lunes, 8 de julio de 2013

VALENTINA ORTE: Calanda (II): El martirio de las almas y de los símbolos religiosos





Este trabajo es continuación del anterior titulado Calanda en el que exponía las vicisitudes sufridas por la población civil, especialmente referidas al período de la guerra 1936-39. En éste me referiré al martirio de los dominicos del convento sito en la ciudad y la destrucción del patrimonio religioso.

Acostumbramos a leer y oír la Historia contada a modo y manera que a las izquierdas interesa. Así acabo de descubrir en una página web: “A lo largo de la primavera de 1936, las élites conservadoras del país apostaron de manera decidida por una solución violenta, que se materializaría en el Alzamiento Nacional de julio de 1936”. Nada de los asesinatos, robos, persecuciones, quema de iglesias y conventos cometidos por ellos y sus afines antes del 18 de julio de 1936 que dieron lugar, como reacción defensiva, a ese Alzamiento ¿Pretendían que las derechas continuaran soportando sus tropelías como pueblo sojuzgado?

Continuando con sus torticeras explicaciones parece ser que, consecuencia de esa mala actuación de las derechas, las izquierdas se defendieron:
Era una lucha contra las personas y los símbolos, una respuesta a los numerosos asesinatos cometidos en la zona franquista. La obsesiva persecución clerical también estuvo presente mediante hechos como: quema de imágenes religiosas y objetos de culto; utilización de iglesias como hospitales, establos y almacenes; fundición de campanas para munición, supresión de los actos religiosos; asesinatos de miembros del clero; e incluso exhumación de curas y monjas.[1].
Tal como lo dicen parece que hasta se comportaban respetuosamente. La Historia vuelta del revés. En su afán de reivindicar su benéfico proceder hablan de la recuperación de hospitales como “La Casa de Salud Durruti”, (lo que no deja de tener su cierto punto de ironía), cuando su actuación, reconocida por eminentes trotskistas[2], era comparable a la de los sans-culottes parisienses de la Revolución Francesa.

El anarcosindicalista Souchy[3] describe con orgullo las actuaciones de las columnas.  Se recrea comentando la nueva fuente de granito en Calanda con la inscripción CNT-FAI situada frente a la que fue iglesia, que ha dejado de serlo porque la han convertido en un almacén de abastos, con una dependencia para carnicería, “instalación higiénica, bonita, como el pueblo no había conocido nunca. No se compra nada con dinero: las mujeres reciben carne a cambio de vales, (es decir, una vuelta a la Edad Media), …pues pertenecen a las colectividades y esto basta para obtener carne y otros alimentos”. “La C.N.T. domina. Colectivistas e individuales viven pacíficamente lado a lado”,  ̶ más bien bajo un régimen de terror, después de la razzias efectuadas a partir del 27 de julio con los vecinos del pueblo ̶ . Este anarquista con arrogancia inusitada afirma: “La farmacia pertenece a la colectividad, lo mismo que el médico.”Este último no recibe dinero. Se le mantiene como a los demás miembros de la colectividad”. Puro marxismo.

En la mejor línea de funcionamiento anarquista, presume también de que “Antes, existía una sucursal bancaria. Ahora está cerrada. La municipalidad confiscó 70.000 pesetas que destinó a la compra de productos”. Es decir, cerraron la entidad bancaria porque la habían saqueado.

Lo que Souchy omite es que para “colectivizar” la farmacia habían matado al farmacéutico, don Pascual Sauras Alegre, y. para confiscar el dinero del Banco. a D. Eloy Crespo Gasque; para evitar cualquier movimiento de control que pudiera surgir por parte de un Teniente Coronel de 60 años, asesinan a don Pablo Bernad Molinos y a un abogado, don Joaquín Sauras Barberán, y a propietarios, comerciantes, industriales, pero también a labradores, jornaleros, estudiantes, sacerdotes y religiosos. A todo aquél que intentara oponerse.

