domingo, 6 de abril de 2014

EDUARDO PALOMAR BARÓ: A los 75 años de la muerte de Joaquín García Morato

García Morato (Foto de Jalón Ángel)

El gran “As” de la aviación española, Joaquín García Morato, inicialmente ingresó en la Academia Militar de Toledo, para después ser destinado a Marruecos como teniente en un regimiento de Infantería. A la edad de 20 años ingresó en la aviación y tomó parte activa en las luchas finales de la campaña de Marruecos. Fue derribado dos veces por fuego de tierra, escapando ileso.

Deseoso de permanecer en África una vez firmada la paz, solicitó ser trasladado a la base de hidroaviones de Melilla. Haciendo una acrobacia muy arriesgada, se estrelló en el mar, rompiéndose varios huesos y estando a punto de ahogarse. De resultas de este accidente tuvo que permanecer un año en el hospital de Carabanchel.

Una vez recuperado, se incorporó a una escuadrilla con base en Getafe. Poco tiempo después fue destinado a la Escuela de Aviación en calidad de instructor. Se distinguió por el gran conocimiento que adquirió del vuelo sin visibilidad y empezó a practicar vuelo acrobático en el que pronto fue un maestro.

Posteriormente se le nombró instructor de tácticas de combate, cosa que habría de serle muy útil en las jornadas de la Guerra Civil española.

García Morato en la Guerra Civil


La primera acción de guerra la llevó a cabo el 3 de agosto de 1936, pilotando un anticuado aparato de caza ‘Nieuport-52’, saliendo de Sevilla hacia el frente de Córdoba, donde la línea de trincheras de los nacionales estaba a unos cinco kilómetros al este de Córdoba. Comprobó un fuego intenso de artillería, localizando la batería que pertenecía a los rojos, y que estaba atacando a los camaradas de tierra de García Morato. Entonces ‘picó’ hacia las cuatro piezas, con el motor completamente abierto, a la vez que hacía fuego con sus dos ametralladoras. Los soldados rojos aterrorizados se echaban a tierra, abandonándolo todo. Realizó otras dos pasadas, descubriendo el puesto de mando en una depresión del terreno, dedicando sus últimas municiones hacia los tres hombres que se encontraban en dicho puesto, a los que vio caer.

Voló de regreso hacia la base para cargar gasolina y municiones, volviendo al sitio en el que tuvo lugar el ataque, pero la batería había desaparecido. Sin duda fue trasladada rápidamente, durante la ausencia de Morato. Su primer servicio había sido coronado por el éxito.

Aquella noche las radios rojas transmitieron una nota comunicando la muerte del capitán de las baterías, “uno de los mejores de aquel frente”, a causa de las balas de un avión ‘fascista’.

Cuando se disponía el vuelo de vuelta a la base, descubrió cinco puntos negros sobre el horizonte. Eran tres aparatos ligeros de bombardeo y dos de caza, que se dirigían hacia Córdoba, para repetir sus ataques aéreos de días pasados, a una ciudad sin defensa y que ya había sido víctima fácil para sus bombas. Cuando Morato se aproximaba a ellos, los frentepopulistas indudablemente sorprendidos al encontrar resistencia en un sitio que ellos creían sin defensa, rehusaron el encuentro, dando la vuelta hacia sus líneas. La sola presencia del aeroplano de Morato, evitó a la ciudad el horror que supone los bombardeos sobre poblaciones civiles.

El día 12 de agosto de 1936, obtiene su primera victoria al derribar un bombardero ‘Vickers Vildebeest’, sobre Antequera. Al estar disponibles los biplanos ‘Heinkel He-51’, García Morato es uno de los primeros aviadores españoles que los pilotó. El 18 de agosto derribó un ‘Potez 54’ y un ‘Nieuport N-52’, volando en el ‘He-51’. El 2 de septiembre abate otro ‘Nieuport’.

Al llegar a España los cazas italianos ‘Fiat CR-32’ fue el primer piloto nacional en probarlos, al ser destinado a una de las unidades italianas. El 11 de septiembre obtiene su quinta victoria y primera con el ‘Fiat CR-32’, logrando tres más al finalizar el mes. En octubre derriba otros tres aparatos y en noviembre, sobre Madrid entabla combate con aviones de fabricación rusa, ‘Polikarpov I-15’ “Chato”, derribando tres de ellos y a un ‘Potez-54’.

