Juan Salafranca Barrio
nació en Madrid el 21 de septiembre de 1889, hijo de juan Salafranca
Butigieg, contador de navío y de Consuelo Barrio Ruiz-Vidal.
Ingresó
a los 17 años en la Academia de Infantería de Toledo el 30 de agosto de
1907 en la que fue la XIV promoción, luego famosa por ser la de
Francisco Franco, de la que salió promovido a Segundo Teniente en 1911
siendo destinado al Regimiento de Ceuta.
En el año 1912 ganó la
Medalla de Melilla y sus dos primeras Cruces de 1ª clase del Mérito
Militar con distintivo rojo, por varios hechos de armas tanto en la zona
de Ceuta como en la de Melilla.
En 1913 los territorios que
pertenecían a España en el Norte de África, quedaron incluidos
administrativamente como Protectorado español de Marruecos. Salafranca
ascendido en este año a primer teniente, estuvo en las tropas del
General Felipe Alfau Mendoza, realizando la ocupación pacífica de Tetuán
en febrero de 1913, estableciendo allí la capital del recién
formalizado Protectorado español.
En 1916 fue destinado al Grupo
de Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla, incorporándose al 2ª Tabor en
Tetuán (antiguo 3º del GFRI de Tetuán nº 1) coincidiendo con su
compañero de promoción de la Academia de Infantería, Francisco Franco.
Ambos se habían forjado una brillante hoja de servicios desde su salida
de la Academia, plena de reconocimientos por sus brillantes acciones de
guerra en los mismos escenarios del Protectorado.
El 24 de mayo de
1916 ambos oficiales salieron del campamento en Tetuán, con el Tabor de
Regulares de Melilla mandado por el Comandante Jefe Enrique Muñoz Gui
para incorporarse a la Columna al mando del General. Ataulfo Ayala y
dirigirse a la posición de Laucien, cercana a Tetuán, para cubrir el
paso del Alto Comisario General, Francisco Gómez Jordana, que llevaba a
cabo la importante misión de la apertura del camino entre Tánger y
Tetuán. Parte de las fuerzas quedaron de reserva en Laucien, continuando
Salafranca y el resto de la Columna Ayala con el General en Jefe hacia
el Fondak, para culminar la misión. A su término, el oficial Salafranca
en unión de las demás fuerzas, fue felicitado en el Orden del Día por el
General en Jefe por el apoyo prestado. Igualmente, el Gobierno del
conde de Romanones y el rey Alfonso XIII mandaron telegramas de
felicitación para todos los oficiales involucrados en la misión.
Un
mes más tarde, el 29 de Junio de 1916, a las 3 de la madrugada, el IIº
Tabor de Regulares Indígenas de Melilla mandado por el Comandante Jefe
Muñoz Gui, salió desde el Llano de Los Castillejos formando parte de la
Columna mandada por el Coronel de Cazadores Juan Génova, hacia la
posición de Kudia-Federico, en las afueras de Ceuta. Ese día llevaron a
cabo el asalto al poblado del Biutz, muy cercano a Ceuta, por orden del
General en Jefe de Operaciones en África y Alto Comisario General
Francisco Gómez Jordana, que consideró muy importante recuperar ese
asentamiento, para asegurar las comunicaciones desde Ceuta.
El
poblado del Biutz era un asentamiento grande de la cabila de Anyera y
estaba bien defendido por las colinas de La Loma de la Trincheras, la
colina roja de Hafa-el-Hamra, la de Seriya y detrás de ellas la de
Ain-Yir, que constituía la última defensa antes del poblado. A pesar de
estar los cabileños fuertemente atrincherados en lo alto de la cima, se
decidió el asalto con 3 Columnas; La Columna del Coronel Juan Génova
atacaría por el centro para asaltar la Loma de las Trincheras, mientras
una segunda Columna, al mando del General Martínez Anido, lo haría por
la izquierda, con el objetivo de tomar las colinas de Hafa-el-Hamra y
Seriya. La tercera, mandada por el General Sánchez Manjón, atacaría por
la derecha la loma de Ain-Yir.
El IIº Tabor de Regulares de
Melilla al mando del Comandante Enrique Muñoz Gui, se encargó del asalto
a la Loma de las Trincheras. El Teniente Salafranca iba en la Compañía
del Capitán Fernando Lías Pequeño, la 1ª Compañía la mandaba el Capitán
Palacios y la 3ª Compañía el Capitán Franco.
El asalto a La Loma
de las Trincheras fue muy duro, ya que los defensores apuntaban y
disparaban a placer a los asaltantes desde su privilegiada posición
defensiva en lo alto de la loma. Comenzó el asalto cargando la
Caballería de Regulares de Ceuta, que enseguida quedó deshecha bajo el
nutrido fuego. Mandó entonces el Comandante Jefe Muñoz Gui que atacara
en vanguardia la Compañía del Capitán Palacios, pero apenas conseguían
avanzar por igual motivo. El número de bajas era enorme y también cayó
el Capitán Palacios herido gravemente. A pesar de todo prosiguió el
asalto el resto del Tabor al mando del Comandante Jefe y se consiguió
coronar la Loma de las Trincheras, aunque los defensores sólo habían
retrocedido un poco más allá de la cima y les esperaban en una segunda
línea defensiva para acribillarles de nuevo. Cayeron masivamente, otra
vez, los asaltantes y sus oficiales, empezando por el Jefe del Tabor el
Comandante Muñoz Gui, muerto de un balazo. Prosiguió el asalto el
Capitán Franco, uno de los pocos oficiales supervivientes en la cima.