Es Calanda cuna de un gran hombre de iglesia y también de Estado: el cardenal  Antonio Mª Cascajares y Azara [4]. Preocupado por la res publica, nada humano de lo que ocurría en la España de la regencia de María Cristina de Habsburgo, le era ajeno. Interesado especialmente por las cuestiones económicas, cuando en 1891el Papa León XIII publica la famosa encíclica social Rerum Novarum, que pasa a constituirse en núcleo de la Doctrina Social de la Iglesia, la inquietud de Cascajares por los asuntos sociales le convierte en el hombre de la Rerum Novarum en España. De hecho el Papa le nombra cardenal en 1895, convirtiéndose de facto en su hombre durante aquellos años de la Regencia.

La crisis económica de España, la cuestión social, los problemas de la restauración, las intrigas dinásticas, el conflicto carlista no cerrado, las campañas de ultramar y el entorno finisecular del “desastre” le enfrentan de forma bronca con todas las contradicciones que el siglo XIX había ido creando en la sociedad española, que el cardenal trataba de mitigar utilizando su propio peculio, especialmente entre los calandinos. La tardía revolución industrial, la desvertebración social, las desigualdades, la agitación obrera asociada a la crítica religiosa, el descontento social y la que considera creciente influencia de la masonería impregnaban toda la sociedad.

“Calanda” ̶ que así solía firmar y dirigirse a sus amigos, en notas y cartas informales, utilizando el nombre de su pueblo natal ̶  tuvo gran influencia y vinculación con Santiago Alba. Sus dos principales preocupaciones eran las de los medios de comunicación y las cuestiones relacionadas con la educación, por la gran influencia sobre las gentes y las futuras generaciones, de cara a la propia evolución de la sociedad y del país. Su gran interés por la educación le llevó, siendo arzobispo de Valladolid, a luchar por crear una universidad elevando a Universidad Pontificia el seminario. También estableció allí el colegio de huérfanos militares de Santiago. Las buenas relaciones que en todo momento mantuvo con el Ejército se manifestaron en el acto de imposición de su birreta cardenalicia en 1895, al ser obsequiado con un extraordinario anillo pastoral regalo del arma de Artillería. Hoy figura entre las joyas del Museo de la Virgen del Pilar de la catedral de Zaragoza.
Sirvan estas líneas de humilde homenaje a un hombre de iglesia, calandino ejemplar que intentó colaborar en transformar la sociedad de su tiempo. La deriva que se produjo aún fue mayor cuando 30 años después de su muerte, las furias desatadas del anticlericalismo revolucionario de las columnas se apoderó de la villa.

Los dominicos de Valencia se habían trasladado a Calanda en 1931, cuando vieron que las cosas se estaban poniendo turbias para la Iglesia en España. Situado a media distancia entre Zaragoza y Teruel quedaba como escondido en la geografía española, así que pensaban que la vida allí les ofrecería cierta tranquilidad, sin las tensiones que se producían en las grandes ciudades. Se establecieron en el antiguo convento de San Antonio de Padua de los Capuchinos de Calanda  fundado en el año 1750 que aquellos tuvieron que abandonar con motivo de la desamortización.

Situado el Convento en la ruta de las columnas hacia Teruel y Zaragoza y próximo a zonas mineras, era peligroso en caso de conflicto. El 25 de julio de 1936 los frailes dominicos celebraron la misa con cierta serenidad. Pero dos días más tarde corrió la voz de que los milicianos catalanes iban a copar el pueblo. Por tanto, el Padre superior mandó desalojar el convento.

El padre Lucio Martínez Mancebo, Maestro de Novicios y Subprior, se preocupó de que los jóvenes saliesen del Convento y buscasen acogida fuera de Calanda, hacia Zaragoza. Al despedirlos con su bendición les aconsejó que de llegar el caso de dar la vida por la fe, lo asumiesen con valentía.

Efectivamente, el 27 los milicianos ocuparon el pueblo y empezaron a detener gente. Él con algunos religiosos quedaron en el Convento que al ser asaltado, tuvieron que refugiarse en casas particulares.

Al amenazar de muerte a los que ocultaban frailes en su casa, salieron a la calle donde fueron apresados, y dos días después fusilados. Subidos al camión que los llevaba al lugar del martirio, inició con voz poderosa el rezo del Rosario hasta el lugar del suplicio, en el que manifestaron su perdón a todos, consumando el sacrificio de su vida al grito de ¡Viva Cristo Rey! Tenía 34 años.

