miércoles, 26 de febrero de 2014

EDUARDO MONTES ESTEIRE: Fray Juan Gilabert Jofré

El padre Jofré protegiendo al demente. Óleo del pintor valenciano Joaquín Sorolla y Bastida. Palacio de la Generalitad Valenciana
El padre Jofré protegiendo al demente. Óleo del pintor valenciano Joaquín Sorolla y Bastida. Palacio de la Generalitad Valenciana

A la hora de tratar de las aportaciones efectuadas por los católicos en beneficio de la humanidad es importante referirse a uno de los sectores de ésta cuya situación es particularmente angustiosa, el de los enfermos mentales.

Y en este campo concreto ocupa un lugar destacadísimo el religioso mercedario Fray Juan Gilabert Jofré (1350-1417). A propósito de la obra fundada por  nuestro fraile  en favor de los que llamaba “pobres inocentes y enajenados”[1] se ha dicho por parte de un historiador de la psiquiatría que el manicomio en cuestión  era “el primer manicomio no sólo de España sino del mundo entero…la primera institución del tratamiento moral de la locura”[2] Por “psiquiatría moral” suele entenderse una psiquiatría con acción terapeútica de tipo psicológico y social única accesible a las almas caritativas que a comienzos del siglo XV hicieron frente a este gravísimo problema y que con todas las limitaciones que a su acción imponían los limitados desarrollos de la Medicina de su época supusieron un progreso inmenso respecto a los procedimientos seguidos en otros lugares y épocas respecto a estos desgraciados enfermos y que iban desde encerrarlos en jaulas hasta contratar a marineros para que los condujesen atados en sus barcos y los arrojasen al agua en sus travesías.

Pero antes de constituirse en fundador del manicomio valenciano el P. Gilabert había recorrido un largo camino desde su nacimiento en el año 1450 en la ciudad del Turia. Brillante estudiante de Leyes renunció a ejercer su carrera para ingresar en la Orden de la Merced  fundada en 1218 por San Pedro Nolasco (1180-1245) para la redención de los cristianos cautivos de los moros en Túnez, Argel, Bujía y otros enclaves similares donde eran conducidos los citados cautivos que habían sido hechos prisioneros a consecuencia de enfrentamientos militares o por la piratería berberisca como fue el caso, entre tantísimos, de Miguel de Cervantes (1547-1616) o de San Vicente de Paul (1581-1660).

Porque, aunque hace siglos felizmente superado, uno de los más graves problemas que han pesado tremendamente sobre las espaldas de la cristiandad durante muchos siglos ha sido el del cautiverio. El mundo cristiano se veía amenazado en los mares del norte por  la piratería normanda (consta del asalto, saqueo y destrucción de un monasterio inglés en el año 798) y en el Mediterráneo por los turcos y argelinos al que acabamos de referirnos. La venta de los esclavos, que estos piratas secuestraban,  suponía un negocio rentable pues surtía de mano de obra gratis a los hijos de Mahoma y de mujeres a sus harenes y de remeros forzados a los sótanos de las galeras de los piratas y corsarios, aparte de las sumas de dinero conseguidas por los rescates.

Por eso en el siglo XII surgieron unos hombres sensibles a este problema angustioso: Juan de Mata (1150-1213) profesor de universidad en Paris y Felix de Valois (¿-212). No conocemos con exactitud muchos detalles de cómo sucedió esta fundación, que precedió en algunos años a su paralelo español de la Merced,  salvo que en la soledad de Cerfrois animado por otros cuatro ermitaños fundan esta nueva orden religiosa  de la Santísima Trinidad que fue aprobada por Inocencio III en 1198 y que ese mismo año logra el rescate de 200 esclavos cristianos de Marruecos.

Son famosos los trinitarios Fray Juan Gil y fray Antón de la Bella  que en 1580 rescataron al antes citado Miguel de Cervantes por 500 escudos de oro.

Sin duda estos datos históricos nos pueden servir para comprender algo del ambiente de las familias espirituales en que se formó nuestro mercedario valenciano hasta llegar al momento concreto en que el 24 de febrero de 1409, cuando se dirigía a predicar un sermón en la catedral de Valencia, se tropezó en la calle con un grupo de mozalbetes que al grito de ¡al foll, al foll¡ apedreaban a un pobre demente. El P. Gilabert se interpone entre los gamberros y el desgraciado –escena que ha sido representada magistralmente por el pincel de  Joaquín Sorolla (1863-1923)- y, después de atender a éste, decide cambiar el tema de su sermón que va a versar sobre la situación de los enfermos mentales y que lo va a hacer con tal convicción e intensidad que suscita le generosa reacción de un grupo de mercaderes valencianos que, junto con el mercedario, fundarían a continuación el que se iba a llamar con toda propiedad Hospital de los Santos Mártires Inocentes. A él se aplican las consideraciones que hacíamos al comienzo de este artículo.
______________________________

[1] FELIX RAMAJO, Vida y obra del padre Juan Gilabert Jofré, Ediciones Diputación de Valencia, Valencia 19980, pag. 62
[2] ULLESPERGER, J.B. Historia de la Psicología y de la Psiquiatría, pag. 50 y sigt.

Eduardo Montes Esteire

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia o a actos contrarios a la legislación española y a la moral católica. Los comentarios no reflejan la opinión de H en L, sino la de los comentaristas. H en L se reserva el derecho a modificar o eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas. Los comentarios aparecerán tras una validación manual previa, lo que puede demorar su aparición.