Llegó la hora en que ya se encaraba al enemigo y en el tiroteo cercano,
previo al cuerpo a cuerpo, Franco cayó herido de un balazo en el vientre
y hubo que evacuarle inmediatamente, sin conocimiento y aparentemente
moribundo. Mientras, ambas fuerzas chocaban en el cuerpo a cuerpo
definitivo. El Teniente Salafranca estaba herido en cuello y pierna,
pero prosiguió al frente de las fuerzas hasta concluir victoriosamente
el asalto. Finalizado el combate, replegó a su tropa y se unió al resto
del Tabor, que quedó al mando del Capitán Jefe accidental Fernando Lías
Pequeño, tras la muerte del Comandante Jefe Muñoz Gui y con el que se
dirigieron a la cercana posición de Kudía-Federico. En Kudía-Federico se
mejoraron las primeras curas a los heridos, trasladando después a los
más graves, como Salafranca, al Hospital militar de Ceuta.
En la
Hoja de Servicios de Juan Salafranca respecto a este combate, disponía:
“asistiendo ese día a la operación que dio por resultado la toma y
recuperación del Biutz (Ceuta) en la que sostuvo duro combate con el
enemigo que se hallaba fuertemente atrincherado en las lomas de las
Trincheras, resultando dos veces herido una en la pierna y otra en el
cuello, continuando al mando de sus fuerzas a pesar de sus heridas,
ordenándole el Capitán Jefe accidental del Tabor Fernando Lías Pequeño,
saliese a llevar un parte al Jefe de la Columna, Coronel Génova, lo que
cumplimentó, siendo muerto el caballo que montaba al regresar de
transmitir dicho parte, permaneciendo al frente de sus fuerzas hasta que
ordenó el repliegue…”.
En el parte de la operación que el Jefe
del Tabor entregó al Jefe de la Columna Coronel Génova, figura
Salafranca como ‘Muy Distinguido’ por su insuperable valor, dotes de
mando y energía desplegada en altísimo grado en dicho combate.
De
los 12 oficiales que ingresaron heridos en la enfermería de
Kudía-Federico, sólo sobrevivieron 5 y fueron trasladados en cuanto se
pudo al Hospital en Ceuta. Allí fueron llevados, el Teniente Salafranca,
el Capitán Palacios, el Capitán Valentín Muñoz Gui y el Capitán Franco,
al que se le pospuso el traslado unos días, debido a que su delicado
estado no aconsejaba el viaje hasta Ceuta. También llegó con vida al
Hospital de Ceuta el Cabo de la 2ª Compañía de Regulares de Melilla nº 1
Mariano Fernández Cendejas, que seguía vivo a pesar de estar
acribillado a balazos incluso en las dos manos. Su jefe, el Capitán
Valentín Muñoz Gui, también herido y hermano del Comandante Jefe muerto
en la Loma de las Trincheras, fue a visitarlo para que firmase la
instancia que él había promovido, para que al Cabo de su Compañía
Mariano Fernández Cendejas, le fuera concedida la condecoración de mayor
valor en el ejército: La Cruz Laureada de San Fernando. Cendejas no
pudo firmarla por tener las dos manos vendadas y además murió por las
múltiples heridas dos días después, pero le acabaría siendo concedida la
Laureada a título póstumo.
El 30 de junio de 1916, el Ministro de
la Guerra transmitió por telegrama al General en Jefe Gómez Jordana,
las felicitaciones a Salafranca en unión de las demás fuerzas, por parte
del Gobierno, el Rey y ambas Cámaras, por la importante operación
realizada en El Biutz. El 15 de julio figuró Juan Salafranca en el orden
del día como ‘Distinguido’ por su comportamiento en el combate del 29
de junio y por ello anotado en el libro del Cuerpo.
Estuvo
hospitalizado en Ceuta hasta el 19 de julio de 1916, que continuó su
recuperación con licencia para ir a su casa en Madrid.
Coincidiendo
con su salida del Hospital Militar de Ceuta, se publicó en la orden
general del Ejército de España en África que por disposición del General
en Jefe, se le instruía al Oficial Juan Salafranca Barrio de las
fuerzas Regulares Indígenas de Melilla nº 2, proceso por los méritos que
contrajo en el combate del día 29 de junio en la ocupación del Biutz y
el Hafa el Hamra y por el que fue propuesto para la concesión de la Cruz
Laureada de San Fernando.
También fueron propuestos para la Cruz
Laureada, por aquella batalla, el Teniente Diego Pacheco Barona de
Caballería de Regulares, que murió en el combate; el Cabo Fernández
Cendejas de los Regulares de Melilla nº 1 y el oficial médico Ricardo
Bertoloty de los Regulares de Tetuán.
Además, el 2 de agosto de
1916, fueron propuestos también, el fallecido Comandante Jefe del Tabor Enrique Muñoz Gui, el Capitán Francisco Palacios y el Capitán Francisco
Franco; a propuesta del Capitán Jefe accidental del tabor Fernando Lías
Pequeño, que también sería recompensado por los méritos de aquel día,
con el ascenso a Comandante en enero de 1917.
Sin embargo nadie
propuso para el ascenso al capitán Franco, probablemente porque ya había
sido ascendido a Capitán muy recientemente por méritos en otra acción
anterior.
