Es ésta una frase que creo podría definir muy bien la peripecia vital del personaje que les voy a comentar:
Mosén Jesús Arnal Pena,
natural de Candasnos (Huesca); en los terribles días de julio de 1936,
párroco de un pueblecito en pleno Pirineo oscense, que hacía honor a
su nombre, “Nido de Águilas”, es decir, Aguinalíu.
Mosén Jesús
Arnal era un cura moderno. Llegó al pueblo vestido con un mono de
trabajo a lomos de una motocicleta lo que causó sensación entre los
vecinos. Al cabo de poco tiempo, se compró también un coche que fue de
los primeros que se vieron por la zona. También se hizo con un aparato
de radio (ingenio poco habitual en la época), a través del cual le
llegaban las preocupantes noticias del deterioro de la coyuntura
política en España. Fue así como se enteró del levantamiento militar del
18 de julio de 1936 y enseguida se percató de la gravedad de la
situación y del peligro que corría su vida.
El día 22 de ese caluroso
mes de julio se trasladó con su Peugeot al vecino pueblo de Torres del
Obispo para entrevistarse con los párrocos, a los que no consiguió
convencer de su preocupación y que luego pagaron con sus vidas su exceso
de confianza. Mosén Jesús se mantuvo muy alerta en su Aguinalíu, y
cuando el día 27 vio desde la iglesia parroquial, situada en lo más alto
del pueblo, acercarse por la carretera un coche del que después
salieron varios hombres armados, le faltó tiempo para, tras avisar a la
señora María ̶ su casera ̶ del lugar donde lo encontraría, dirigirse a
toda prisa a la sierra que, como buen cazador, conocía ya a la
perfección.
Allí se encontró con el párroco de Olvena, don
Antonino Ferrando, que también había tenido que huir de su pueblo y
buscar cobijo en la misma sierra. Tras bajar de nuevo a Aguinalíu y ser
informados de la gravedad del asunto y de la casi segura vuelta al lugar
de los milicianos, decidieron volver a esconderse en los montes que se
extienden entre los pueblos de Aguinalíu y Estadilla. Pasaron unos días
refugiados en una cueva, pero, cuando la señora María les dijo que se
sentía vigilada y ya no podía llevarles más víveres, decidieron ir a
Estada, donde mosén Ferrando tenía un sobrino miembro del Comité y de
quien esperaban recibir protección. Se llegó primero a la casa don
Antonino y unas horas después fueron a buscar a don Jesús. El cuadro que
éste se encontró fue desolador: Las mujeres de la casa y mosén Ferrando
llorando y los demás, nerviosos y excitados. Según refiere en sus
memorias
[1], al preguntar qué sucedía, le contestaron que las cosas estaban muy mal para los sacerdotes. Uno de los sobrinos le dijo:
Es que…mire usted, le seré sincero. Hay consignas para que no se respete a ninguno de ustedes
y esto es un gran compromiso para mí, por ser del Comité. Para guardar a
mi tío, tengo excusa, por ser de la familia. Pero, la verdad, usted no
podrá quedarse aquí, y créame que lo siento. Quisiera hacer algo por
usted, pero me comprometo demasiado”. “No se preocupen ̶ contestó mosén Jesús ̶ , que no quiero ser motivo de compromiso para nadie. Creo que podré arreglarme solo. La ayuda de Dios no ha de faltarme.
Nada
tenía decidido sobre la ruta a seguir. Salió por la carretera de
Estadilla y llegó a Barbastro. Llegado a la ciudad del Vero, adoptó un
lenguaje y al cabo de unos días también una vestimenta más apropiada
para sus intenciones, de modo que se hizo pasar por un miliciano
enrolado en la sección de transportes; es decir, trabajó como chófer. De
su estancia allí nos dejó un relato de lo ocurrido en la noche del
miércoles 29 de julio:
A la hora de cenar nos reunimos
en el comedor unos cuantos conductores y un grupo de los dedicados al
asesinato. Precisamente era el grupo que con tanto empeño como odio me
estaba buscando.
̶ ¡El cabrón del cura de Aguinalíu se nos ha escapado y no podemos dar con él! ̶ decía uno de ellos.