En diciembre de 1936, la aviación Nacional dispone ya de suficientes ‘Fiat’ para hacer un grupo independiente y cuyo mando recae en García Morato. Con Bermúdez de Castro y Julio Salvador Díaz-Benjumea, formó el embrión de la primera escuadrilla de caza española que luego, a través de toda la contienda, habría de crecer continuamente en número, fuerza, eficacia y combatividad. Su emblema era un círculo con tres aves dentro que volaban en formación de flecha: un halcón, que representaba a Morato, una avutarda a Bermúdez de Castro y un mirlo a Salvador. Las tres, pintadas en azul sobre fondo blanco. Pero no tenían lema. Y ese lema tuvo como origen un hecho gracioso y original. Un piloto muy joven y entusiasta, tenía decidido ingresar en la escuadrilla de García Morato, fuese como fuese, y no pasaba día sin que éste tuviera que escuchar sus ruegos. Con firmeza, pero también con paciencia lo rechazaba, explicándole que no había vacantes y que los ‘Fiat’ escaseaban. Para tratar de desilusionarle definitivamente le dijo en broma que si descubría el lema de la escuadrilla en el lapso de una semana le permitiría entrar en ella. El joven piloto interrogó a todos los oficiales de la base rogándoles encarecidamente que le confiaran el tan bien guardado secreto. Uno de ellos, sin duda con mucha guasa, le dijo que si le daba solemne palabra de honor de no decir nada a nadie, y menos a Morato, se lo descubriría. El oficial aceptó las condiciones. Pues bien -le contestó entonces en tono muy confidencial-, nuestro lema es “Vista, suerte y al toro”. Expresión bien conocida en el mundillo taurino. El piloto radiante de alegría, corrió a buscar a Morato y cuando lo encontró exclamó: “¡Mi capitán, ya sé su lema! «Vista, suerte y al toro». Ahora tendrá que cumplir su promesa”. Como es de suponer, Morato se quedó muy sorprendido, pero le gustó tanto que lo adoptó como lema de la escuadrilla y cumplió su promesa incorporando al piloto a su grupo.

Como ninguno de los tres componentes de la escuadrilla tenían miedo a la muerte, realizaban las cosas más increíbles. García Morato se convirtió en una especie de figura legendaria, tanto es así, que la prensa roja dio cuenta varias veces de su captura y de su muerte e incluso de su fusilamiento por las Fuerzas Nacionales...

Ayuda rusa a los rojos


El Gobierno rojo, que ante el acoso a Madrid de las tropas Nacionales huyó despavorido a Valencia, no estaba dispuesto a ceder el dominio del aire, para lo cual pidieron a sus amigos rusos que les enviaran un nuevo tipo de cazas, que se les denominó con el nombre vulgar de “Ratas” y otros con el de “Chatos”. Esos aviones fueron dotados de pilotos rusos, bien instruidos y de gran acometividad. García Morato y sus compañeros conocieron su presencia en el frente de Madrid, por la pérdida de un aparato Nacional, que fue derribado envuelto en llamas, pereciendo su piloto. Al conocer la trágica noticia, decidieron vengarle, despegando en dirección a Madrid la escuadrilla de Morato de nueve “Fiat”, en formación de combate, pasando a territorio enemigo, donde divisaron las siluetas de 13 de los nuevos cazas, que volaban hacia ellos, trabándose un tremendo combate sobre los tejados de Madrid. La primera baja fue un aparato Nacional, derribado por un caza rojo. El piloto se arrojó en paracaídas, pero las ametralladoras rojas de tierra abrieron fuego contra él, no llegando, con toda seguridad, vivo a tierra.

Las balas disparadas por Morato alcanzaron a un caza rojo, haciendo explosión en el aire, a pocos metros de su avión. Otro aparato de los rojos, envuelto en llamas cayó hacia el suelo. En los minutos siguientes, cuatro aparatos más cayeron, estrellándose contra el suelo. En vista del ‘éxito’, los que quedaron optaron por una ‘prudente’ retirada.

La temible Escuadrilla Azul


La Escuadrilla Azul pronto se convirtió en una unidad temida en todos los frentes, hasta el punto de que por un alumno de pilotos rojos de la escuela de Los Alcázares, que se evadió llegando a las líneas nacionales, se supo que el Gobierno de Valencia tenía dificultades para el reclutamiento de pilotos de caza.

El 28 de agosto de 1936, Morato voló como copiloto con Rudolf Freiherr von Moreau, para probar el ‘Junkers Ju-52’. A muy baja altura sobre Madrid, bombardearon la sede del Ministerio de la Guerra lanzando una bomba de 250 kilos, logrando un impacto directo en una de las esquinas del edificio en donde el Ministro de la Guerra, Juan Hernández Sarabia, y su plana mayor estaban reunidos derrumbándose una pared interior y cubriéndolos de yeso y cascotes.

