumera las irregularidades electorales:
“A
pesar de los refuerzos sindicalistas, el Frente Popular obtenía
solamente un poco más, muy poco, de 200 actas, en un Parlamento de 473
diputados. Resultó la minoría más importante, pero la mayoría absoluta
se le escapaba. Sin embargo, logró conquistarla consumiendo dos etapas a
toda velocidad, violando todos los escrúpulos de legalidad y de
conciencia.
Primera etapa: desde el 17 de febrero, incluso
desde la noche del 16, el Frente Popular, sin esperar el fin del
recuento del escrutinio y la proclamación de los resultados, la que
debería haber tenido lugar ante las Juntas Provinciales del Censo en el
jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva del desorden, reclamó el
Poder por medio de la violencia. Crisis: algunos Gobernadores Civiles
dimitieron. A instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre
se apoderó de los documentos electorales: en muchas localidades los
resultados pudieron ser falsificados.
Segunda etapa:
conquistada la mayoría de este modo, fue fácil hacerla aplastante.
Reforzada con una extraña alianza con los reaccionarios vascos, el
Frente Popular eligió la Comisión de validez de las actas
parlamentarias, la que procedió de una manera arbitraria. Se anularon
todas las actas de ciertas provincias donde la oposición resultó
victoriosa; se proclamó diputados a candidatos amigos vencidos. Se
expulsó de las Cortes a varios diputados de las minorías. No se trataba
solamente de una ciega pasión sectaria; hacer en la Cámara una
convención, aplastar a la oposición y sujetar al grupo menos exaltado
del Frente Popular. Desde el momento en que la mayoría de izquierdas
pudiera prescindir de él, este grupo no era sino el juguete de las
peores locuras.
Desde el 17 de febrero, incluso desde la
noche del 16, el Frente Popular, sin esperar el fin del recuento del
escrutinio y la proclamación de los resultados, lo que debería haber
tenido ante las Juntas Provinciales del Censo en el jueves 20,
desencadenó en la calle la ofensiva del desorden: reclamó el Poder por
medio de la violencia. Crisis; algunos gobernadores civiles dimitieron. A
instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se apoderó de
los documentos electorales; en muchas localidades los resultados
pudieron ser falsificado”.
Comentarios de diferentes medios de comunicación
La situación el día 18 era dramática. La anarquía se propagaba de una
provincia a otra. Motines, asaltos, crímenes, incendios. El
ABC comenta:
“Esto
es la República: la de abril y la de todas las fechas. Pueden cambiar
el ritmo y algunos accidentes o aspectos, pero nunca la entraña y el
ser”.
El Berliner Lokal Anzeiger pronostica que
“la victoria de las izquierdas, traerá el reinado del terror y el dominio de la calle, la insurrección y el asesinato”.
El londinense
Daily Mail asegura:
“Es
evidente que la democracia está a punto de rendir su último suspiro en
España, país que nunca prosperó desde el destronamiento de Alfonso
XIII”.
El diario soviético
Pravda comenta:
“Los
comunistas españoles saben que no pueden esperar la realización del
programa del Frente Popular de un Gobierno de izquierdas que
probablemente se formará. Les incumbe la tarea inmediata de acrecentar
por todos los medios la actividad de las masas trabajadoras”.
Desórdenes y violencias
Desgraciadamente no faltó el ingrediente de la violencia entre el 17 y
el 29 de febrero de 1936, e incluso en los días siguientes hasta la
fecha del alzamiento.
Josep Pla en su
Historia de la Segunda República describe aquella delicada situación de la siguiente forma:
«Se
ha dicho que el 17 de febrero fue un 14 de abril. No es exactamente
esto. El 17 de febrero fue un 14 de abril agravado por una repetición
del 11 de mayo (quema de conventos). El advenimiento de la
República había significado una revolución política: el destronamiento.
El 17 de febrero era el pórtico de una profunda revolución social que
desató mucha violencia contra las tres fuerzas a las cuales la República
declaró la guerra: la Iglesia católica, la propiedad privada y el
Ejército»
Los desórdenes comenzaban con el
incendio de iglesias y conventos, se prolongaban en actos de terror y
terminaban con el asalto a centros políticos y domicilios de los
“enemigos del pueblo”.