El 20 de septiembre de 1916 Juan Salafranca Barrio fue
ascendido a Capitán por los méritos en aquel asalto del 29 de junio, al
igual que algunos otros oficiales de las fuerzas de Regulares que
estuvieron en aquella sangrienta operación, como el Capitán Valentín
Muñoz Gui, el Capitán Sanz de Lavín y el Teniente Enrique Segura.
El
Capitán Palacios no fue ascendido, pero fue distinguido con la Cruz de
María Cristina, al igual que el Capitán Franco. La prestigiosa Cruz de
María Cristina era un importante reconocimiento a una casi mortal
herida, pero no satisfizo a Franco. No era un ascenso y le cerraba la
puerta a la obtención de la Laureada. Franco, que en aquel momento se
hallaba recuperándose de permiso en su casa de Ferrol, no estaba
satisfecho con su recompensa, por lo que elevó una instancia al rey
Alfonso XIII, poniendo de manifiesto el agravio comparativo con sus
compañeros ascendidos y la injusticia de atribuir todos los méritos del
asalto a la Loma de las Trincheras al Teniente Salafranca, al que se
había propuesto para la Cruz Laureada de San Fernando, por haber seguido
al mando de las fuerzas hasta el fin de la acción, a pesar de sus
heridas. Pero Franco aseguraba que como oficial de mayor graduación de
aquella acción, siempre estuvo al mando de ella y que fue él y no
Salafranca, quien había seguido dirigiendo el combate, incluso después
de resultar herido. El Rey le apoyó en sus demandas y Franco consiguió
cambiar la cruz de María Cristina por el ascenso a Comandante el 28 de
febrero de 1917 y además anteponer su juicio contradictorio para la
concesión de la Cruz Laureada al del Teniente Salafranca, por tener
Franco más graduación. En el juicio, que se falló el 29 de marzo de
1918, testificó, entre otros, el soldado Mohamed Ducally, de la Compañía
de Franco, que fue quien lo llevó al puesto de socorro tras ser herido y
declaró que el Capitán Franco había sido el primero de su Compañía en
caer, que le evacuó inmediatamente y que sufrió un colapso y quedó
inconsciente cuando le recogió, por lo que no pudo continuar al mando de
las fuerzas, lo que contradijo la versión dada por Franco y por tanto
la Laureada le fue negada.
Previamente, a este juicio ya se habían
concedido 2 Laureadas por los hechos de aquel día. El 9 de noviembre de
1917 le fue concedida la Laureada al Teniente de Caballería de
Regulares Diego Pacheco Barona, que murió aquel 29 de junio de 1916 en
el ataque a la loma de Ain-Yir, y el 3 de diciembre de 1917, se le
concedió la Laureada al Cabo de Regulares de Tetuán Mariano Fernández
Cendejas que falleció unos días después del combate por las heridas
recibidas en él. El 20 de Julio de 1918, se resolvió favorablemente el
del oficial médico Ricardo Bertoloty.
El juicio en favor de la
Laureada para el capitán Salafranca quedó en el aire tras el celebrado
en favor de su concesión para Francisco Franco, ya que el testimonio del
capitán Franco era obligado en el juicio de Salafranca, por ser Franco
el oficial superviviente de más graduación en aquel asalto a la Loma de
las Trincheras e imprescindible que reconociera en él, que no había
podido ejercer el mando tras ser herido. Sabida la imposibilidad del
capitán Franco de testificar favorablemente en el juicio de Salafranca,
el Rey encontró conveniente que el de Salafranca ya no se celebrara y
así se le comunicó a éste oficial, ya en el año 1919. En su hoja de
servicios, dice al respecto: “Por Real Orden de 15 de Marzo de 1919, se
desestima la petición del juicio contradictorio para la Cruz Laureada de
San Fernando, que a instancia del Jefe Accidental del 2º Tabor de
Infantería de Regulares le fue instruida al oficial Juan Salafranca, por
el mérito que contrajo el 29 de Junio de 1916, con motivo de la
ocupación del Biutz, Ain-Yir y Hafa el Hamra, … siendo la voluntad de Su
Alteza que dicho juicio no debió formarse a instancia del Jefe
accidental sino a propuesta del mismo.”
Fue un duro revés para el
Capitán Salafranca que ampliamente felicitado desde un primer momento,
por todo el estamento militar y por el propio Rey, llegó a pensar que en
efecto lograría la concesión de la preciada condecoración castrense.
Tanto Salafranca como Franco consiguieron la preciada Laureada, en 1921 el primero y en 1939 el segundo.
Restablecidos
ambos de sus heridas, en enero de 1917, el Capitán Salafranca volvió a
ser destinado a las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla nº 2 y al
Capitán Franco se le trasladó inicialmente a los Regulares de Tetuán nº
1, aunque la novedad de su ascenso a Comandante de la mano del Rey, a
finales de febrero, llevó a Franco destinado a Oviedo el 1 de marzo de
1917 por falta de plaza en África, donde ya no volvería hasta hacerse
legionario en 1920.
Debido a las bajas sufridas en el Biutz de
junio de 1916, se procedió a una reorganización, a la vez que se
reforzaba el Tabor con una Compañía de Ametralladoras formada con
personal peninsular. En esta remodelación se le asignó al Capitán
Salafranca el mando de la 1ª Compañía del IIº Tabor de los Regulares
Indígenas de Melilla nº 2 que tuvo su base en Segangan hasta el año
1919. Dese el 23 de octubre de 1919 estuvo en la Columna del Coronel
Silverio Araujo, con la que el 28 de octubre fueron revistados por el
nuevo Alto Comisario Dámaso Berenguer.