Muere en combate Carlos de Haya, concuñado de Morato


Uno de los días más tristes de Joaquín García Morato, fue cuando se enteró de la muerte en acción de guerra de su concuñado, el también glorioso piloto, Carlos de Haya. Eso es lo que dejó escrito Morato:
Fue durante el mes de febrero cuando sufrí una de las más grandes penas de la guerra. Mi concuñado, Carlos de Haya, Capitán de nuestra Aviación, y como yo piloto de caza, perdía la vida en combate sobre el frente de Teruel. Carlos era definitivamente el número uno de la Aviación Española y nuestro más grande valor. Ya no tan sólo por el cariño que le tenía como pariente, amigo y compañero, sino por lo que su pérdida significaba para el futuro de nuestra Arma, la muerte del Capitán Haya fue golpe muy duro para mí. Muerto Carlos, no le quedaba a su viuda ni el consuelo único de poder ir a orar ante su tumba, ya que había caído en zona enemiga. Y fue entonces cuando, deseando proporcionarle este último consuelo, decidí enviar un mensaje a los aviadores de la otra zona, apelando a los sentimientos de hidalguía y caballerosidad que yo quería creer que en algunos de ellos todavía existían, aunque dormidos. Escribimos el mensaje en la Primera Brigada del Aire, dirigido a los Jefes de la Aviación roja, compañeros todos del arma del Capitán Haya, pidiéndole el cadáver del héroe para su viuda. Fue un mensaje lacónico, pero inspirado por los sentimientos de nobleza que nos animaban y recuerdo, iba redactado en estos términos:
"28 de febrero de 1938.
Carta abierta a los Coroneles Jefes de la Aviación Republicana, D. Ignacio Hidalgo de Cisneros y D. Antonio Camacho Benítez.
En el frente de Teruel, en las inmediaciones del Puerto de Escandón, ha caído en combate el Capitán Haya.
No me dirijo a los amigos de ayer ni a los enemigos de hoy; lo hago a vosotros, precisamente, por ser compañeros de Arma del finado.
Su mujer solicita su cadáver. Yo hago mía su petición, y si algún día nos encontramos en el aire, antes de comenzar la lucha os saludaré reconocido.
El Comandante de la Aviación Nacional
Joaquín García Morato".
Si este mensaje hubiera llegado a nuestras líneas, la caballerosidad, la hidalguía de nuestros hombres, le hubiese dado inmediatamente contestación satisfactoria. Yendo a ellos, ¿quién podía decir? Un día fueron caballeros; pero ahora...
Asumí sobre mí la responsabilidad de entregarlo en sitio donde yo tuviera certeza absoluta de que llegaría a manos de los Jefes a quienes iba dirigido. Y el día 28 de febrero, solo en mi ‘Fiat’, marché hacia la zona roja, en busca del Aeródromo de Almuriente. No encontré aviación enemiga en el camino ni nada que estorbase mi viaje. Finalmente, y ya sobre el Aeródromo, di una pasada casi rozando el suelo y dejé caer el mensaje en el centro del Aeródromo. Descubrí durante estos breves instantes tres “Ratas” enmascarados, y antes de que pudiesen reaccionar y elevarse para “castigar” mi audacia, ya había yo emprendido el vuelo de regreso hacia mi base, cumplida mi misión. Pocos momentos después me hallaba entre mis compañeros y esperábamos el resultado de mi gestión. Que el mensaje fue recibido, la prueba el hecho de que lo reprodujo la prensa roja y también lo dieron sus estaciones de radio. Pero nunca tuve contestación de ninguna clase. Los restos gloriosos de nuestro héroe quedaron en zona roja por el silencio de aquellos antiguos compañeros suyos, que ni aún, ante el ruego de una mujer, tuvieron un gesto de caballerosidad que pudiese en parte elevar su nivel espiritual.
[N. del A.] Carlos de Haya González asistía al entierro de su madre en Bilbao, cuando le avisaron del comienzo de la ofensiva republicana sobre Teruel. Se trasladó al frente, viajando toda la noche en tren. El 21 de febrero de 1938, despegó con su ‘Fiat CR-32’ para participar en la gran batalla aérea sobre Escandón. Agotado por el cansancio, estuvo a punto de colisionar con un “Chato” rojo, rebasándole en el último instante. El piloto populista, Vinyals, ametralló al ‘Fiat’ a muy corta distancia. Carlos de Haya murió al estrellarse contra el suelo enemigo. Con más de 300 servicios de guerra en los 19 meses que combatió, voló una media de 40 horas mensuales, promedio sólo superado ligeramente por Ángel Salas Larrazábal. Fue condecorado a título póstumo con la Laureada de San Fernando y la Medalla Militar.
García Morato con el general Kindelán, tras recibir la cruz Laureada de San Fernando