En vista de los graves sucesos, Franco
visita a Portela, exigiéndole urgentes medidas, a lo que el jefe del
Gobierno le contesta que no tiene energías suficientes para hacer frente
a lo que se le pide, y que piensa abandonar.
Al terminar la
jornada del 18 de febrero, Portela recibe a media noche en el “Hotel
Palace”, donde reside, a Calvo Sotelo y al hombre de negocios Joaquín
Bau. Calvo Sotelo apela a todos los recursos de la persuasión para
convencer a Portela de que no abandone el Poder: le recomienda que
utilice medidas de excepción. Abatido por un gran pesimismo, el jefe del
Gobierno ya había capitulado ante la revolución y renunciado a todo.
El día 19 Portela llamó a Franco para comentarle que había dimitido por lo que ya no era el jefe de Gobierno.
Franco, sorprendido, exclamó con energía: –¡Nos ha engañado, señor Presidente! Ayer sus propósitos eran otros.
–Le
puedo jurar, replicó Portela, que no les he engañado. Yo soy
republicano, pero no soy comunista, y he servido lealmente a las
instituciones en los gobiernos de que he formado parte o presidido. No
soy un traidor. Yo le propuse al Presidente de la República la solución;
ha sido Alcalá Zamora quien se ha opuesto a que se declarase el estado
de guerra.
–Pues, a pesar de todo, y como está usted en el
deber de no consentir que la anarquía y el comunismo se adueñen del
país, aún tiene tiempo y medios para hacer lo que debe. Mientras ocupe
esa mesa y tenga a mano esos teléfonos…
Portela interrumpió.
–Detrás de esa mesa no hay nada.
–Están la Guardia Civil, las fuerzas de Asalto…
–No hay nada, replicó Portela. Ayer
noche estuvo aquí Martínez Barrio. Durante la entrevista penetraron los
generales Pozas y Núñez del Prado, para decirme que usted y Goded
preparaban una insurrección militar. Les respondí que yo tenía más
motivos que nadie para saber que aquello no era cierto. Martínez Barrio
me pidió que me mantuviese como fuera durante ocho días en el Gobierno.
Querían sin duda, que la represión de los desórdenes la hiciera yo.
También me dijo que Pozas, el Inspector General de la Guardia Civil, y
el jefe de las Fuerzas de Asalto se habían ofrecido al Gobierno del
Frente Popular que se formase. ¿Ve usted –concluyó Portela– cómo detrás de esta mesa no hay nada?...
Manuel
Portela Valladares sólo buscaba evadirse del atolladero en que se veía
comprometido. Culpaba a Alcalá Zamora de haber sido el causante al no
declarar el estado de guerra, y sin embargo, el 15 de marzo de 1938,
haría la siguiente confesión:
“Yo he sido siempre enemigo del estado
de guerra: en ninguna ocasión he querido gobernar en estas condiciones, y
cuando dimití en 19 de febrero de 1936 me negué a publicar la
declaración del estado de guerra, cosa que estaba acordada por el
Consejo, firmada por el Presidente de la República y pendiente únicamente de mi voluntad el que se publicara o no en la Gaceta”.
El
19 de febrero de 1936, a las seis y media de la tarde, Azaña es
encargado por el Presidente de la República de formar Gobierno. A media
noche una muchedumbre llenaba la Puerta del Sol; entonaba La
Internacional y reclamaba la presencia de Azaña. Salió éste al balcón
para decir
: “En cuanto se abran las Cortes se emprenderá la obra
legislativa que dará cima a vuestras aspiraciones. La primera
preocupación del Gobierno será obtener la amnistía. Tened confianza en
el Gobierno”.
Las gentes pedían la inmediata liberación de los
presos y el ejemplar castigo a los fascistas, entre grandes vítores a
Asturias y a Rusia.
En la primavera de 1936 se multiplicaron los
choques en las calles de las ciudades entre la derecha y la izquierda en
medio de una escalada retórica de reproches mutuos. El periodo de
febrero a julio de 1936 fue uno de los más conflictivos de la historia
contemporánea.