El 12 de febrero de 1920 el
General Manuel Fernández Silvestre fue nombrado Comisario General de
Melilla y siguió una política de ansiosa ocupación de territorio,
estirando temerariamente las escasas fuerzas, con el objetivo de llegar
cuanto antes a la bahía de Alhucemas que confirmaría el control sobre su
territorio.
El Capitán Salafranca tuvo una gran actividad bélica
en este campo de operaciones y fue nombrado en varios partes como
distinguido o destacado en el combate, como en el de la acción del 7 de
mayo, en vanguardia de la Columna del Coronel de Policía Gabriel Morales
y Mendigutia, con la que participó en la ocupación, fortificación y
posterior defensa de una nueva posición. Días más tarde intervino en
otra acción similar incorporado al Tabor del Comandante Manuel Llamas.
También figuró destacado en el parte que realizó el Teniente Coronel
Alfredo Coronel, por su actuación en otra ocupación llevada a cabo el 24
de junio. Así mismo fue mencionado por el Teniente Coronel Jefe Miguel
Núñez de Prado, en cuya Columna estuvo en vanguardia en varias
operaciones.
Terminó el año participando en el desfile que hubo en
Melilla el 18 de diciembre de 1920, integrado en la guarnición del
General 2º Jefe de la Comandancia de Melilla, Felipe Navarro, Barón de
Casa Davalillo.
El año 1921 comenzó para el Capitán Salafranca en
la vanguardia de la Columna del Coronel Gabriel Morales, con la que
participó el 15 de enero en la ocupación de Annual, al mando de 3
Compañías.
En febrero fue recompensado en el orden del día como ‘Distinguido’, por su actuación global de todo el año anterior.
En
marzo volvió a la Columna del Teniente Coronel Jefe Nuñez de Prado con
quien participó en la ocupación de Sidi-Dris y con la Columna del
Comandante Francisco Romero volvió a Annual el 27 de mayo.
En esas
fechas le fue propuesto al General Silvestre por tribus amigas del
harka de Tensaman, colaboración para que establecieran una posición en
el monte Abarrán, al otro lado del río Amekran, por el temor que había
allí a los rebeldes beniurriagueles de Abd-el-Krim, de unos 3.000
hombres a pie y a caballo. Significaba otro paso hacia la bahía de
Alhucemas, así que la idea conectaba con las de Silvestre, que con su
ayudante el Coronel Morales ya habían hablado en abril de esta posible
acción; así que le pareció un oportuno golpe de efecto y por no
estropear la ventaja del efecto sorpresa, dio orden inmediata al
comandante de Policía Jesús Villar para organizar la ocupación del monte
Abarrán desde Annual, sin esperar a consultar con el Alto Comisario
Berenguer.
Abarrán
Lo lógico en este caso hubiera sido suspender la operación hasta hacer
un reconocimiento profundo de la zona antes de iniciar la ofensiva, sin
embargo el mando hizo caso omiso a los avisos y mantuvo los preparativos
para realizar una ocupación por sorpresa. Sin embargo, la táctica
hispana resultó un tremendo fracaso puesto que a las 23:00 horas las
elevaciones frente a Annual se llenaron de hogueras encendidas por los
rifeños que avisaban sobre lo que los españoles estaban maquinando.
El
1 de junio el Comandante Villar parte desde Annual, al frente de 1.461
hombres con la orden de tomar la cota de Abarrán (525 metros de
altitud), lo hace de una forma pacífica, sin disparar un solo tiro.
Abd-el-Krim no da señales de vida y finalmente, tras la ocupación, se
deja una guarnición de unos 300 hombres que comienzan de inmediato a
fortificar la posición. El terreno por su configuración no ayudaba para
la construcción de un parapeto que ofreciera garantías. El caíd El Hach
Haddur Boaxa, que acompañaba a la columna española, aconsejó al
Comandante Villar no instalarse en la posición y que regresara toda la
columna a Annual, sin embargo el consejo del caíd es desoído por el
Comandante Villar.
Los españoles comenzaron a levantar los
parapetos sobre Abarrán, parapetos que se demuestran como inservibles
desde el primer momento (como ejemplo señalar que la posición que se le
había otorgado a los cañones los hacía prácticamente inoperantes).
Mientras esto ocurría las lomas que rodeaban Abarrán comenzaban a
llenarse de rifeños que observaban interesados la construcción de las
fortificaciones.
La posición quedó ocupando un recinto de 12 por
65 metros y en su interior quedaron 13 tiendas de campaña. Cuando el
Comandante Villar consideró finalizados los trabajos de defensa comenzó a
repartir entre los “rifeños amigos” el material militar prometido.
(Silvestre se había comprometido a distribuir armas y munición a las
tribus leales).
Tras el reparto comenzaron inmediatamente los
preparativos para el regreso del grueso de la columna. A las 11:00 horas
se emprendió el regreso a Annual, no por el camino que habían traído de
madrugada, sino por otro que se dirigía directamente a Annual pasando
por la posición de Dar Buimeyan.