García Morato con el general Kindelán tras recibir la Laureada

La Cruz Laureada de San Fernando

 
La acción de guerra por la que le fue concedida la Cruz Laureada de San Fernando, la describía así el propio García Morato:        
La acción de guerra que siempre recordaré principalmente fue una en el frente de Madrid a causa de la cual se me concedió la Cruz Laureada de San Fernando.
El gran número de ‘Chatos’ y ‘Ratas’ importados por los rojos de Rusia habían podido dominar a nuestros bombarderos e incluso a nuestra caza. Es más: puede decirse que en aquel momento el enemigo tenía el dominio absoluto del aire en aquel frente. Las cosas habían llegado a aquel estado por la táctica equivocada del Oficial Jefe de nuestra Aviación de caza en aquel sector, poco apropiada para nuestra guerra, además de la inferioridad de número de aparatos que teníamos a nuestra disposición para oponer al gran número de aparatos de caza rojos. El Alto Mando ordenó a mi Escuadrilla Azul trasladarse al frente de Madrid, para ver que podíamos hacer nosotros para mejorar la situación. Hasta el momento de nuestra llegada nuestros aparatos de bombardeo habían sido derrotados en todos sus esfuerzos de cooperación con nuestra Infantería. Los cazas rojos les habían forzado constantemente a retroceder o les habían derribado. Y sólo veinticuatro horas después de la llegada de la Patrulla Azul al frente de Madrid comenzamos nuestro primer servicio.
Unos cuantos de nuestros aparatos de bombardeo, escoltados por 21 cazas y flanqueados por mi propia escuadrilla, entraron sobre territorio enemigo, sobre el cual tendríamos que celebrar la batalla que había de decidir quien era el que de allí en adelante iba a tener el dominio de los cielos. Apenas habíamos llegado al campo de batalla, cuando 36 cazas rojos comenzaron su ataque contra nuestros aparatos de bombardeo. Había llegado el momento de luchar: una lucha desesperada, de acuerdo; pero entonces nada nos parecía imposible. Los 21 cazas de nuestra Aviación parecían dudar. Junto con los otros dos aparatos de mi propia escuadrilla, ataqué a los 36 cazas rojos, colocándolos entre nuestros aparatos de bombardeo y ellos. Era una lucha de locos: tres contra 36. Por encima y por debajo, a derecha y a izquierda, no veía otra cosa que aparatos rojos. En realidad, tuve entonces el convencimiento de que aquella era la última batalla en la que tomaba parte. El Jefe de los 21 aparatos Nacionalistas, dándose cuenta de la dificultad de mi posición, y animado por el ejemplo de nuestro gesto, abandonó su situación de duda y ordenó a todo el grupo que se lanzara al ataque. Entonces las cosas se sucedieron con gran rapidez: uno, dos, tres, cuatro, cinco de los cazas rojos se estrellaron contra el suelo. Uno de nuestros camaradas caía envuelto en llamas; tres cazas rojos más siguieron la suerte de sus compañeros. El resto se decidió por una retirada rápida. Y nuestros aparatos de bombardeo, por primera vez después de mucho tiempo, pudieron llevar a cabo su misión de bombardeo de las posiciones enemigas que se les había encomendado. Al hacer cuentas, vimos que se habían derribado ocho aparatos rojos, con una pérdida por nuestra parte. En dos combates más, en los dos días siguientes, dejamos definitivamente establecido que era nuestro el control de los aires, control que hemos conservado desde entonces.
Como resultado de la intervención de la Escuadrilla Azul en aquel combate, se me concedió la Cruz Laureada de San Fernando, y a los otros dos pilotos, la Medalla Militar.
Esta acción tuvo lugar el 18 de febrero de 1937 en el frente del Jarama. Los dos pilotos que acompañaron a García Morato en esta heroica acción de guerra fueron Julio Salvador Díaz-Benjumea y Bermúdez de Castro, a los que les fueron concedidas la Medalla Militar Individual.

El 18 de abril de 1938 se celebró en el Aeródromo de Castejón la ceremonia de la imposición de la Laureada al Comandante Joaquín García Morato Castaño, presidida por el General Alfredo Kindelán Duany, y en presencia de los aviadores de su unidad y una representación del resto de unidades de la Aviación Nacional. El traslado a este aeródromo se hizo en autocar y por la noche se celebró una fiesta en el hotel San Ramón de Barbastro.

Caza ‘Fiat CR-32’