¿Cómo
pude conservar la serenidad? ¿Es que mis nervios en la adversidad se
habían convertido en acero? No lo sé y aún hoy no lo comprendo, y mi
atrevimiento llegó a más, tomando algo de parte en la conversación a fin
de no traicionarme. Incluso llegué a ridiculizarles por su
incompetencia por no saber encontrar “al Curazo” de Aguinalíu. ¡Tan
cerca que lo tenían!. Sentábase a mi derecha un escorpión con forma
humana, cabellos rojo-panicera, lleno de pecas y picado de viruela. Si
la cara es el espejo del alma, forzosamente la tenía muy fea y muy
negra. Me pareció el peor de todos, si fuese posible un peor dentro de
aquel grupo de alacranes.
Cenaba con el mosquetón entre las
piernas y siempre que hablaba lo acariciaba. ¡Hoy ̶ decía ̶ te has
cargado a tantos! ¡Hoy ha caído un pescado gordo! ¡Hoy ha caído Moncasi![2]
Y
continuando las palmaditas al mosquetón, añadía: ¡Buen día hoy, amigo, y
aún te espera más trabajo!. Terminada la cena se levantaron primero los
del grupo, y uno de ellos arrojó un puñado de billetes sobre la mesa,
diciendo: Esto para los chóferes, para que se corran una juerga esta
noche.
Dándose cuentadel gran peligro que corría,
decidió escapar de la ciudad. Andando por la noche y escondiéndose
durante el día, llegó primero a Selgua y a Monzón y se dirigió después
hacia Candasnos, lugar donde había nacido, donde residía su familia y
donde esperaba encontrar protección y apoyo. Pasando calor, sed y
hambre, llegó hasta las puertas de Pomar de Cinca y, atravesando por la
noche el barranco del Clamor, desorientado a ratos y con el cuerpo lleno
de rasguños y arañazos, logró alcanzar los alrededores de Estiche.
Allí, encontró trabajando en el campo a antiguos conocidos que le
informaron de la situación relativamente tranquila que reinaba en el
pueblo y que Timoteo Callén, viejo amigo suyo, era el jefe del Comité
local. No obstante, tomó precauciones y, escondido entre la leña de un
carro, entró en el pueblo. No iba descaminado en sus temores, porque,
aunque el Comité de Candasnos había respaldado a su párroco, éste, mosén
Félix Antonio Launed Carreras, natural de Albalate de Cinca, había sido
fusilado en Fraga el 23 de julio.
Enterado de su presencia,
enseguida se presentó Timoteo Callén en su casa familiar, dispuesto a
salvar a su amigo a toda costa, incluso proponiéndole hacerle un carnet
de la CNT-FAI con fecha de 1930. Uno del Comité, muy radical, no pensaba
igual y, aprovechando una ausencia de Callén, detuvo a don Jesús. En
cuanto Timoteo volvió al pueblo, excarceló al sacerdote y lo tomó bajo
su protección e impidió de ese modo que milicianos incontrolados
llegados desde Barcelona pudieran poner en peligro su vida. Los ácratas
seguían con fijeza la idea de asesinarle. Para contrarrestarles, llegó a
sacar a Arnal al balcón central del Ayuntamiento de Candasnos, con todo
el pueblo congregado en la plaza, para conocer por boca del mismo
pueblo y como si de un juicio popular se tratara, la opinión de éste
sobre el futuro de su amigo. Sin pretender caer en irreverencia, a mí me
recuerda el juicio al que Pilato sometió al otro Jesús, al Gran Jesús.
Afortunadamente para mosén Arnal aquí el vecindario no
gritó:¡Crucifícale, crucifícale!.Todo el pueblo unánimemente exigió
respetar su vida, claro que, como cuenta la propia víctima, Callén
manejó muy bien el asunto: “
Como los individuos peligrosos eran muy
pocos, por precaución y con mucha vista, fueron rodeados por los más
adictos a mi persona”.
Pero los partidarios de liquidar a
todos los curas volvieron a la carga. Se presentaron en grupo mucho más
numeroso de milicianos armados con la intención de “
llevarlo a declarar a la Comarcal”
lo que, en realidad, significaba, como en tantos otros casos, que le
asesinarían en cuanto saliesen del pueblo. Cuando subían por las
escaleras en busca del sacerdote, Timoteo les apuntó con su arma
amenazando con dispararles. Ante esta firme actitud, desistieron, pero
Callén le expuso claramente que solo podría salvarle si iban a hablar
con Durruti con quien le unía una gran amistad. Fue primero Callén a
hablar con el jefe anarquista el cual asombrado le pregunta:
¿Verdaderamente
tienes deseo de salvarle?. Pues mira Callén, para seguridad absoluta no
veo más que una solución: que le traigas a la Columna. ¿De acuerdo?