Los soldados que regresaban hacia
la posición de Annual lo hacen deprisa, casi corriendo, temerosos y
presintiendo la emboscada. Sin caminos que pudieran auxiliar la posición
en caso de ataque, con pocos víveres y municiones, sin un plan de
antemano que previera el rescate de los defensores en caso de ataque
rifeño, la nueva posición era una invitación abierta para ser atacada
por los moros. La noticia de la toma de la posición de Abarrán sin
efectuar un solo disparo complació enormemente a Silvestre, que se
encontraba en ese momento en Annual, y que calificó la operación como
“un rotundo éxito”. El propio Silvestre, antes de partir hacia Melilla,
se puso en comunicación con Berenguer para trasladarle la feliz noticia,
a la vez que le comunicaba sus futuros proyectos, proyectos que pasaban
por la toma de Beni-Melul, Cudia Afelún y Tizi-Terresich.
Al
mando de la posición de Abarrán queda el Capitán Salafranca, cuyas
fuerzas consistían en la harka amiga de Tensamán que había acompañado a
la columna del Comandante Villar, unos 200 policías indígenas y unos 50
soldados españoles:
•Dos mías de policía, al mando del Capitán Ramón Huelva Pallarés.
•Una
batería de cuatro cañones de 75 mm, con 28 artilleros al mando del
Teniente Diego Flomesta Moya, con 360 cargas de metralla y granadas
rompedoras.
•Una sección de Regulares.
•Una estación óptica servida por tres soldados de ingenieros.
•40 cajas de munición para Máuser.
•4 cajas de munición para Remington.
Cuando
la columna española no había llegado ni siquiera a su destino comenzó
el sitio de la posición de Abarrán, atacada por los hombres de
Abd-el-Krim.
En un primer momento las fuerzas indígenas se
mostraron fieles y acudieron prestamente a los parapetos para defender
el puesto. El heliógrafo se puso inmediatamente en contacto con Annual:
“Nos atacan por todos lados, imposible sostener la posición”, en ese
momento los antiguos aliados indígenas que hasta ese momento se habían
mantenido leales se vuelven contra la guarnición española,
inmediatamente aparecieron en su apoyo fuerzas de Beni-Urriaguel a las
que se unieron en el combate la policía nativa del cuerpo de regulares
del ejército español, que se levantaron contra sus oficiales. La
posición es arrasada después de tres horas y media de combate y la
mayoría de sus defensores muertos, tan solo algunos pocos pueden llegar
hasta Annual y Sidi Dris.
“No oímos ya nada –comunica el telégrafo
desde Annual a Melilla–, sólo vemos algo de humo, deben de haber
perecido”. Comenzaba a demostrarse la inoperancia del contingente
expedicionario español, y muy en particular de sus jefes, que habían
sido incapaces de poder auxiliar a la posición asediada sencillamente
porque a nadie se le había ocurrido hacer un plan al respecto ya que no
consideraron que eso fuera necesario o posible. A partir de este punto
se irán fraguando un auténtico cúmulo de despropósitos que culminarán
con los hechos de Annual y los posteriores de Monte Arruit.
La
harka amiga de Tensamán intentó repeler el ataque rifeño, pero viendo el
ímpetu de éste sus miembros decidieron unirse a los benirriagueles y
comenzaron a disparar sobre la posición.
Al principio los policías
indígenas resistieron el ataque y mantuvieron la posición, pero al ver
el gran número de rifeños que se les venían encima (unos 3.000 hombres),
muchos de ellos decidieron unirse a los atacantes. Para ello mataron al
capitán Huelva de un tiro en la cabeza, y bien saltaron el parapeto
para unirse a los atacantes, bien se quedaron dentro de la posición para
disparar a bocajarro contra los defensores y a los oficiales. Este fue
el momento en el que se quebró la defensa.
Uno de los últimos en
caer fue el Capitán Salafranca, que a pesar de sus heridas dirigió la
defensa en todo momento con valor y entereza, hasta que fue alcanzado de
muerte.
Las piezas de artillería disparaban con la espoleta a
cero y pronto acabaron todas sus municiones. El Teniente Flomesta,
herido en la cabeza y en un brazo, consiguió inutilizar tres de las
cuatro piezas. No quiso ser atendido en sus heridas, y por ser el único
oficial superviviente se hizo cargo de la defensa, armando a sus
artilleros e imponiéndose a los policías que se resistían a cooperar.
Permaneció en su puesto disparando con un fusil hasta que la posición
fue tomada por los rifeños y herido nuevamente.
Número de bajas
Las tropas españolas sufrieron 141 bajas:
•25 muertos o desaparecidos (6 oficiales, 18 soldados españoles y 1 soldado indígena).
•59 heridos (24 soldados españoles y 35 soldados indígenas).
•76 desertores o desaparecidos indígenas.
•1 prisionero (Teniente Flomesta).
Todos
los oficiales menos uno (teniente Flomesta, que fue hecho prisionero),
cayeron muertos. La relación de los 24 muertos y desaparecidos españoles
es la siguiente:
•Capitán D. Juan Salafranca Barrio, que recibió la Laureada por RO. de 10 de mayo de 1924.
•Capitán D. Ramón Huelva Pallarés, de la Policía Indígena.
•Teniente D. Vicente Camino López, de Regulares.
•Teniente D. Antonio Reyes Martín, de Regulares.
•Alférez D. Luis Fernández Martínez, de Policía Indígena.
•Caid Mohamed Ben Haida Susi, de Regulares
•Sargento Fidel Vidal Zubianz, de Regulares (desaparecido).