En este tipo de caza voló y combatió durante casi toda la contienda García Morato. Él mismo decía de su avión:
¡Cuánto te debo, mi fiel compañero de guerra! ¡El “3-51”! Con este número, el de orden que te ha correspondido encuadrado entre el anterior y posterior y precedido de otro caprichoso que indica tu estirpe o la familia a que perteneces, has pasado desde tu ingreso en las filas del Ejército del Aire como mi fiel e inseparable compañero de guerra.
Arrancado brutalmente de las entrañas de la tierra; sometido y tratado bajo el fuego infernal de los altos hornos; modelado y forjado por la mano del hombre, y orientada tu educación por el genio del ingeniero calculador, eres hoy, guiado por mí como piloto, mi vehículo alado sobre los frentes de batalla. Nadie mejor que tú sabes los esfuerzos que te he pedido, ni nadie mejor que yo los que has realizado. En algunas ocasiones, con resignación y dolor, has sacado fuerzas para devolverme al aeródromo de procedencia, aun con heridas graves, que después, con solicitud de madre, hemos sabido curarte. La retina de tus ojos conserva fases de combates llenos de emoción y cuadros trágicos de la guerra. Algunas veces has contemplado de cerca el cuadro del enemigo incendiado a pocos metros; otras, el paracaídas abierto sosteniendo un cuerpo humano que se salvaba; otras, la gente despavorida que se apeaba en marcha de los camiones, huyendo del incendio que tus lenguas de fuego provocaban; también he podido contemplar tu mirada, que se torcía para no perder de vista al que intentaba sorprenderte por la cola.
¡Cuánto contacto hemos tenido en los momentos más sublimes de la guerra! Eres, al parecer, material porque en silencio lo soportas todo; pero yo sé que no es sólo esto: en tu cuerpo se encierra un corazón fuerte y generoso; tu lenguaje, que yo comprendo, dice a cada momento lo que sientes; tus pulsaciones, reflejadas en tus indicadores de a bordo, acusan constantemente el trato que se te da, y recuerdo perfectamente las veces que de ti he abusado, porque con discreción, pero con fuerza, me has avisado y corregido... ¿Cuánto tiempo durará todo esto? No lo sé. Sólo me interesa el triunfo final de nuestra causa, y esa seguridad la tengo con convencimiento pleno. Entre tanto continuaremos volando en los cielos. Emoción, interés, aventura, tensión... Todavía sentimos algo que nos cosquillea a lo largo de la médula hasta que disparamos el primer tiro...
Guerra en el aire. El Grupo Azul continúa escribiendo su gloriosa hoja de servicios y de victorias en los aires. Y nuestro emblema continúa brillando bajo los rayos del sol, teniendo como fondo el profundo azul del cielo de España, diciendo al mundo que la supremacía y el dominio del aire pertenece a las alas de la España Nacional...

Características del ‘Fiat CR-32’ “Chirri”


Ninguno de los pilotos que durante la Guerra Civil Española combatieron con este aparato supo sacarle más partido que el Comandante Joaquín García Morato Castaño. A los mandos de su “Chirri” logró la mayoría de sus 40 victorias, aunque consiguió algunas con otros aparatos incluido el anticuado ‘He-51’, que la mayoría de los pilotos Nacionales consideraban un aparato muy difícil de manejar.

Pero sin duda la aureola legendaria que rodea sus hazañas le unen para siempre a este avión con el que consiguió tantas victorias y junto al que murió tres días después de acabar la guerra, mientras rodaba una película, al estrellarse al intentar hacer una difícil maniobra de aterrizaje, si bien no se sabe a ciencia cierta que es lo que verdaderamente pudo ocurrir. Pero desgraciadamente, fueron unos motivos suficientes para acabar con una vida heroica y gloriosa cual ninguna, privando a sus subordinados de un Jefe idolatrado, a la Aviación del mejor y más completo de sus pilotos y a España de uno de sus más preclaros hijos.

Datos Básicos:
 
País de origen: Italia. Fabricante: Fiat. Designación Fabricante: Fiat CR-32. Designación Ejército del Aire: C.1 Chirri. Dimensiones: Longitud: 7,45 metros. Envergadura: 9,50 metros. Altura: 2,63 metros. Superficie alas: 22,10 m². Peso: Vacío: 1.459 kg. Máx. al despegue: 1.900 kg. Motores: Lineal en V Fiat A 30 RA de 12 cilindros. Empuje: 600 CV. Velocidad: Máxima: 354 km/h. Crucero: 316 km/h. Autonomía: 780 km. Techo máximo: 7.700 m. Armamento: Dos ametralladoras Breda “Safat” de 12,7 mm sincronizadas, montadas sobre el capó y anguladas hacia arriba, con posibilidad de instalar sendas armas de 7,7 mm en cada plano inferior y con capacidad de transportar hasta 100 kg. de bombas. Primer vuelo: Año 1933. Entrada en servicio en España: Agosto de 1936.

Reseña:
Biplano de caza de gran robustez, muy maniobrero y con buena penetración en los picados. Elemento básico de los Cazas Nacionales durante la Guerra Civil, con un máximo de 19 escuadrillas en vuelo en agosto de 1938. Los aviones de serie poseían hélice de paso variable y podían llevar un aparato radiotransmisor, cámara vertical panorámica y afustes para bombas.