El ferrolano padre Antonio López Couceiro de 67 años, sirvió de ejemplo y estímulo para los demás en las horas trágicas que precedieron al sacrificio de su vida. Les recordó la conveniencia de la confesión sacramental en aquellos momentos, y la absoluta necesidad de perdonar evangélicamente. Por querer ayudar al religioso mayor del grupo, que se desplazaba con dificultad, ambos fueron apresados. Malherido, caído en tierra, juntó las manos, miró al Cielo, y le oyeron musitar: «¡Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen!». Fueron sus últimas palabras.

Tirso Manrique Melero, riojano de 59 años. Fue un predicador apóstol de la doctrina social de la Iglesia. Espiritualmente era de profunda piedad y vigoroso sentido ascético. Se le veía a veces un tanto abatido ante el futuro que intuía conflictivo. Era un fondo de humildad y conciencia de pequeñez que le hacía sentirse poca cosa en momentos difíciles. No le importaba morir, pero le preocupaba el no estar a la altura de las circunstancias. Sin embargo hizo frente a momentos duros. Fue rechazado en varias casas, ya que la presencia de un fraile resultaba peligrosa. Saboreó la amargura de quienes se lo habían ofrecido todo y a la hora de la verdad, se lo negaron todo.
No le quedó más refugio que sentarse en un banco de la plaza de Calanda y esperar. Poco después era apresado y conducido donde estaban los demás. Aquella misma noche todos fueron fusilados.

Felicísimo Díez González A sus 29 años estaba en sus primeros años de vida sacerdotal, que ejercía como profesor de los aspirantes al hábito en la Orden. Parece ser que era de los que veían con mayor claridad la conflictiva situación social. Entre bromas y veras se despedía a veces aludiendo a la eternidad. Al llegar la persecución fue de los primeros en ser detenido, junto con otros dos miembros de la Comunidad. Los llevaron a Alcañiz donde los milicianos quisieron matarles ya. De momento los liberó la energía del comandante militar que exigió fuesen devueltos y juzgados en Calanda, de donde procedían. Fueron los tres primeros frailes que entraron en la cárcel.

Gumersindo Soto Barrios Piadoso Hermano de Obediencia, ejemplo de religiosidad. Piadoso Hermano de Obediencia, ejemplo de religiosidad sencilla y profunda. Gran trabajador, con dotes de organizador y muy dado a las Matemáticas, lo que le valió el haber sido profesor de los aspirantes al ingreso en la Orden. Hizo honor a su nombre, no sólo siendo obediente hasta la muerte, sino obedeciendo lo mejor que podía. Al llegar la persecución contaba 67 años de edad y 37 de vida religiosa, pero por sus achaques no estaba en condiciones de largas caminatas. Al ver que su presencia en casas particulares comprometía y él no podía andar, optó por abandonarse en manos de la Providencia y quedó sentado en un banco de la plaza del pueblo. Apresado fue conducido a Alcañiz, pero devuelto a Calanda para ser juzgado. En la cárcel encontró los otros miembros de la Comunidad y todos se prepararon para la hora final.

Saturio Rey Robles Amigo inseparable del P. Felicísimo, (y de su misma edad), lo fueron hasta el martirio. El ejemplo, fortaleza y oportunas   palabras del P. Antonio fueron el aliento definitivo así como las del P. Couceiro: “Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha compartiendo con ellos el mismo ánimo que recibimos de Dios”.

Lamberto de Nasvascués y de Juan. De familia noble, educación exquisita, formación humana completa y gran poder de captación. A punto de terminar la carrera de Derecho, renunció a todo y solicitó ser religioso en calidad de Hermano Cooperador. Tuvo que lu­char mucho pues la mayoría consideraron un desacierto su decisión. A mediados del 1936 era novicio-cooperador en el Convento dominicano de Calanda (Teruel). Al llegar la persecución la Comunidad tuvo que desperdigarse, pero fray Lamberto quiso quedarse con los religiosos ancianos en el Convento y sufrir la suerte de losmayores. Después de muchos malos tratos de palabra y de obra, fueron cargados en un camión y conducidos al lugar del martirio. Rezando el Rosario en voz alta y perdonando de corazón a sus verdugos, fueron fusilados a unos seis kilómetros del pueblo, mientras ellos proclamaban “¡Viva Cristo Rey!”. Tenía 25 años de edad y llevaba dos meses y algunas semanas de novicio en la Orden.