•Cabo Manuel Jaen Reche, de Regulares (desaparecido).
•Cabo Plácido Funes Caia, de Regulares (desaparecido).
•Soldado Casimiro Pérez Balboa, de Regulares (desaparecido).
•Soldado Juan Pérez Balboa, de Regulares (desaparecido).
•Soldado Juan Fernández García, de Regulares (desaparecido).
•Cabo Daniel Zárate, del mixto de Artillería (muerto).
•Cabo Manuel González Iglesias, del mixto de Artillería (muerto posteriormente a resultas de las heridas).
•Soldado Enrique Ramírez, del mixto de Artillería (desaparecido).
•Soldado Julián Gil, del mixto de Artillería (desaparecido).
•Soldado Domingo Gómez, del mixto de Artillería (desaparecido).
•Soldado Ramón Grin, del mixto de Artillería (desaparecido).
•Soldado Daniel Álvarez, del mixto de Artillería (desaparecido).
•Soldado Eulogio Delgado, del mixto de Artillería (desaparecido).
•Soldado Emilio González, del mixto de Artillería (desaparecido).
•Soldado Agapito Jiménez, del mixto de Artillería (desaparecido).
•Soldado José Barragán, del mixto de Artillería (desaparecido).
•Soldado Enrique Durán, de Telégrafos de campaña (desaparecido).
El
Teniente Diego Flomesta Moya fue hecho prisionero para que arreglase
los cañones y enseñase a los rifeños a usarlos. Se negó a ello y a ser
curado de sus heridas y se negó a comer y se dejó morir de hambre.
Falleció en cautividad el 30 de junio. Se le concedió la Laureada por
RO. de 23 de junio de 1923.
Los supervivientes huyeron sin oficiales que les guiaran hacia las posiciones de Annual y Dar Buimeyan.
Abd-el-Krim
vuelve a mover ficha y lanza un ataque generalizado sobre Sidi Dris,
posición que había establecido Silvestre en la costa con el fin de poder
apoyar Annual y que se encontraba mandada por el comandante Benítez.
Afortunadamente para la posición, resistió gracias al apoyo marítimo
(desembarco de tropas del cañonero “Laya”). Después de veintiséis horas
las tropas de Abd-el-Krim se repliegan definitivamente
Al conocer
lo ocurrido en Abarrán, el general Berenguer se desplaza inmediatamente a
aguas de Sidi Dris, allí se reúne con Silvestre el 5 de junio de 1921,
después de la entrevista Berenguer telegrafía desde Tetuán al Ministerio
de la Guerra: “Estimo puede considerarse la situación casi
restablecida, y que actualmente nada ofrece que pueda ocasionar mayor
alarma ni inquietud”.
Sin embargo las cosas eran muy diferentes de
lo que los dos generales españoles pensaban, la línea del frente del
ejército español mostraba una absoluta fragilidad y el mantenimiento de
las mismas se convertía en un riesgo añadido, las fortificaciones, si
así podían llamarse, estaban muy alejadas entre sí y pésimamente
abastecidas (especialmente de agua, lo más importante en aquellos
sofocantes días del verano marroquí). Silvestre había conseguido una
gran cantidad de nuevos territorios en su avance por el Rif sin recibir
una cantidad de refuerzos que aseguraran lo conquistado. Lo acontecido
en Abarrán no le había enseñado nada, muy al contrario no dejaba de ser
para Silvestre algo meramente anecdótico, sin embargo no todos pensaban
igual las palabras del conde de Jordana, jefe del Estado Mayor de
Berenguer describen precisamente todo lo contrario: “Aquel hecho de
Abarrán, aparentemente casual, fue la cristalización de errores de
conducta y de claudicaciones de autoridad, que no supieron corregirse
tampoco a tiempo; porque después de aquel hecho fatal, no debió seguir
al frente de la Comandancia General de Melilla un día más el General
Silvestre, caballero, militar valeroso y ejemplar, a quien debe España
los primeros triunfos de Marruecos; pero que en esta etapa y en las
sucesivas –embriagado, sin duda, por sus anteriores éxitos y no midiendo
bien la enorme fortaleza del enemigo, tan distinto al que hasta
entonces tuvo enfrente– incurrió en el grave error de sobrepasar el
límite de elasticidad de sus fuerzas, y en el imperdonable de realizar
su osado plan a hurtadillas de su general en jefe, que él entendía era
demasiado absorbente, achacándome a mí, como jefe de Estado Mayor,
cuanto fuese indicio de autoridad sobre él” .
Después del fracaso
rifeño sobre el puesto portuario de Sidi Dris el jefe rifeño Abd-el-Krim
retira sus tropas de la zona y reconsidera su situación en el mapa, es
el momento en que vuelve sus ojos sobre la posición española de
Igueriben, situada en un lugar muy difícil de defender y donde sus
hombres pueden interceptar la aguada si obran con la astucia que les ha
faltado a los españoles –cosa que comienza a ser preocupantemente la
norma de la campaña hispana en Marruecos–. Abd-el-Krim considera que ese
golpe, si es certero y bien planificado, puede ser decisivo antes de
atacar el campamento de Annual, tanto para elevar la moral de sus tropas
como para reivindicarse a nivel mundial (una de las pretensiones
secretas de Abd-el-Krim es la de construir una “República Rifeña” y que
esta sea reconocida por otros países). De esta forma el día 19 de julio
los rifeños lanzaron un ataque a Igueriben (lugar donde los españoles
estaban construyendo una fortaleza)
En palabras del historiador
Abraham Reolid: “Los trágicos sucesos acontecidos en Abarrán no dejaron
de ser una demostración palpable de la incompetencia de Silvestre para
comandar las fuerzas españolas del Rif. Cualquier otro militar hubiera
destinado sus máximos esfuerzos a consolidar férreamente las posiciones
conquistadas al enemigo antes de aventurarse en pleno territorio hostil,
solamente a un necio se le podía ocurrir continuar su ofensiva sin
haber afianzado debidamente su retaguardia. Con esta acción Silvestre se
lo jugaba todo a una carta, convirtiéndose en imposible realizar un
repliegue en caso necesario, entre Igueriben/Annual y Melilla no había
otra cosa más que desierto”.