En la posguerra, Hispano Aviación en su factoría de Triana (Sevilla) construyó 100 aparatos, que denominó HA-132 L, y también reconstruyó algunos a partir de células procedentes de la Guerra Civil. Formaron en los Grupos 21, 22, 23, 28 y 29 y en la Escuela de Caza hasta el año 1953.
Con el ‘Fiat CR-32’, lograron más de diez derribos los laureados Joaquín García Morato y Manuel Vázquez Sagastizábal, los pilotos profesionales Ángel Salas Larrazábal, Julio Salvador Díaz-Benjumea, Miguel Guerrero García y Miguel García Pardo y los oficiales provisionales Arístides García-López Rengel, Joaquín Velasco Fernández Nespral y Carlos Bayo Alessandri

Artículo de Ricardo León a la muerte de García Morato


El 8 de abril de 1939, a los cuatro días del desgraciado accidente que ocasionó la muerte al heroico Comandante Joaquín García Morato, el diario “ABC” -secuestrado por los rojos y que Franco devolvió a sus antiguos dueños los Luca de Tena-, escribía Ricardo León, de la Real Academia Española, el siguiente artículo:
Las lágrimas del héroe
Sean para ti, García Morato, mis primeras palabras, balbucientes aún después del largo cautiverio. Sean para ti como una oración rota en sollozos, apagada en el sagrado estruendo de estas horas, trémula y cortante como saeta andaluza en los caminos de la eternidad. No pude yo, como otros españoles más felices, gozar de tu presencia en las jornadas heroicas, ni gustar del triunfo a la sombra de tus magníficas alas. Pero si no los días de plenitud y esplendor sobre las tierras y los cielos de España, compartimos el amargo cáliz de las horas de oscuridad y angustia, cuando aún no podía adivinarse ni en España ni en ti la súbita ascensión a las cumbres de vuestro sino histórico. Y esas horas de angustia y de tinieblas son las que quiero evocar aquí, porque sus rasgos íntimos revelan con mayor interés y hondura que los hechos públicos el alma del Hombre, tan en perfecta armonía con el semblante y las acciones del Héroe.
Fue en los primeros años de la República. De esa República sin Dios, sin Patria ni Autoridad, que había de morir tal como vivió: sumida en cienos y podres, ahogada en lágrimas y sangres, monstruo engendrado por el materialismo histórico merced a las cobardes complacencias de la hipocresía liberal.
Ya las primeras llamaradas de los incendios de mayo se nos metían por los ojos. Pero estaban ciegas las gentes. Como rapaces en las alegres candeladas, no conocían el terrible sentido de aquellas lenguas de fuego. Sólo unos pocos españoles “sabían” que estábamos en presencia de una revolución en marcha. De una revolución que desde el año 9 de este siglo venía minando todos los cimientos nacionales con las materias explosivas acumuladas en un proceso histórico más de dos veces secular. Frente a la ceguera, la estupidez o la fruición de las gentes; sobre la incapacidad, la inhibición o la impotencia de casi todos los hombres civiles, sólo unos pocos españoles, asistidos por la gracia de Dios y por la fuerza de sus muchas almas, una briosa y despierta juventud militar -con uniforme o sin él-, llamada por destino providente a encuadrar, bajo la espada y el genio del Caudillo, las futuras falanges españolas, “vio” con sagrada angustia lo presente y adivinó el porvenir y se dispuso a la batalla. Porque ellos solos “sabían” -esos varones inmaculados y videntes de la casta arcangélica de Franco, de García Morato y José Antonio- que el transigir con la revolución, el querer domar con halagos a la Bestia Roja era perder el alma echando carne a las fieras; que contra una revolución marxista, disfrazada con perendengues de farisaísmo liberal, no había, para salvar a España y al mundo, más remedio que otra revolución: la única santa y verdadera, la que tiene por ley los Evangelios y está sellada con la sangre del Redentor, de sus apóstoles y sus mártires.
Con palabras sencillas y valientes, henchidas de este espíritu de Cruzada tan español, tan católico y militar, le oí más de una vez a Morato maldecir las vilezas de aquellos días bochornosos y predecir los trances y las glorias de la nueva Epopeya nacional. Y un día, juntos los dos, iluminados por un relámpago de emoción patriótica y viril, se le mudó de súbito el semblante, aquel rostro suyo, tan franco y juvenil; aquella su sonrisa, dulce y triste; aquella su mirada, todavía más dulce y melancólica entonces; su figura toda, llena siempre de sobriedad y llaneza, de energía frenada, de íntimo hervor y cortesía militar. Y vi que de repente le saltaban las lágrimas de los ojos, sin que tratase de esconderlas ni de apartarlas de las mías. Porque aquellas lágrimas suyas, limpias de toda flaqueza, testimonios de plenitud espiritual, eran las lágrimas del Héroe, tan semejantes a las de Hernán Cortés en la Noche Triste; a las del Cid cuando el formidable Campeador, en vísperas de sus hazañas hercúleas, rompe en fuertes sollozos ante su hogar desamparado, con los postigos abiertos, las alcándaras sin azores, todo ya en ruina y soledad... Así este nuevo Cid español, que había hecho cabalgadura y tizona de los más nuevos y sutiles ingenios del Aire; así este nuevo dominador de imperios estelares supo ofrecer a Dios el cáliz de amargura en vísperas de darse a Él y a la salvación de los hombres...