Se iniciaba un periodo de cinco meses de anarquía y
de falta de autoridad, condicionado el Gobierno por el ímpetu de los
revolucionarios, que los exponentes más moderados del Ejecutivo no
pudieron controlar.
Azaña lo reflejaría de esta manera en una carta:
“Ahora
vamos cuesta abajo, por la anarquía persistente de algunas provincias,
por la taimada deslealtad de la política socialista en muchas partes,
por las brutalidades de unos y otros, por la incapacidad de las
autoridades, por los disparates que el Frente Popular está haciendo en
casi todos los pueblos, por los despropósitos que empiezan a decir
algunos diputados republicanos de la mayoría. No sé, en esta fecha, cómo
vamos a dominar esto”.
El pucherazo en las elecciones del 16 de febrero de 1936
Si bien los resultados de dichas elecciones nunca fueron publicados
oficialmente, hoy es posible detallar los resultados de las mismas.
Los votos totales fueron 9.716.705. –El Frente Popular obtuvo 4.430.322 –Los de derechas tuvieron 4.511.031. –Los votos de centro fueron 682.825. –Los votos en blanco y otros, 91.641.
Hubo
irregularidades contra las candidaturas de derechas en las provincias
de Cáceres, La Coruña, Lugo, Pontevedra, Granada, Cuenca, Orense,
Salamanca, Burgos, Jaén, Almería, Valencia y Albacete, entre otras.
Estas irregularidades sirvieron para convertir en una victoria en
escaños para el Frente Popular su derrota en votos.
Manuel Azaña explica muy satisfecho cómo consiguieron la diferencia de escaños con los mismos o menos votos
:
“En
la Coruña íbamos a sacar cinco o seis (diputados). Pero antes del
escrutinio surgió la crisis, y entonces los poseedores de 90.000 votos
en blanco se asustaron ante las iras populares, y hemos ganado los trece
puestos… ¡Veleidades del sufragio!… Han sacado al otro… para que no
saliera Emiliano, a quien metimos preso la misma noche de formarse el
gobierno, para salvarle la vida, decían los de allí… hemos sacado… otro
en Guipúzcoa… y no tenemos dos, porque los comunistas se llevaron las
actas pistola en mano”. (Carta de Azaña a su cuñado Cipriano Rivas Cherif del 19 de marzo de 1936)
En
el diario británico “Evening Standard” del 10 de agosto de 1936,
Winston Churchill declaraba sobre la España del Frente Popular de 1936,
lo siguiente:
“¿Cómo sucedió? Sucedió “de acuerdo
con el plan”. Lenin afirmó que los comunistas debían prestar su ayuda a
todo movimiento hacia la izquierda y promover la implantación de
gobiernos constitucionales débiles, de signo radical o socialista.
Después socavarían esos gobiernos y les arrancarían de sus manos
vacilantes el poder absoluto instituyendo un estado marxista. El
procedimiento es bien conocido y ha sido comprobado. Forma parte de la
doctrina y táctica comunistas. Ha sido seguido de manera casi literal
por los comunistas de España. […] Desde las elecciones celebradas a
principios de este año, hemos asistido a una reproducción casi perfecta
en España, mutatis mutandis del período de Kerensky en Rusia”.
Manuel
Azaña, el 19 de marzo de 1936, justo al mes de ser proclamado
Presidente del Gobierno, escribe a su cuñado Cipriano Rivas Cherif, la
siguiente carta:
“Creo que van más de doscientos
muertos y heridos desde que se formó el Gobierno, y he perdido la cuenta
de las poblaciones en que han quemado iglesias y conventos: ¡hasta en
Alcalá!… Habían comenzado los motines y los incendios. En las cárceles
andaban a tiros. Aquella noche se escaparon tranquilamente de las de
Gijón mil cien presos… En Oviedo los imitaron…los republicanos empezaron
a enfadarse… Hasta los desórdenes me los perdonaban, y el que más y el
que menos los encontraba… naturales. Ahora vamos cuesta abajo por la
anarquía persistente de algunas provincias, por la taimada deslealtad de
la política socialista… por las brutalidades de unos y otros, por la
incapacidad de las autoridades, por los disparates… en casi todos los
pueblos, por los despropósitos que empiezan a decir algunos diputados
republicanos de la mayoría. No sé, en esta fecha como vamos a dominar
esto”.