Y continua diciendo: “Abd-el-Krim,
con menos formación castrense demostró ser más militar que Silvestre
[...] él sí que supo sacar el máximo partido a sus posibilidades –aún
siendo estas tanto en hombres como en material infinitamente menores–.
[...] Conocía perfectamente a los españoles y al enemigo que se
enfrentaba [se refiere a Silvestre] y, sin dejar de valorarlos sabía de
sus puntos más débiles y precisamente allí es donde fue a asestar el
golpe”.
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Capitán de Regulares Juan Salafranca |
El heroico Capitán Juan Salafranca Barrio
Además de la Cruz Laureada había obtenido seis cruces del Mérito
Militar con distintivo rojo y citado en los partes de operaciones dos
veces como “Muy distinguido” y otras dos como “Distinguido”.
Su
cadáver no fue recuperado. En el Expediente Picasso se hace referencia a
un telegrama del Alto Comisario al Ministro de la Guerra de fecha 7 de
junio de 1921 dando cuenta de las bajas y menciona la entrega en Annual
de un cadáver: “que parece ser del capitán Salafranca”. Se entregan dos
cadáveres –se compraron al enemigo por sus compañeros– el del Capitán
Salafranca y el cabo de su Compañía Zarate, no obstante, lo presentaron
“destrozados” y torturados, difícilmente identificables. En el Panteón
de Héroes de Melilla figura como “no localizado” Se dice que fueron
enterrados en Annual.
¿No oyes Capitán? Hoy vuelvo a verte
En la tumba que diste a la montaña
Aquí bajo mis pies, te hizo la muerte
Inmenso, Capitán, tierra de España
[López de Anglada]
De la Historia inédita. El Capitán Salafranca
Bajo este título, José Ortega Munilla, escritor y periodista, padre de José Ortega y Gasset, escribió en
ABC del 28 de junio de 1921, sobre el Capitán Salafranca, el siguiente artículo:
El
heroísmo en las tinieblas… Así es la campaña que está llevando a cabo
el Ejército español en Marruecos. Falta información; es desconocido el
detalle de los sucesos; y reducida la crónica, en casi todos los casos, a
los informes oficiales que han de ser, naturalmente, concisos e
inexpresivos, los prodigios de bravura quedan inéditos, la opinión no se
interesa, y el resultado es la triste indiferencia de la ciudadanía. Y
eso es deplorable; eso puede ser dañosísimo.
Refiérome ahora al
desgraciado suceso de Monte Abarrán. He tenido ocasión de recibir
algunas noticias de ese acontecimiento ocurrido el 1º del presente mes
de Junio y en él se destacan el heroísmo de jefes, oficiales y soldados,
y la figura eminente del capitán D. juan Salafranca y Barrio, quien con
los tenientes a sus órdenes, D. Vicente Camino y D. Antonio Reyes,
trazó una de las páginas más brillantes de esta campaña.
Salafranca,
desde que salió de la Academia marchó a África; herido dos veces en el
combate de Biutz; S.M. el Rey le envió a enhorabuena; entonces se dijo
que este soldado admirable iba a recibir la Cruz Laureada de San
Fernando. No fue así. Siguió Salafranca en Marruecos combatiendo hasta
el final en una profesión a la que desde el primer momento había
consagrado su vida. Muchas veces se puso en trance de perderla. A frente
de sus tropas moras, dirigiendo sus cien hombres indígena,
perfectamente uniformados y equipados, con sus oficiales valientes y
duros en los trances más difíciles, este capitán constituye un ejemplo
sublime, digno del entusiasmo del pueblo. Esas tropas no han sido las
que traicionaron; antes bien, se condujeron con una lealtad inmejorable.
Fue una harca, la de Temsaman, la que cometió la odiosa defección.