Ello fue entre los encinares de la Sierra, allí donde otro español, sin otras armas que una pluma de acero, pequeñita y civil, pero movida por la firme vocación de su abolengo militar, sentó sus pobres reales con la intención de labrarse allí su pequeño Escorial, no lejos del monasterio del gran rey. Fue aquel retiro apacible (donde los rojos habían luego de cebarse en los pedazos más sensibles de mi carne y mi alma) testigo de las íntimas horas en que, juntas nuestras familias, abrió Morato su corazón y con él la fuente de las lágrimas.
No osaré transcribir lo que entonces dijo, aunque lo recuerdo muy bien, pues eran cosas para guardarlas muy adentro, con reserva por hoy, pero jamás para olvidarlas. Fue, ante todo, el vaticinio más claro y sustancial de cuanto en España, en mal y en bien, ha sucedido en aquellos años de vergüenza y en estos otros de gloria. Y fue, sobre todo, la promesa, la afirmación rotunda y conmovida de no apartarse jamás del puesto de servicio, de sufrimiento y de choque; de poner su vida, su dolor, su arte, su alma y su cuerpo, en fin, a todas las torturas y las pruebas, a todos los sacrificios imaginables por la España de Dios y de la Inmaculada...
Profesión de fe del caballero cristiano y español a la manera de nuestros Grandes Capitanes. Palabras dichas sin énfasis, con absoluta espontaneidad y sencillez, sobrias y humildes con ser tan altas y hervorosas, rubricadas luego muchas veces por los giros maravillosos de su avión al ras de los árboles del jardín, sobre nuestras frentes, dándonos gritos jubilosos, casi al alcance de nuestras manos, por encima de los pañuelos y las banderas al aire. Saltos y giros de renovada emoción, como si ensayase allí los vuelos victoriosos con que había de resplandecer en el cielo, tal como la figura del Arcángel defensor del orden divino y exterminador de los ejércitos del caos...
Envío: Mi pobre oración a Málaga, donde reposa mi madre, tierra bendita, que abraza también la figura corporal del Héroe, vaso de pura y noble arcilla, nunca tocado del enemigo en las batallas de Dios, vacío ya del alma grande y elegida, señora de la muerte, que, acaso por ser tan grande y deseosa, rompió su frágil relicario por el ansia de subir cielos arriba y tender las alas gloriosas en la eternidad.
Y ya que el día feliz de la victoria no me fue concedido estrecharle junto a mi corazón, vayan mis brazos al hogar donde un sabio y un santo, el doctor Gálvez, apóstol de la ciencia y de la fe, sabrá ofrecerle a Dios y a España este dolor tan suyo, doble y sumo dolor de sus dos hijas, viudas hoy de estos héroes de la Aviación española: el capitán Haya y el comandante Morato.
Doctor Gálvez, amigo de mi alma: tú, que tanto hiciste también por nuestra España católica; tú, que sufriste persecuciones y ultrajes del enemigo común precisamente por tus altos méritos científicos y más todavía por tu caridad cristiana, habías de padecer también esta otra inmensa tribulación: la de tus hijas y tus nietos, enlutados ahora cuando todo es gozo y exaltación de primavera y luz de rutilante amanecer en nuestra España. Nunca estuve más ceca de vosotros que ahora, cuando, aún ausentes, nos junta el dolor, un dolor entrañable que, por español y cristiano, sabe también del gozo espiritual de sufrir por Dios y por la Patria, de haber sellado con lágrimas y con sangre las páginas nuevas de la Historia, la salvación de la Cristiandad en la Cruzada de Franco...
[N. del A.] Ricardo León. Nació en Barcelona en 1877. Novelista y poeta. En su extensa producción, inspirada en la tradición española, estableció un puente directo entre el Realismo de Galdós o Clarín y la novela de la primera mitad del siglo XX. Entre sus principales obras figuran las novelas “El Amor de los Amores” (1907); “Casta de hidalgos” (1908) con la que se convirtió en uno de los autores de mayor audiencia; “Alcalá de los Zegríes” (1909); “La escuela de los sofistas” (1910); “Humos de rey” (1923) y “Cristo en los infiernos” (1941). También escribió unas crónicas tituladas “Europa trágica” y dos libros de poesía lírica: “Lira de bronce” (1910) y “Alivio de caminantes” (1911). Desde 1912 perteneció a la Real Academia de la Lengua. Murió en Torrelodones (Madrid), en el año 1943.