Manuel Albert Ginés. Iba a cumplir 70 años y llevaba 45 de plena dedicación sacerdotal en Calanda, primero como capellán del santuario local del Pilar y después también como coadjutor de aquella Parroquia. Era tenido en gran consideración y estima por su ejemplaridad y obras de caridad con atención a los enfermos. Al llegar la persecución, se mantuvo sereno en su casa, que fue la primera que asaltaron los revolucionarios. Detenido, hicieron un simulacro de juicio y fue condenado sólo por ser sacerdote diocesano. Pidió le uniesen al grupo de dominicos encarcelados y se lo concedieron. Dos días estuvieron juntos en la cárcel preparándose para el martirio que veían seguro. De la cárcel los sacaron y los mataron en la partida “Nueve Masadas” de este término, donde los dejaron abandonados por espacio de cuatro días, al cabo de los cuales procedieron a su enterramiento en el mismo lugar, no sin antes haber intentado quemarlos y destrozado los cráneos.

José María Muro Sanmiguel. En 1935, a los 40 años, siendo un joven sacerdote secular, ingresó en la Orden llevado de su afán misionero y mártir. Cuando llegaron los días de persecución, estaba en Calanda completando estudios. Comprendía la gravedad de la situación, sugiriendo la conveniencia de marchar a Zaragoza, pero siempre en manos de la Divina Providencia. Al ser asaltado el Convento, tuvo que huir perseguido a tiros, pero la copa de un tupido olivo le ocultó de sus perseguidores. Inició su calvario en busca de refugio y en este menester se encontró con Fray Joaquín Prats Baltueña de 21 años compañero del convento de Calanda y juntos intentaron refugiarse en casa del abuelo paterno de fray Joaquín en un pueblo a pocos kilómetros del monasterio. Al llegar al término municipal de Castelserás, desconocedores de aquellos parajes, pidieron orientación para dirigirse a Alcañiz.

Traicionados por una mujer que les orientó hacia una patrulla de milicianos, fueron detenidos y encerrados en un lóbrego calabozo. Fueron sometidos a un juicio en medio de burlas y frases sumamente ofensivas, que recibieron con la cabeza baja y en silencio. Al joven fray Joaquín se le prometió la libertad si gritaba “¡Viva el comunismo!”. A lo que él contestó por tres veces “¡Viva Cristo Rey!”. Llevaba ocho meses de noviciado para clérigo. Su vocación sacerdotal mantenida durante diez años le impulsó a ingresar en la Orden, en 1935, a raíz de unas visitas a Lourdes
Estos dos últimos dominicos  mencionados fueron fusilados en las afueras del pueblo de Castelserás el día 30 de julio y don Narciso Llombart Gil de 63 años, párroco de Calanda, en Valdealgorfa el 20 de agosto.

Los restos de los Caídos reciben cristiana sepultura

La Iglesia dedicada a  Nuestra Señora de la Esperanza es una construcción del siglo XVIII de estilo neoclásico, que consta de tres naves (elevándose la central sobre las laterales), crucero no acusado en planta y cabecera recta. La barbarie anticlerical desatada por las columnas anarquistas destrozaron sus magníficos retablos y obligaron a una gran reforma del templo. Lo que hoy puede verse del edificio no es sino una sombra de su pasado esplendor.  

El otro gran edificio religioso de Calanda es el templo de Nuestra Señora del Pilar (s.XVIII). Tiene su origen en la pequeña ermita contigua a la casa de Miguel Pellicer que se construyó tras el 'Milagro’ (1640). El 29 de marzo de 1998 se inauguró la Casa Museo de Miguel Pellicer, situada en la plaza del Pilar nº 3, en la antigua casa del capellán del Pilar. Aquí fue trasladado el altar mayor del convento del Desierto tras la exclaustración y desamortización de 1835 que cien años después fue quemado. Las dos campanas que procedían también del mismo monasterio, fueron arrancadas del campanario y llevadas a Barcelona para ser reutilizado su material con fines bélicos. 