Durruti,
como anarquista que era, no acababa de entenderlo: si se perseguía al
sacerdote por el hecho de serlo, ¿por qué no se le iba a asesinar? Como a
tantos otros, naturalmente. El mismo párroco de Bujaraloz, (el pueblo
donde el jefe anarquista asentó su cuartel general), don Damián Jesús
Franco Pallás fue asesinado allí mismo, en el mes de septiembre o al
joven de 16 años Ángel Caro Andrés, acusado de ser falangista, a quien,
aunque en un primer momento pudo salvar en virtud de su edad, al final,
las hordas de Tauste acabaron con su vida y le quemaron en Pina de
Ebro. Ante las furias anarquistas absolutamente desatadas, ni siquiera
Durruti, jefe de gran predicamento ante sus tropas, tenía fácil proteger
la vida de nadie y menos la de un sacerdote, en aquél ambiente que él
mismo había contribuido a crear. Ello le planteaba un grave problema: no
podía enfrentarse abiertamente a sus milicianos pero, por otra parte,
lo que él consideraba un deber de amistad con su gran amigo Timoteo
Callén, le obligaba a satisfacer su petición.
Quedaron al día
siguiente y, puntualmente estuvieron Timoteo y don Jesús. Buenaventura
había encontrado la solución. Fueron cordialmente saludados y don Jesús
recuerda que se dirigió directamente a él diciéndole:
̶ Bueno, y tú, ¿qué prefieres? ¿Irte a casa o quedarte en la Columna?
̶ ¿Es que tengo derecho de opción?
̶
Mira, te seré sincero. Si te marchas, alguno de esos grupos
incontrolados te matarán, porque no siempre tendréis la misma suerte; y
si te quedas, yo respondo de tu seguridad porque estarás bajo mi
absoluta protección”.
Falto el líder ácrata de
personas preparadas para menesteres administrativos, encarga al recién
llegado llevar la estadística y el papeleo del personal de la columna de
milicianos. No fue exactamente secretario
[3]
de Durruti, no pasó de escribiente en su puesto de mando, aunque
alcanzara en poco tiempo una posición de cierto relieve gracias a su
formación, superior con mucho, a la de la gente que le rodeaba. En sus
memorias afirma que tampoco fue su consejero o confidente, entre otras
razones porque “
Durruti no era hombre que se dejara manipular ni tolerase soplones.
Mis
relaciones con él, sin ser nunca íntimas, se cimentaron en el mutuo
respeto a nuestras ideas, tan opuestas como legítimas. Me trató a
distancia pero con deferencia y yo le correspondí con lealtad, pues
nunca olvidé su generoso comportamiento conmigo en situaciones por demás
delicadas”.
Muy pronto se gana don Jesús la confianza del
anarquista, quien le encarga, además de las burocráticas, otras tareas
de importancia, como, por ejemplo, acabar con la corrupción que se había
apoderado de la ciudad de Lérida, donde algunos confiscaban bienes de
forma fraudulenta en nombre de la Columna
[4]. En otra ocasión cuenta mosén Arnal que el jefe anarquista se coló una mañana en su despacho con un humor de mil diablos:
-
¡Esto de las mujeres en la Columna se tiene que acabar ya mismo! De lo
contrario nos vamos a quedar tú y yo solos para contarlo.
- Me
parece una gran idea; tardía, pero buena- aprobé. Lo que no entiendo es
que nadie cayera en la cuenta de que admitir mujeres entre los
milicianos tendría estas consecuencias.
- ¡Ya estamos con la
retórica! Lo hecho, hecho está. Ahora a lo que vamos es a arreglarlo
para siempre y vas a ser tú quien intervenga.
- ¿YO? - le pregunté
asombrado- ¿No te parece que un cura manejando putas no es lo más
propio? ¿Por qué no lo encargas a otro más metido en asuntos de faldas?
¿O es que quieres emplearme para catequizarlas?
-Déjate de coñas, que la cosa es muy seria. Te encargo a ti porque lo harás mejor que nadie y con más discreción.
- ¿ Y qué hay que hacer ?
- Habla con la gente de Transportes y manda todos los vehículos
disponibles a las centurias. Que recojan a las milicianas, sin dejar ni
una; que las lleven a la estación de Sariñena y que las facturen a
Barcelona en vagones precintados. ¿Lo oyes bien? ¡Precintados!