Situación de las fuerzas de izquierdas. Formaciones y Partidos.
Las izquierdas, ante el nuevo proceso electoral, e impulsadas por la
idea de crear un Frente Popular, van dando forma a su alianza. Dentro
del PSOE existían algunos miembros que no veían bien la idea de aliarse
con sus enemigos de 1931. Pero la estrategia impulsada desde Moscú por
Stalin, empezó a dar sus resultados, y más cuando Francisco Largo
Caballero, a quien se le conocería con el apodo del “Lenin español”,
incitaba dentro de su Partido un proceso de bolchevización.
El
papel de la Internacional comunista y del Partido Comunista Español
(PCE) era sembrar en los diferentes sectores de izquierda el temor de
que si ganaban las derechas, en España se implantaría el fascismo. Para
formar dicho frente, se aliaron: Izquierda Republicana, Unión
Republicana, Partido Socialista, UGT, Federación de Juventudes
Socialistas, Partido Comunista, Partido Sindicalista y Partido Obrero de
Unificación Marxista (POUM).
En Cataluña, el Frente Popular no se
estructuró, ya que el PCE no poseía gran influencia, y la CNT en cierta
forma contribuyó a ello. El día 4 de febrero de 1936 quedó constituido
el Front Català d’Esquerres, versión catalana del Frente Popular, que
estaba compuesto por Esquerra Republicana de Catalunya, Acció Catalana
Republicana, Partit Nacionalista Republicà d’Esquerra (grupo L’Opinió),
Partit Republicà d’Esquerra (azañistas), Unió Socialista de Catalunya,
Unió de Rabassaires, Partit Obrer d’Unificació Marxista, Partit Català
Proletari y Partit Comunista de Catalunya (III Internacional).
Para
dar una idea de lo que fue la campaña de las izquierdas, el día 22 de
enero de 1936, Largo Caballero en un discurso señala:
“Si algún día
varían las cosas, que las derechas no pidan benevolencia a los
trabajadores. No volveremos a guardar las vidas de nuestros enemigos,
como se hizo el 14 de abril… Si aquéllas no se dejan vencer en las
urnas, tendremos que vencerlas por otros medios hasta conseguir que la
roja bandera del socialismo ondee en el edificio que vosotros queráis”.
El 26 de enero, el “Lenin Español” pronuncia un discurso en Alicante, destacándose de sus palabras lo siguiente:
“Las
elecciones no son más que una etapa en la conquista y su resultado se
acepta a beneficio de inventario. Si triunfan las izquierdas, con
nuestros aliados podemos laborar dentro de la legalidad, pero si ganan
las derechas tendremos que ir a la guerra civil declarada. Yo deseo una
República sin lucha de clases; más para eso es necesario que desaparezca
una de ellas. Y esto no es una amenaza, es una advertencia; y que no se
diga que nosotros decimos las cosas por decirlas: nosotros las
realizamos”.
El 2 de febrero en Valencia en otro discurso señala:
“La
clase trabajadora tiene que hacer la revolución… Si no nos dejan,
iremos a la guerra civil. Cuando nos lancemos por segunda vez a la
calle, que no nos hablen de generosidad y que no nos culpen si los
excesos de la revolución se extreman hasta el punto de no respetar cosas
ni personas”.
En un mitin del POUM celebrado en el Price de Barcelona, Andrés Nin, decía a sus seguidores:
“La
Iglesia será destruida. Se dará la tierra a los campesinos y la
libertad a las nacionalidades. Las revoluciones burguesas dejan intacto
el aparato del Estado. El proletario destruirá este aparato…”.
En
“Mundo Obrero” del 23
de enero de 1936 se podía leer la siguiente frase: “Siempre hemos
intentado formar un partido unido que no tuviera nada que ver, directa o
indirectamente con la burguesía: un partido que adoptara como norma la
insurrección armada para la conquista del poder y el establecimiento de
la dictadura del proletario…”
Situación de las fuerzas de derechas. Formaciones y Partidos.