Manuel Aznar Zubigaray escribió un artículo en el diario “España” de Tánger
El periodista, escritor y más tarde diplomático, embajador, presidente de la Agencia EFE, Director de “La Vanguardia Española”, y abuelo del ex presidente del Gobierno de España, José María Aznar, escribió el 6 de abril de 1939, el siguiente artículo:
¡Ha muerto García Morato!

“El primero de los pilotos. No solamente el primero de los aviadores de la Nación española, sino uno de los primeros del mundo, ahora y antes y en todos los tiempos. No superándole jamás en el timón Muynemer, Richthoffen ni otro cualquiera de los aviadores imperecederos en los anales de la guerra.

García Morato es uno de los símbolos más puros de la victoria de España. Uno de los filones más extraordinario de heroicidad que el Generalísimo supo descubrir en nuestro pueblo para organizarlos después y lanzarlos finalmente en la victoria. García Morato era la flecha más vibrante y sutil que ha poseído la Patria. Cazador de caza, cazador de ojos vivos y alma pura. ¡Cómo nos deja, precisamente en esta hora que el Caudillo ha hecho sonar para todos los españoles! Y va lejos, arriba, a situarse entre las constelaciones donde su espíritu tendrá más luz que la más resplandeciente de las estrellas.
Tu cuerpo está aquí muerto, en este Madrid recio. Tu cuerpo está muerto y le dan guardia tus pájaros, aquellos a quienes tú enseñaste a volar. Te hemos visto destrozado y seguimos sin quererlo creer; pero... ¡Dios lo ha querido así! No hay sino rendirse humilde ante sus designios. “Bendita sea su misericordia y hágase siempre su voluntad”.
¿Cuántos aparatos enemigos había derribado García Morato? No lo sé: 50, 55, 60... Él se reía de estas homologaciones y de estas estadísticas. Todo lo que había de sublime en sus vuelos de “nemrod” del aire le parecía insignificante, cosa de juego, casi una travesura. La última vez que le vi fue un día en que tuvo un desvanecimiento al picar sobre un aparato enemigo. Despertó a 300 metros de tierra. Cuando pudo volver los ojos hacia la cola de su aparato, vio que le perseguían tres aviones rojos. Pero no tenía importancia. ¡Burlarse de ellos era una cosa sencillísima! Se escabulló y aun tuvo tiempo de volverse hacia uno de sus perseguidores, que a poco caía envuelto en llamas. Una sonrisa que era casi una risa fue el único comentario que el propio Morato puso a la narración de su hazaña.
Paisajes del Pirineo, hondonadas de Aragón, sierras bravías de Urgel, orillas del Mediterráneo, derrumbaderos de Teruel; prados y hoyadas del Norte, olivares de Andalucía, mesetas madrileña, desde el Jarama ondulante a la colina ya históricamente tremebunda de Pingarrón. ¡Toda España lleva resonancia de aquellas alas que parecían nacer del propio corazón de Morato, aquellas alas que nunca temieron las alturas difíciles ni las más arriesgadas empresas!
Pero hay uno de esos paisajes, uno solo, seco, sombrío, frenético de combate, que España recordará mientras exista. El de Griñón. Allí tendremos que ir todos a leer el nombre de Morato escrito en un trozo de granito para que nunca olvidemos, ni olviden nuestros hijos, nuestros nietos, el nombre de aquel que supo darlo todo sin pedir nada.
Sobre las llanuras tostadas de luces madrileñas, García Morato se hizo para de los más egregios pares del mundo, igual entre los más desiguales por alto y como el fuste del árbol más erguido, más bello se levanta cada día, para siempre y como el ave más atrevida, rasgó las nubes y se exaltó hasta las azules alas de la inmortalidad.
Y ha de decirse, en este momento de gran dolor de España, que García Morato no era Solamente un héroe. Además, era un español de clase primerísima, corazón limpio, alma de diamante, pensamiento agudo, voluntad permanente de sacrificio por la Patria. Tenía una ilusión que no le abandonaba nunca y un vasto sueño de grandezas imperiales y un constante retorno a las profundidades del ser nacional. ¡Qué piloto! Dirán muchos. Otros añadiremos: ¡y qué extraordinario patriota!
«... Camino de Málaga va su cuerpo; camino del cielo, su espíritu, para gozar ahora de aquella gloria con la que también soñó el alma de García Morato, héroe de virtudes, portento y modelo en el sol de los aires de España. ¡Bien harás de volar desde hoy como ángel del Señor! (El Tebib Arrumi; pseudónimo de Víctor Ruiz Albéniz, Abuelo de Alberto Ruiz Gallardón, actual Ministro de Justicia, en “Boinas Rojas”. Málaga, 6 de abril de 1939).

Entierro de García Morato en el NODO

Eduardo Palomar Baró

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