La
orden se cumplió al pie de la letra, pero fue un fracaso. No habían
pasado quince días cuando volvieron a aparecer mujeres en las centurias,
quizás las mismas que habíamos pasaportado y con las mismas o más ganas
de "distraer" al personal: Es cierto que sus estragos fueron menores
que antes, no porque faltara materia prima, sino porque la gente estaba
ya entrenada en el uso de artilugios profilácticos y, habiendo
desaparecido el lazareto de Bujaraloz, no tenía el menor interés de
dejarse cazar por la enfermedad. La verdad fue lo que relato; lo viví
muy de cerca”[5].
Una
de las numerosas anécdotas que vivieron juntos destaca por el
sorprendente respeto y sensibilidad con que Durruti trató a Arnal. Un
día entró en el despacho de don Jesús con un paquete en las manos que
contenía un regalo para su secretario. Cuando éste desenvolvió el
paquete su sorpresa fue mayúscula al ver que contenía nada más y nada
menos que aquello que más apetecería el sacerdote. Una espléndida Biblia
escrita en latín. Bien es verdad que, con toda seguridad, procedería de
un robo, pero al menos, se agradece la delicadeza del anarquista al
valorar, tanto el libro en sí como lo que supondría para su secretario,
porque con ello evitó que la magnífica obra fuera quemada en la plaza
pública como desgraciadamente ocurrió con tantos otros libros sagrados,
imágenes, retablos e iglesias enteras.
Un mes llevaba don Jesús
trabajando en las oficinas como secretario y protegido de Durruti.
Mantenía buenas relaciones con todo el mundo, si bien, solo unos pocos
conocían su condición de sacerdote, porque, a la premeditada persecución
a los miembros de la Iglesia, por el sólo hecho de serlo, se añadía
que eran tenidos por colaboracionistas activos con el enemigo, con el
Ejército nacional. A este respecto cuenta que un día se le presentó el
Delegado General de Abastos para el interior de la Columna, un tal
Pascual, con el que mantenía buena amistad, quien con gran prudencia y
sigilo le pidió una autorización para registrar tres casas de Bujaraloz
porque estaba seguro de que en una de ellas estaba escondido el cura de
Candasnos, el cual junto a otros dos y desde un coche habían hecho
señales a los nacionales indicando el cruce de carreteras.
No
te empeñes Pascual, le dije, en ese coche no iba el cura de Candasnos.
Él fue muerto en los primeros días de la guerra. –No se trata
propiamente del cura de Candasnos, contestó, sino de uno que es hijo de
Candasnos. Para más detalles te diré que es el de la Central de
Teléfonos. Dame la autorización que te pido y dentro de un rato lo
tendrás aquí.
-Mira Pascual, insistí. Ése que dices soy
yo. Ya ves que no podía ir en ningún coche ni estoy escondido en ninguna
casa de Bujaraloz . (Se podrá decir que no hizo ostentación de su condición de sacerdote, pero no que renegara de ello).
Cuando
Durruti con algunos de sus hombres fue enviado a reforzar la defensa de
Madrid, mosén Jesús continuó en la columna en el frente de Aragón y
siguió disfrutando de la protección de los nuevos mandos. La muerte del
jefe anarquista dejó a mosén Jesús en una difícil situación, pero a la
postre sus temores sobre la pérdida de la protección de los nuevos
mandatarios de la columna resultaron infundados y el cura de Aguinalíu
siguió entre las filas anarquistas hasta el final de la contienda cuando
las fuerzas anarquistas recularon hacia Fraga. Allí sufrieron un severo
bombardeo y se vieron obligadas a cruzar el río Segre, situándose lo
que quedaba de la 26 división en la localidad leridana de Artesa. Poco
después retrocedieron hasta la población de Suria, lugar que fascinó a
Jesús Arnal y donde pasó una temporada inolvidable, hasta que una de las
mozas del pueblo, llamada Neus, se enamoró de él y a quien, sin
descubrir nunca su verdadera identidad, tuvo que apagar las ilusiones
para evitar falsas esperanzas y no traicionar su propia condición
sacerdotal.
La desbandada final en la derrota militar llevó a lo
que quedaba de la división hasta Puigcerdá y de allí a la frontera
francesa. Mientras la mayoría de sus compañeros empezaba un exilio sin
retorno, mosén Arnal decidió tramitar de inmediato su regreso a España.