Por su parte las derechas se agruparon en lo que se llamó Acción
Popular, y trataron de dar un mensaje en cuanto a los peligros del
triunfo de las izquierdas. En sus carteles se podía leer: “Acción
Popular da Trabajo. El Marxismo produce paro”. “¡Acordaos de Asturias!
1.325 muertos, 2.951 heridos, 935 edificios destruidos, 122.561 armas
decomisadas, 14 millones robados. Toda España será Asturias si triunfa
la revolución”.
En cuanto a la respuesta de las derechas a las
provocaciones de la izquierda, Calvo Sotelo, en un discurso, el 12 de
enero en Madrid dijo:
“…Por eso hemos de procurar a toda costa que
estas elecciones sean las últimas. Lo serán si triunfan las izquierdas,
ya lo dicen ellas sin rebozo. Pues hagamos eso mismo las derechas…”.
Una
serie de sectores derechistas políticos y militares conspiran contra el
izquierdismo revolucionario. Entre ellos los carlistas, que preparan
sus milicias de requetés, los falangistas y los militares que organiza
el general Emilio Mola Vidal. Éste va captando militares, no sólo
derechistas, sino algunos de los que habían favorecido el advenimiento
de la república, como el general Gonzalo Queipo de Llano y Sierra. El
general Francisco Franco Bahamonde, actuando con su habitual cautela, se
mantiene informado, pero no entra por el momento en la conspiración. La
conexión entre los requetés carlistas y el general Mola, considerada
indispensable por éste, se ve dificultada, porque los militares no
tenían más objetivo inmediato que poner orden en la república y los
carlistas tenían como objetivo establecer una monarquía católica.
El día de las elecciones de febrero de 1936
Para dar una idea de cómo se falsearon las elecciones, en un colegio de
Gijón, el primer elector, al dar la papeleta se identifica como
Pichilatu, uno de los fusilados por su actuación en la Revolución de
Octubre del 34. Y como éste, votaron muchos muertos de la revuelta.
En
la noche del día 16, José Mª Gil Robles recibía buenas noticias en
cuanto a los resultados de su frente en dicho proceso electoral. Ya
entendía que no ganaría en Madrid y Cataluña, pero sabía que en las dos
Castillas, Galicia, León, Baleares, Navarra y Zaragoza, las cosas le
eran favorables, y que en el peor de los casos en aquellos lugares como
Madrid o Cataluña −en donde el Frente Popular tras sacar sus masas a la
calle a celebrar la victoria con hechos de violencia− Gil Robles pensó
que se podría presentar posibles situaciones de coacciones que podrían
influir en la alteración o falsificación de aquellos resultados
favorables a Alianza Popular.
Se respiraba el mismo aíre de
las elecciones de 1931. Las derechas en 1936 no estaban preparadas para
enfrentar en las calles a los grupos violentos armados de izquierda
revolucionaria. Gil Robles lo sabía. Así que persuadido y viendo que su
pronóstico se hacía realidad a medida que pasaban las horas, acude al
Gobierno con la finalidad de pedir que las izquierdas con su violencia
no le roben los votos, y sean respetados los resultados electorales que
en ese momento no se conocen con precisión. Gil Robles exige del
Gobierno que se ponga fin a la campaña de terror impulsada en las calles
por las izquierdas.
En la mañana del día 17 se celebra un Consejo de Ministros y se firma un decreto de suspensión de garantías constitucionales.
Parecía
que se hubiese puesto en marcha en toda España un plan de
desestabilización impulsado por el Frente Popular, con la idea de
intimidar al Gobierno y las derechas a que salgan a la calle a
manifestar sus ideas.
Manifestaciones, desórdenes, violencias, atentados, quemas de iglesias…
Grupos izquierdistas organizan manifestaciones, incidentes y tumultos
que se empezaron a producir desde la noche del día 16. Numerosos presos
son puestos en libertad. Se provocan algunos incendios, y en Madrid
durante una manifestación se da el resultado de un muerto y varios
heridos. El Gobierno no emite órdenes ni instrucciones; algunos
gobernadores civiles, desbordados y acobardados, más que dimitir son
sustituidos por comisiones del Frente Popular. El desorden es total, la
autoridad nula. Mientras tanto, en el sector militar hay algunos
generales que no ven con muy buenos ojos lo que ocurre en la calle.