Copio de los auntes que me son enviados, tal y como vienen, sin corregir fora ni estilo:
El
día 1º salieron de Annual fuerzas de Policía, el primer tabor de
fuerzas regulares y el segundo escuadrón de las mismas, con el harca amiga
de Temsaman, a establecer una posición a unos seis kilómetros de
Annual, en una altura a la orilla del río y sobre una elevación de unos
60 metros de él; a las doce de la mañana próximamente, ya establecida la
posición, que fue tomad in un tiro por la harca amiga, se retiró
la columna que iba mandada por el comandante Villar, quedando en la
posición de jefe de ella Salafranca, su compañía, con los tenientes
Camino y Reyes, el caíd moro Haida, la 13 mía de Policía, mandada
por el capitán Huelva y Teniente (E.R.) de Caballería Fernández, y un
teniente de Artillería (siento ignorar su nombre), con tres piezas. La
posición tenía una forma de paralelogramo irregular, uno de los lados
mayores constituido por un desmonte de 60 metros al río y con grava,
parapeto en uno de los lados y todo rodeado de alambrada. A poco de
salir la columna de ocupación, se manifiesta que la harca amiga, que no había dejado rehenes, simuló combate a distancia con la harca enemiga, que en gran número parecía querer raziar
el poblado, y se acercó a la posición para parlamentar con Huelva,
diciéndole que habían consumido sus municiones y temerosos de que la
harca raziara y quemara el poblado y les cortara el cuello,
querían cobijarse en la posición o que les dieran cartuchos; optó Huelva
por esto último, y repartió a cien cartuchos por harqueño, que eran
tantos, según la referencia, como fusiles teníamos en la posición.
Salió nuestra
harca tirando a la enemiga, que, al parecer, cedió, y se retiró, sin
que se viera por dónde; pero a pesar de ello, el fuego de la harca amiga
continuó y empezaron a caer balas en el campamento, que, viéndose
agredido, rompió el fuego; a los primeros disparos cayó muerto el
capitán Huelva, y al ir el teniente Fernández a dar parte a Salafranca
de lo ocurrido, fue muerto de otro balazo, y herido Salafranca en un
brazo. A pesar de ello, organizó Salafranca la defensa, animó a los
suyos, obligó a los reacios y recibió en seguida otro balazo en el
vientre, trató el practicante de curarle, y el capitán, con un absoluto
desprecio de la vida, se negó a ello. En tanto la harca enemiga atacó la
posición por el lado de la Artillería, que consumió todas sus
municiones, tirando con fuego rápido y espoleta al cero, los rifeños
cayeron sobre las piezas, y el gran Salafranca, falto ya de municiones,
con los pocos hombres que le quedaban y las tripas en la mano (
frase textual del relato), mandó armar el cuchillo y trató de ir a
defender la Artillería; ero otro balazo en el pecho le impidió prolongar
la defensa; pidió papel ara escribir a su madre, entregó su cartera,
con el dinero de la compañía, al teniente de Artillería; ordenó a los
que aún vivían que se salvasen como pudieran, y cuando le fue dable
trazar dos líneas que no eran legibles, encomendó a los que le rodeaban
que se pidiera para u madre la Laureada, y expiró.
Entre tanto, la harca enemiga había entrado en la posición; la harca amiga,
también; los pocos nuestros que aún quedaban, sin dirección, pues ya
habían muerto. Reyes y Camino, se batían como leones. El sargento
Astrain ordenaba a los artilleros que se llevaran los cierres, como lo
hicieron, y así todas las piezas quedaron inutilizadas.
Los que se
salvaron tuvieron que tirarse por el barranco de 60 metros al río.
Hasta la fecha, de la compañía han traído 39, todos heridos; hay quien
tiene cinco balazos. Esto dará idea de lo sublime de la epopeya.
Nuestros regulares, que son los que más extremaron la defensa, se han
cubierto de gloria; pero la compañía ha quedado deshecha. De oficiales,
bajas: de Policía, capitán Huelva y teniente Fernández; de Artillería,
el teniente único que había; Salafranca, el héroe más grande que hemos
tenido en África; los tenientes Reyes y Camino, y el caíd Haida, que
cuando no tenía ni cartuchos ni hombres que le ayudaran, se mató con su
pistola. Sargentos nuestros, Vidal que estaba destinado al Serrallo; el
indígena Said y la mayor parte de cabos y soldados europeos e indígenas,
pues no han escapado más que los que se indican…”
Y nada más. Es bastante.
Varias
veces herido de bala el capitán Salafranca, chorreando sangre, con las
entrañas en la mano, aún sentía el noble vértigo de la lucha, y,
sobreponiéndose al espantoso sufrimiento que, sin duda, experimentaba,
seguía al frete de sus tropas, españolas y marroquíes.
Ejemplo
inverosímil de resistencia, maravilla de abnegación, caso singular en
las crónicas de la tragedia. Más fuerte que el instinto de conservación,
más fuerte que el dolor… Más fuerte que la muerte, el Deber permaneció
en el alma de Salafranca como una imposición suprema. Muchos héroes en
esta ocasión memorable. Imposible parece que alguien se destacara.
Salafranca surgió, sin embargo, como gloriosa coronación de la loma de
Abarrán. La odiosa perfidia de una harca que gozaba la confianza de los
españoles necesitaba ante los hombres de una reparación: fue espléndida,
maravillosa. Una vez más los españoles dieron el ejemplo. Y Salafranca
quedó para siempre en a cúspide de los inmortales.
La lengua muda
de la opinión habla en silencio y sin palabras. No esperéis que suene en
el Ágora, sin embargo, con que ese mutismo está lleno de elocuencia.
Y
ya veréis como Salafranca resucita en el amor de los buenos. Muriendo
con infinita gloria pasará sobre las falanges de la milicia como
dechado, lección y esperanza.
El egoísmo ha llegado en los días
presentes a un poder máximo. Por eso hay que reverenciar a los que
culminan en el sacrificio y gloria de Salafranca.
Y a los que no
son capaces de mirar –¡suma desdicha!– hay que obligarles a que callen,
cumpliendo a orden de San Pablo: “No apaguéis el espíritu…
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Eduardo Palomar Baró |