Su despedida de algunos amigos, sobre todo de su apreciado Ricardo
Rionda "Rico", fue muy emotiva, pero el cura volvió a nuestro país por
Irún, para ser conducido al campo de prisioneros de la Merced en
Pamplona.
Allí tras los controles y comprobaciones de rigor,
verificaron que, en contra de cuanto se había dicho, no era un sacerdote
desertor, que no había abandonado el sacerdocio y que no estaba imbuido
por las ideas anarquistas; que más bien se consideró como un refugiado
en las filas enemigas y nunca como un colaborador a su causa y que se
aferró a dos principios en su vida: no traicionar sus convicciones y ser
leal a quienes le daban protección. No se le pudo acusar de nada.
Además los vecinos, tanto de Candasnos como de Aguinalíu informaron
favorablemente, y también fue avalado por las nuevas autoridades de
Candasnos y por distintas jerarquías del Movimiento, así que no
encontraron motivos para condenarle ni por hechos políticos ni
eclesiásticos. Le fue concedida la libertad y pudo reincorporarse a sus
labores propias como cura ecónomo de Lascuarre ̶ con las parroquias de
Laguarres, Monte de Roda y Castigaleu a su cargo ̶ , cuya titularidad
había quedado vacante.
Sin embargo su destino en parroquias de su
amado Pirineo oscense, no le trajo a mosén Arnal la paz. Surgiría otro
problema que supondría de nuevo un calvario para él, cuando, amparados
en la cobertura que les daban las altas cumbres y las estribaciones de
las montañas, aparecieron por su zona
“los maquisards”, los
maquis o guerrilleros que, tras su participación en la liberación de
Francia de los nazis, creían que era el momento de derrocar al régimen
del general Franco. Pensaban que iban a contar con el apoyo de De Gaulle
y de las potencias aliadas. Esperaban que en España muchos se unirían a
su causa y engrosarían sus filas. Nada de eso ocurrió. Los aliados no
les prestaron la ayuda esperada y el pueblo español que estaba en su
mayor parte hambriento, harto de guerras y aterrorizado por el posible
renacimiento de la misma, tampoco. La presencia de los maquis en los
pueblos ponía a sus habitantes en una dramática situación entre dos
fuegos. Franco reaccionó enseguida y envió numerosas fuerzas militares
que superaban en todo a las de los guerrilleros. Desde Francia los
responsables de la llamada “Operación Reconquista” constataron el
fracaso y cambiaron de estrategia. Se trataba de tranquilizar la
frontera para facilitar el paso de los elementos clandestinos. Después
de 1945 aún quedaron maquis en los Pirineos. En Ribagorza, y sobre todo
en Sobrarbe, se reavivó su actividad con la vuelta de “Villacampa”
[6] desde Francia en 1946. Su detención a principios de 1947 supuso el inicio del irreversible declive del movimiento guerrillero.
Durante
los años que duraron las andanzas de los maquis, provocaron situaciones
comprometidas y difíciles para los sacerdotes de la zona. ¿Qué hacer
cuando llamaban a su puerta pidiendo pan o abrigo? ¿Debían dárselo y
exponerse a ser considerado “colaboracionista”? o, bien, ¿debían
negárselo y no cumplir con sus deberes sacerdotales de caridad y amor al
prójimo? Hubo de todo. Entre los que prestaron incondicional ayuda,
podemos mencionar al santero de hábito blanco de la ermita de
Torreciudad, conocido como Padre Juan. Les acogía y daba alimentos con
bastante asiduidad, de modo que, al decir de Sánchez Agustí
[7],
la ermita era considerada como una de las tres bases que los maquis
tenían en el Pirineo (las otras dos eran la casa Peralta y el pueblo de
Juseu).
Otro ejemplo de las dudas que sobre su proceder
atormentaban a los sacerdotes de la zona, lo protagonizó, precisamente
el cura párroco de Juseu, quien, ̶ recordando actuaciones de los
milicianos, anarquistas o guerrilleros pocos años atrás ̶ , cuando supo
de su llegada, lleno de temor, intentó huir saltando por una ventana con
tan mala fortuna que se torció un tobillo en la caída. Los propios
maquis lo curaron y uno de ellos, Françesc Mestre Font, que era creyente
e incluso llevaba consigo un rosario y libros religiosos, confraternizó
con él. Al parecer, aquel párroco, sumido en un gran desconcierto,
llegó a decir en un sermón posterior que “
los guerrilleros no son bandidos como los presentan, sino hombres con mucha dignidad que merecen todo nuestro respeto”.