Los
presos comunes se amotinaban en diversas cárceles, principalmente en
los penales de San Miguel de los Reyes, Cartagena y en la prisión de
Burgos.
El día 17, José Antonio Primo de Rivera visita al
presidente de Gobierno, Manuel Portela Valladares, con la idea de
plantearle el ambiente de inseguridad y violencia que existe en las
calles, por lo cual el líder de Falange le ofrece al Gobierno el apoyo
de sus centurias falangistas para tratar de sofocar a los agitadores,
pidiéndole fusiles. Portela le respondió responsabilizándole a él y la
Falange de los desórdenes, y hasta los amenazó, a lo cual Primo de
Rivera replicó que ellos no se habían movido para nada y que los
desórdenes provenían sólo del Frente Popular, y que si no le cree, basta
con que salga a la calle para que vea con sus propios ojos a los
agitadores con banderas rojas.
El día 19 de febrero se
celebró Consejo de Ministros, en donde Portela dimitió. En la noche, se
formaba nuevo Gobierno, bajo la presidencia de Manuel Azaña. Llamó
bastante la atención que todos los ministros de ese Gabinete eran
masones: Manuel Azaña, Augusto Barcia Trelles, el general Carlos
Masquelet Lacaci, Santiago Casares Quiroga, Manuel Blasco Garzón,
Marcelino Domingo Sanjuán, José Giral Pereira, Antonio de Lara y Zárate y
Mariano Ruiz-Funes García.
Para el día 20 en toda España
se habían producido y estaban produciéndose desórdenes: saqueos y quema
de iglesias y conventos, asalto a los periódicos de derecha y centros
políticos, persecuciones, violencias, atentados contra personas y cosas,
apoderamiento de fincas y bienes, destrozos… Personas identificadas con
ideas de derechas −sobre todo candidatos− habían huido o se veían
forzados a esconderse. Las promesas del Frente Popular empezaban a
cumplirse.
Amnistía a los presos políticos y sociales
El día 21 las Cortes aprobaron un Proyecto de Decreto Ley de amnistía a
los penados por delitos políticos y sociales, sobre todo los que
participaron en las agitaciones del 6 de octubre de 1934. Al día
siguiente fueron puestos en libertad todos los agitadores y asesinos que
eran considerados presos políticos. El día 1 de marzo se publicó un
decreto en donde quedaban obligadas las empresas “a readmitir a todos
los obreros que hubiesen sido despedidos por sus ideas o con motivo de
huelgas políticas” y así mismo “a restablecer en sus negocios,
establecimientos o talleres, las plantillas que estuviesen vigentes el 4
de octubre de 1934”. Al propio tiempo las empresas tenían que
indemnizar a los readmitidos “por tiempo que estuvieron privados del
ejercicio de su función”.
Los patronos acudieron al
Gobierno con la pretensión de que se les eximiese del pago de las
indemnizaciones, alegando que en octubre de 1934, al rescindir los
contratos de trabajo con los obreros que se negaban a reanudarlo, “se
limitaron a cumplir la ley tal como había sido interpretada, no sólo por
el ministro de Trabajo en aquel entonces, sino por el propio ministro
socialista en su resolución del 10 de febrero de 1932”.
Pero
el nuevo Gobierno del Frente Popular desestimó los razonamientos justos
de los patronos. De este modo, se dieron episodios en donde los
patronos salieron muy afectados, ya que al readmitir a un viejo
empleado, se tenía que despedir al que había quedado en su lugar. Muchos
de los readmitidos regresaron con espíritu vengativo, mientras los
patronos tenían que aguantar las amenazas y coacciones.
En
Toledo, un camarero fue llevado en manifestación jubilosa al café de la
plaza de Zocodover, en donde se hallaban enlutadas la viuda y las hijas
del dueño, pocos meses antes asesinado por aquel camarero, que regresaba
a reclamar su puesto de trabajo “y los jornales que le correspondían
por derecho”.