El Convento de Capuchinos de Calanda, antiguo Convento de San Antonio de Padua y actual Casa de Cultura de la villa, es un edificio de estilo barroco y una de las más importantes edificaciones de la Orden de los Capuchinos en la provincia de Teruel. En la época de la guerra civil fue convento de los mencionados Padres Dominicos, pero una vez asesinados, los anarquistas lo utilizaron, tal como afirma, el anteriormente mencionado, Souchy:  "El mejor edificio del pueblo, un antiguo convento, es ahora escuela, que funciona conforme a los métodos de Ferrer [5]. Antes, no había más que ocho maestros. La colectividad ha nombrado a otros diez más". 

La iglesia de San Miguel fue totalmente destruida, los demás templos saqueados, todos ellos profanados y, como acostumbraban,  destinados a garajes y almacenes. El valor material aproximado de estos destrozos es de gran importancia para la época. Artísticamente, la pérdida es irreparable. Fue profanado el cementerio y de las sepulturas de la antigua necrópolis en la iglesia parroquial sacaron todos los cadáveres y restos fuera de los nichos y los abandonaron esparcidos por el pavimento; las imágenes y reliquias fueron arrojadas al fuego y las ropas, objetos litúrgicos y vasos sagrados, expoliados. 

Es necesario recordar que la actuación en toda España de las diferentes columnas anarquistas en sus ataques a la religión y a los valores tradicionales, eran coincidentes en su odio porque seguían las consignas impuestas por marxistas y trotskistas; por ello Andrés Nin, dirigente del partido revolucionario POUM, proclamaba en un mitin llevado a cabo el 8 de agosto de 1936 que habían resuelto la cuestión religiosa: “Nosotros lo hemos resuelto totalmente yendo a la raíz: hemos suprimido los sacerdotes, las iglesias y el culto”. 

Afirmación que fue ratificada el 5 de marzo de 1937 por  José Díaz[6],  secretario general de la sección española de la III Internacional,  en Valencia :“En las provincias en que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha sobrepasado en mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia, en España, está hoy día aniquilada”.


“Pueblo que no sabe su historia es un pueblo condenado irremediablemente a la muerte” (Marcelino Menéndez Pelayo).

[1] http://www.terueltirwal.es/teruel/teruelsigloXX.html
[2] Pierre Broué (1926-2005) historiador y militante trotskista francés
[3] Augustin Souchy (1892-1984) fue un antimilitarista, ácrata y periodista alemán, muy activo dentro del movimiento libertario en todos los lugares donde residió y trabajó con anarquistas famosos incluyendo a Rudolf Rocker y a Piotr Kropotkin. Participó dentro de la Confederación Nacional del Trabajo en España y en la Revolución española  durante la Guerra Civil.
[4] D. Antonio María de Cascajares y Azara, hijo de D. Agustín Cascajares y Bardají y Dña. Catalina de Azara y Mata, nació en Calanda el 2 de marzo de 1834. Descendiente directo de los baroneses de Bárcabo por su padre y marqueses de Nibbiano por su madre, se dedicó a la carrera militar hasta que sintió la vocación religiosa. Falleció en Calahorra (La Rioja) el 27 de julio de 1901.
[5] Francisco Ferrer Guardia (1859-1909) famoso pedagogo libertario español que recogió la tradición moderna iniciada por Rousseau en el siglo XVIII -contraria a la autoridad y a la cosmovisión religiosa-, para adaptarla al anarquismo y el librepensamiento.
[6] Se suicidó en Tiflis (Georgia) en 1942. Sus restos fueron repatriados por el PCE, celebrándose el 30 de abril de 2005 en Sevilla un homenaje dispuesto por la organización federal y regional del Partido. Al día siguiente, 1 de mayo, antes de su traslado al cementerio, sus restos fueron transportados al Ayuntamiento de Sevilla, donde el alcalde leyó el nombramiento de hijo predilecto de la ciudad otorgado por unanimidad de todos los grupos políticos municipales. Conviene recordarlo.

Valentina Orte

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia o a actos contrarios a la legislación española y a la moral católica. Los comentarios no reflejan la opinión de H en L, sino la de los comentaristas. H en L se reserva el derecho a modificar o eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas. Los comentarios aparecerán tras una validación manual previa, lo que puede demorar su aparición.