Mosén
Arnal tuvo algunos problemas por haber recibido la visita de varios
maquis, acto sobre el que debió informar en los años siguientes en el
expediente que se le incoó, afirmando en el mismo que los recibió “por
deber cristiano”. Esto que, desde la óptica de los deberes sacerdotales,
deberíamos comprender, no deja de producir cierto desasosiego al
recordar los objetivos que tenían aquéllos que llamaban a su puerta, los
mismos, al menos ideológicamente, que tanto dolor habían causado en
toda España no hacía tanto tiempo; todo ello con el agravante que
suponía el desempeño de funciones que, durante la guerra, había
realizado mosén en las filas anarquistas. De modo que estas visitas
supusieron un nuevo sufrimiento para mosén Arnal por la lógica
desconfianza que despertó en su Obispo, quien siempre le consideró como
un cura rojo que no le merecía confianza , así que lo mantuvo bajo
vigilancia, trasladándole cada poco de parroquia hasta que se acabó el
asunto del maquis en los Pirineos en cuyo momento le envió a Ballobar,
donde estuvo, ya sin problemas, desde 1947 hasta 1971 en que falleció.
No
obstante, en este último periodo, a mosén Arnal el destino le va a
proporcionar, evidentemente, un resarcimiento de dolores pasados y,
desde luego, una gran satisfacción, ya que pudo devolver el favor de
cierta protección a su amigo Timoteo Callén
[8].
Éste que fue encarcelado en Huesca al finalizar la guerra, solicitó
ayuda a su antiguo recomendado, el cual informó favorablemente en el
expediente en que aquél estaba incurso. Afirmó categóricamente, que
únicamente a él, a Callén, se debía que no hubiera habido derramamiento
de sangre en el Candasnos republicano. Realizó cuantas gestiones pudo a
favor de Timoteo, de modo que con su aval personal (lo que demuestra que
don Jesús estaba bien considerado en ambientes políticos, sociales y
eclesiásticos), y pecuniario, consiguió que su amigo de la infancia y
benefactor en tiempos difíciles, fuera puesto en libertad.
Este
hecho nos induce a una reflexión sobre los comentarios que algunos
sectores hacen acerca de la justicia de los tribunales de Franco y sobre
las próximas beatificaciones de mártires. Se levantan cada vez mayor
número de voces criticando, más o menos veladamente, las próximas
beatificaciones de aquellos que durante la guerra civil murieron por
odio a la fe. En su sectarismo llegan a ponerlo en plan de igualdad con
los que fueron ejecutados tras sentencia de los tribunales de los
gobiernos del general Franco. Falaz analogía. Olvidan, alevosamente, que
los beatificados lo son por haber sido sañudamente perseguidos por
montes y quebradas como si de alimañas se tratase, por la simple razón
de ser miembros de la Iglesia, ya fueran ministros o humildes fieles, a
los que, sin otorgarles ningún medio de defensa, asesinaron en cunetas o
tiraron al mar, pantanos o ríos.
Por el contrario, los que
protestan por el reconocimiento a sus méritos y pretenden la
equiparación con los ajusticiados, no quieren admitir que, en su
mayoría, éstos lo fueron por haber sido los ejecutores de aquellos
inocentes y no solo “
por haber pertenecido a un sindicato de izquierdas”[9].
El caso del anarquista Timoteo Callén lo desmiente. Miembro destacado
de la FAI, Jefe de comité de la CNT, una vez juzgado, se paseó por
España libremente durante 21 años, hasta su fallecimiento en Bellver de
Cinca en 1967.