Los pistoleros anarquistas habían obligado en
diferentes ocasiones a que patronos dieran trabajo a hombres que jamás
habían sido empleados suyos. La situación se complicaba cada vez más
gracias a la rivalidad entre la UGT y la CNT, que hacían lo imposible
por dar trabajo a sus afiliados, utilizando métodos de coacción y
amenazas a los empresarios. Esto sin dudas degeneró en una crisis del
sector empresarial, en donde se cerraron muchas pequeñas y medianas
empresas.
El 1 de marzo de 1936 se realizó una segunda
vuelta de las elecciones en aquellas provincias en las cuales ninguna
candidatura había conseguido superar el 40 % de los votos: Castellón,
Soria, Guipúzcoa, Álava y Vizcaya, lugares en que las derechas
triunfaron, pero no con la mayoría necesaria. Si la primera vuelta
hubiese resultado válida, las derechas en esas provincias hubiesen
logrado once diputados, pero tras la segunda vuelta sólo alcanzaron
tres. Se repetía la misma historia de 1931. Al igual de aquel entonces
en donde los candidatos monárquicos les fueron robados sus puestos, en
1936 a las derechas le ocurría lo mismo. Se anularon actas de algún
derechista o centrista, y así corría la lista para que resultara ganador
un candidato izquierdista con votación inferior. En Granada, se
anularon las elecciones en donde las derechas superaban con más de
50.000 votos a la izquierda. Igual situación ocurría en Cuenca, en donde
las derechas alcanzaron el triunfo con más de 10.000 votos de
diferencia, logrando los cuatro puestos de la mayoría y los dos de las
minorías, siendo anulada la elección arbitrariamente al constituirse el
Parlamento, destacando el dictamen de la Comisión que proponía la
invalidez “por no haber llegado ninguno de los candidatos al cuarenta
por ciento establecido por la Ley”, anulándose la elección y
convocándose otra distinta. Para la segunda vuelta de Granada, tras la
presión y amedrentadas por el ambiente, las derechas optaron por no
acudir a las urnas y retiraron sus candidaturas.
Nuevas elecciones en Cuenca
El 3 de mayo, se realizó la nueva elección en Cuenca. El Frente Popular
encarceló a elementos derechistas, les amenazó y persiguió, atacó sus
centros y desbarató su organización; el gobernador actuó a su gusto.
Indalecio Prieto Tuero elogió la influencia que ejerció la “Motorizada”
(Grupo de milicias socialistas armadas). Nadie respetaba la voluntad de
la mayoría, lo importante era el triunfo, sacar adelante los candidatos
del Frente Popular. Prieto afirmó que se trasladaron a Cuenca “a batirse
a tiros contra los facciosos”, lo cual utilizó para justificar los
desmanes realizados por sus seguidores.
En Cuenca hubo
colegios electorales en los que la derecha no sacó un solo voto. Las
actas que eran adversas al Frente Popular fueron robadas por los propios
delegados gubernativos.
Lo ocurrido en Cuenca era algo especial
para Prieto. Allí estaba la candidatura de José Antonio Primo de Rivera,
así como la candidatura del general Francisco Franco. Se utilizó la
violencia para cerrar el camino a la inmunidad parlamentaria de Primo de
Rivera, a quien le quitaron más de 20.000 votos.
Tal es así, que
tras los resultados, a pesar de las trácalas, a las minorías le tocaban
dos puestos, y José Antonio ocupaba el primer lugar. La Comisión de
actas propuso para diputados a los señores Modesto Gosálvez y Manuel
Casanova que seguían en la votación, a pesar que en el expediente
electoral aparece José Antonio con 47.283 votos y el señor Casanova con
46.894, se produce dicha proclamación.
Ya Indalecio Prieto en un artículo publicado en
“El Liberal”, de Bilbao, el 14 de abril de 1935, señalaba:
“Las
Cortes Constituyentes, por iniciativa del Gobierno
republicano-socialista, habían hecho una Ley electoral favorable a las
grandes coaliciones, a las mayorías, y encaminada a asegurar el
predominio de las izquierdas”. El hecho es que tras el triunfo de las derechas en 1933, estas jamás no se preocuparon por modificar dicha Ley.
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Eduardo Palomar Baró |