Quienes fueron castigados a la última pena, lo
fueron en juicio con defensa, al contrario de lo ocurrido con sus
víctimas. En este caso resulta paradigmático lo sucedido con Sebastián
Fernando Macarro Castillo de alias, Marcos Ana. Éste, que había sido
condenado a muerte, no por pertenecer a un sindicato, sino por el
asesinato a sangre fría de cuatro personas: Marcial Plaza Delgado y su
padre D. José, Amadeo Martín Acuña y Agustín Rosado, Franco le conmutó
la pena por 30 años de cárcel en razón de sus pocos años cuando cometió
sus fechorías. Ya en la cárcel de Porlier en Madrid, escribió un libro
de poemas bajo el nombre de Marcos Ana, que entusiasmó a Alberti y demás
intelectuales progres, los cuales movieron sus hilos ̶ masonería
incluida ̶ hasta conseguir que fuera incorporado a la medida de gracia
del Gobierno de Franco según la cual las personas que llevaran más de
veinte años ininterrumpidos en prisión serían excarceladas. De este
modo, Marcos Ana, único condenado por cuatro asesinatos probados, fue
liberado el 17 de noviembre de 1961 sin cumplir íntegramente la pena que
le había sido impuesta. A partir de entonces desarrolló una vida casi
como héroe social, dando charlas, conferencias y, lo que considero
inexplicable: que le concedan premios, honores y homenajes por parte de
muchos de aquellos que se los quieren negar a sus víctimas.
[1] “Por qué fui secretario de Durruti”, publicado en Tárrega en 1972, cuyo testimonio se sigue en este artículo.
[2]
JOSÉ MONCASI SANGENIS, Abogado natural de Zaragoza y Diputado a Cortes
por Huesca. Se encontraba de vacaciones con su mujer e hijos en Boltaña,
donde fueron a buscarle. Le asesinaron en Barbastro el 29 de julio de
1936.
[3]
Los secretarios tenían una responsabilidad considerable .Eran, a
menudo, elegidos, más que por su dedicación política, porque sabían leer
y escribir. En una colectividad del alto Aragón, el secretario era un
estudiante universitario, hijo de una familia importante de la zona,
don Vicente de Piniés, ex ministro de la monarquía. El
estudiante-secretario, era don Jaime de Piniés, que más tarde se alistó
en el ejército republicano, atravesó las líneas en pleno combate y llegó
a ser embajador con Franco. (de “
La Guerra Civil Española”, T 2 pg.606, por Hugh Thomas).
[4] Martin Ibarra Benlloch:”
La persecución religiosa en la diócesis de Barbastro-Monzón (1931-1941)”:
En la nota 451 hace mención a un informe sobre la persecución religiosa
en Lasguarres, en la que se manifiesta que un tal Jesús Barrau había
llevado a cabo actuaciones muy violentas, que era el terror de esos
pueblos y, sobre todo era autor de numerosos robos en beneficio propio,
lo que debió disgustar tanto a los de la Comarcal de Graus, que éstos
decidieron fusilarle, llevando a cabo esta acción “
los de Investigación de Graus”.
En nota 471 se hace también mención a la importante destrucción del patrimonio religioso y artístico de la villa de Graus.
[5]
Insiste en ello, porque, para cuando escribió sus Memorias, circulaba
la afirmación de que Durruti había ordenado quemar los vagones con las
mujeres dentro de los vagones precintados.
[6]
Joaquín Arasanz Raso, “Villacampa”, el más famoso de los maquis
altoaragoneses, nació en 1917 en la pequeña aldea de La Pardina,
perteneciente a la localidad de Castejón de Sobrarbe. Luchó en varios
frentes y con la 43 División, a cuyo mando estaba el mayor de Milicias
Antonio Beltrán Casaña,
L´Esquinazau, pasó a Francia en febrero
de 1939 donde participó activamente junto a otros guerrilleros
españoles en la Resistencia contra los ocupantes nazis. Con la guerra ya
decidida a favor de los aliados, "Villacampa" formó parte de los grupos
de maquis que en el otoño de 1944 entraron en España a través de los
Pirineos con la intención de derrocar al régimen del general Franco. Su
agrupación instaló un transmisor en la Central Eléctrica de Huerta de
Vero que le permitía comunicarse con Francia. El 20 de enero de 1947 la
Guardia Civil atacó la instalación. Joaquín Arasanz Raso fue herido y
capturado junto con Francisco Villarier Amorós, José Cabero y dos
mujeres. En el enfrentamiento murieron los guerrilleros José Martínez
Ruiz y José Bosch. Villacampa fue llevado ante un consejo de guerra
celebrado el 18 de febrero de 1948. En el juicio fue condenado a muerte,
pena conmutada más tarde por treinta años de prisión que no cumplió en
su totalidad.
[8]
Candasnos perteneció al monasterio de Sijena pero Callén no dio
importancia a la destrucción del magnífico monasterio, aquélla que sin
embargo horrorizó al mismo Durruti. Ni al “traslado” forzoso del párroco
de Bujaraloz al que asesinaron en el monte del pueblo el día 17 de
septiembre de 1936.